Con un niño en la espalda envuelto en el reboso y una niña parada sobre los hombros, la joven madre indígena se para frente a los automóviles y aprovecha el los segundos del semáforo en rojo para hacer sus malabares.
Los tres están en riesgo de ser arrollados por un automóvil; la niña en los hombros puede caer al suelo y herirse. El sol y la desnutrición pueden causar un desvanecimiento en la madre.
A las niñas las obligan a "bailar" acompañadas por una bocina de pilas y a pedir la ayuda solidaria de los automovilistas.
Son varios y muy peligrosos los accidentes a los que se exponen las jovencitas madres, algunas con rostro infantil, pero eso no las detiene. Vienen desde muy lejos, desde el sur del país, son tzotziles, salieron un día de la sierra de Chiapas donde no tienen nada, apenas para comer tortillas y frijoles, y recorren las ciudades del noroeste atraídas por una ganancia que le prometieron los hombres que las reclutan y las explotan.
Pero no ganan mucho porque la limosna que reciben de los automovilistas es poca y tienen que compartirla con sus explotadores además de pagar la parte que les corresponde por el alquiler de un cuartucho en una deprimente casa de huéspedes del centro de la ciudad. El resto es para comer una lata de sardinas, tortillas y una coca cola.
Es trata de personas, un delito muy penado pero permitido por las autoridades que se justifican con el pretexto de que ellas están aquí por gusto, porque ganan unos cuantos pesos que no tendrían en sus pueblos de origen.
Para lo que no hay excusa es el riesgo al que son expuesto los niños que deberían ser protegidos por la Procuraduría de Defensa del Menor. Pero tampoco ésta se hace cargo.
Total, son pobres, al parecer a nadie le interesan y dentro de unos días se irán de aquí para continuar sus rutinas y malabares en otras ciudades.