Durante las últimas décadas, los grandes cambios sociales, culturales, económicos y políticos han generado una profunda transformación en la manera en cómo se percibe, concibe y se vive el cuerpo. La gordura pasó de ser apreciada e identificarse con abundancia (o fertilidad) en las mujeres, a ser rechazada e, incluso, estigmatizada, ya que lo que se valora actualmente como sinónimos de salud y belleza son los cuerpos delgados.
Este cambio ha estado sustentado por diversos discursos provenientes desde el ámbito biomédico y de la moda, siendo amplificados y difundidos por los medios de comunicación masivos con un tinte moral. Estos juicios morales consideran a las personas con cuerpos delgados como bellas, sanas, disciplinadas, que “hacen bien las cosas”, “se quieren a sí mismas”, etcétera, mientras que las que tienen “cuerpos gordos” están enfermas, son feas, “les falta voluntad”, son perezosas y tienen poca autoestima, entre otras creencias.
Es así como se produce en la sociedad un rechazo hacia las personas con “cuerpos gordos”, se les etiqueta y se les culpabiliza de su condición, lo que puede provocar que sufran discriminación, estigmatización y, en algunos casos, violencia.
“¡Debes ser delgada!”
Para las mujeres, la presión social llega de todas partes: las madres y los familiares más directos, los médicos que rechazan la gordura “por salud”, las redes sociales que dictan que la belleza viene en tallas petite (chicas), las amigas que están atentas del peso de las otras; incluso, desde el punto de vista religioso, ser gordo se ha relacionado con un pecado capital (la gula).
A partir de la tesis de maestría en Desarrollo Regional titulada “Estigmatización y respuesta emocional en mujeres con corporalidades gordas”, realizada por Dulce Marina Wakida Murillo, bajo la dirección de Juana María Meléndez Torres, profesora de la Coordinación de Desarrollo Regional del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), se buscó analizar cómo afecta la estigmatización de la gordura en la vida de las mujeres con “corporalidades gordas” y cuál es su respuesta emocional en el contexto social de la ciudad de Hermosillo, Sonora.
Con dicho objetivo se entrevistó a dieciséis mujeres que se consideraban a sí mismas como gordas, entre 18 y 55 años de edad, de clases sociales media y baja.
Se encontró que las mujeres experimentan una gran presión social por la apariencia corporal y que en su mayoría se sienten insatisfechas con su propio cuerpo y buscan por diversos medios lograr ser delgadas.
Dicha presión y rechazo a “los cuerpos gordos”, la mayoría de las mujeres lo vive desde la infancia en el hogar, en ese espacio privado que debería ser seguro, siendo la familia directa, principalmente la progenitora, quien presiona más y emite comentarios como “¡no comas tanto, ponte a dieta!”, “a las gordas nadie las quiere”, “no inspiran respeto”, “si sigues engordando no vas a encontrar ropa de tu talla”; los comentarios van siempre arropados bajo la premisa del amor: “te lo digo porque te quiero” o “no quiero que sufras lo mismo que yo”.
“Pero eres gordita…”
En el caso de las mujeres, cuando llegan a la adolescencia y manifiestan su atracción por algún hombre, son correspondidas con comentarios como “eres muy bonita, incluso eres a todo dar, pero eres gordita”, y empieza a ser inevitable notar y sentir que algo está mal con el propio cuerpo; se empieza a vivir y a sufrir una exclusión, y conforme van creciendo, también aumentan los espacios de discriminación y estigmatización, sobre todo la insatisfacción y el rechazo hacia el propio cuerpo.
Dentro de esos espacios de discriminación, además del hogar, las mujeres refieren que están los espacios de salud donde los médicos las culpabilizan con frases como “estás gorda y esa es la razón de tus malestares”. También son rechazadas en tiendas de ropa donde las personas encargadas o clientes se burlan con preguntas como “¿cree que va a caber en esa prenda?”, así como en las oportunidades de trabajo, en las que no con consideradas por no cumplir con el estereotipo corporal, independientemente de las capacidades y habilidades con las que se cuente. En el ámbito universitario, las participantes de este estudio mencionaron que, incluso, hay docentes que reprueban a las estudiantes para “hacerles el favor”, pues nadie las va contratar por su condición de gordura. Asimismo, se señaló a los espacios de entrenamiento físico, como los gimnasios, como lugares en los que son mal vistas o consideradas un peligro para las demás, sólo por nombrar algunos ejemplos.
En este trabajo se encontró que esta estigmatización de la gordura genera una respuesta emocional en las personas que la viven. En su mayoría han vivido una experiencia de sufrimiento debido a la apariencia de su cuerpo, ya que desde pequeñas han sido juzgadas y sujetas a diversas prácticas con la finalidad de bajar de peso y lograr la “tan anhelada delgadez”, lo cual, muchas veces, es más una imposición de los otros y no el deseo de la propia persona.
Esto, a su vez, genera otras emociones como tristeza por ser rechazada, culpa por no ser capaz de ser delgada, por no poder mantener un régimen alimenticio adecuado o no hacer suficiente ejercicio y por decepcionar a los demás, además de vergüenza por sentirse vistas y rechazadas por los otros, así como ansiedad, enojo, frustración, coraje y hasta miedo a engordar o a volver a ser gorda en el caso de haber logrado bajar de peso.
El sentir estas emociones como respuesta a su condición corporal y al rechazo de los demás, muchas veces limita las prácticas a favor de su salud y bienestar y hace que prevalezcan las prácticas de riesgo para alcanzar ese cuerpo ideal, como es el hecho de someterse a una gran cantidad de dietas, el consumo de productos milagro, el uso de medicamentos para bajar de peso sin prescripción médica y con gran cantidad de efectos secundarios, el sometimiento a cirugías sin importar las consecuencias, etc. Todo este tipo de prácticas en torno a lograr la delgadez muchas veces van en contra de la salud física y emocional de las mujeres.
Por otro lado, de la misma investigación se desprendió que en algunas mujeres llega un momento en su vida donde ya no pueden continuar más con esa situación de “cambiar su cuerpo”, ya que sienten cansancio, hartazgo de “siempre estar en el intento de perder peso”, de cambiar la apariencia de su cuerpo, de estar a disgusto con ese cuerpo y de no alcanzar la delgadez, por lo que empiezan a preguntarse y a valorar otras cuestiones como la aceptación de vivir en ese cuerpo, de cuidarlo, de agradecerlo y de buscar, ahora sí, la salud física, mental y emocional que les permita realizar sus actividades diarias de manera funcional, sin dolor y sin cansancio; llegan a una autoaceptación de su propio cuerpo y luchan contra los discursos que promueven la delgadez como el ideal corporal, y que estigmatizan la gordura.
Para disminuir y eventualmente eliminar la discriminación, estigmatización y violencia hacia los cuerpos gordos, se sugiere abordar este tema como un problema ligado a la salud física, emocional y mental, pero también como resultado de un ambiente político, económico, social y cultural donde están inmersas las personas, de manera que se pueda tener una idea más comprensiva de lo que representa la gordura, sus causas y cómo abordarla. Asimismo, es necesario trabajar de manera integral y cambiar el paradigma de no centrar el peso corporal como indicador de salud y aceptar la diversidad de cuerpos.
Autoras: Dulce Marina Wakida Muri