Durante sus primeros 30 años de vida, hasta mediados de la década de 1950, Cd. Obregón creció vigorosamente en población y economía gracias a la bonanza de las actividades agrícolas.
De esa época y del popular corrido donde se asegura que Cajeme era "tan rico donde hasta el más chico tiene su tostón", nos hemos creado la imagen idealizada de una prosperidad ilimitada que cubría a todos. Sin embargo Cd. Obregón distaba de ser ese conjunto urbano
La ciudad reflejaba ese crecimiento pero carecía de los servicios urbanos básicos o los tenía pero de manera precaria, al grado de quienes la conocía no dudaban en calificarla como "una muchachita rica pero mal vestida y peor educada", señala Claudio Dabdoub en su libro Historia del Valle del Yaqui.
Y recrea nuestro historiador insigne:
"Particularmente por las tardes y al efecto de los preciosos crepúsculos de la Costa del Pacífico, la ciudad se veía envuelta por una policromada nube de polvo a causa de la falta de aseo y riego; cuando llovía era preciso descalzarse o usar zapatos viejos para cruzar sus calles fangosas; los automóviles, de último modelo, se veían llenos de lodo o atascados en las cunetas de las calles".
Continúa Dabdoub:
"La oscuridad de la noche no lograba ser disipada por los focos eléctricos que, a largos trechos, se encontraban instalados sobre los postes de madera de las redes eléctricas de la ciudad, y aunque había algunas instalaciones particulares de tuberías para proporcionar servicio de agua entubada, éste era insuficiente, obligando, aun a quienes pagaban este servicio, a comprarla a los vendedores ambulantes. La anarquía en el tránsito era causa de colisiones y atropellamientos".
Así fue hasta la década de los 1950s, cuando la prosperidad empieza a convertir a ésta en una ciudad admirada por su desarrollo urbano, pero eso es otro tema que abordaremos después.