Usurpación de identidad, acoso y cuentas falsas que se venden en paquete para aumentar el número de seguidores de algunos artistas y políticos, son algunas de las irregularidades que se dan en esta comunidad.
Miguel Carbonell, del Instituto de Investigaciones Jurídicas “y un twittero muy activo”, señaló que este fenómeno no es de sorprender, “pues al carecer de un marco jurídico definido, las redes sociales permiten la participación anónima o que los usuarios proporcionen datos falsos para adoptar una personalidad que no les corresponde. De hecho, en Twitter alguien se hace pasar por mí”.
Basta teclear en el buscador del sitio el nombre de Steve Jobs, el presidente de la compañía Apple, o de Bill Gates, el dueño de Microsoft, para ver la cantidad de gente que los imita, emula y hasta parece tener acceso a su agenda y vida íntima, lo que no implica sanción alguna, pues se trata de algo permitido, siempre y cuando quede claro que se trata de una broma.
De hecho, los lineamientos son muy claros al respecto, como se estipula en las políticas de uso que establece Twitter: “Sólo se permite la usurpación de identidad paródica y no aquella que intente engañar o confundir a los demás. A quienes hagan esto, se les suspenderán sus cuentas de forma permanente”.
“Eso es lo que pasa conmigo”, agregó el abogado, mejor conocido en la red como @miguelcarbonell. “El individuo que se hace pasar por mí hace cosas irónicas a cuenta de lo que escribo. A estas personas las llamamos trolls, es decir, alguien que provoca y busca crear controversia, pero en realidad no es un usurpador de identidad. A quienes sí les pasa eso, es a personajes públicos, como artistas o políticos”.
¿Se puede hacer algo al respecto? “En realidad no, esto es algo que no se puede evitar, pues cuando una de estas cuentas es cancelada, surgen dos… Son como la cabeza de la hidra”, comentó @ccobbs, “burócrata amateur, pero twittero profesional” (como él mismo se describe).
“Lo mejor que puede hacer alguien que se vea en esta situación es contactar a los administradores del sitio, proporcionar sus credenciales para demostrar su identidad y obtener así un certificado de Cuenta Verificada, que consiste en una palomita justo al lado del nickname del usuario”, explicó.
“Los twitteros sabemos muy bien que ese simbolito, que quiere decir ‘visto bueno’, es la mejor forma de constatar que los personajes que seguimos son reales y no un sujeto que nos está tomando el pelo”, advirtió @ccobbs.
Nadie está a salvo de la suplantación de identidad, ni siquiera el llamado “padre filosófico del Twitter”, Jürgen Habermas, quien desde hace tiempo ya escribía sobre la transformación de la esfera pública, a la que describió como “una comunidad virtual que no necesariamente existe en un lugar identificable y donde las ideas son puestas a debate”.
Cuando en enero de este año el usuario @JHabermas comenzó a postear links sobre temas filosóficos y reflexiones diversas, la comunidad académica empezó a debatir sobre si en realidad era el sociólogo alemán quien estaba detrás de la pantalla.
Casi inmediatamente, la cuenta reunió a siete mil seguidores, hasta que el mismo Habermas disipó las dudas. “No, no soy yo. Se trata de un mal uso de mi nombre. Ni siquiera sé cómo usar esa herramienta”.
Seguidores fantasma
Los fantasmas sí existen, al menos en Twitter. Y es que así se le dice a las cuentas creadas en masa que dicen representar a alguien que en realidad no existe, y que no tienen otro propósito más que el de abultar el número de admiradores virtuales que presumen tanto políticos como artistas.
En esta red de microblogging es imposible calificar a los usuarios según la calidad de sus aportes; el único indicador del interés que despiertan es la cantidad de seguidores que reporta cada cuenta, y las cifras pueden ser apabullantes, como los cinco millones 350 mil individuos que siguen al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, o los cinco millones 112 mil que registra el ídolo adolescente Justin Bieber.
No obstante, hacer alarde de estos numerales no es exclusivo de los ricos y famosos, está al alcance de todos, como se puede comprobar en el sitio de ventas eBay, donde comerciantes como rmmarketing ofrecen cuentas con 500 seguidores y 20 twitts por 299 dólares.
“Los seguidores que ofrecemos no son chatarra, sino personas reales”, promete el anuncio, para diferenciarse de otros postores que ofrecen hasta 10 mil por sólo 75 dólares.
“Saber si se trata de un usuario fantasma en realidad es sencillo, aunque es difícil detectarlo, porque se pierde en una multitud de nombres”, explicó @ccobbs.
Lo primero es verificar la antigüedad de la cuenta, generalmente éstas son recientes. Segundo, ver el número de seguidores, usualmente no superan la decena, cuando tienen alguno. Tercero, apenas tienen posts, o carecen de ellos. Cuarto, no tienen imagen de perfil. “Si observas dos de estas cuatro características, sospecha”.
Twitter como fuente de información
“El gran reto de las comunidades virtuales es ganar credibilidad”, señaló Miguel Carbonell. “La cantidad de información que se genera es impresionante, así como la velocidad a la que corre y el número de personas a las que llega. Tan sólo yo tengo casi 17 mil seguidores… Eso es más del doble del tiraje de la mayoría de las revistas más importantes del país”.
Un ejemplo de esto fue el de las supuestas infidelidades del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y la primera dama, Carla Bruni, una historia apócrifa que comenzó a correr por el Twitter hasta llegar a los tabloides italianos y británicos.
La conmoción fue tal que la revista francesa L’Express tuvo que publicar un desmentido y aclarar que todo fue parte del experimento de un estudiante de periodismo que quería ver hasta dónde llegaba la credulidad mediática.
“Sin embargo, pese a las falsedades que se publican en las comunidades virtuales, no debemos desestimar el potencial comunicativo de estas herramientas. Por ejemplo, hace poco hubo un temblor a las dos y media de la mañana, hora en que todos los medios estaban dormidos, y yo escribí sobre eso; en pocos minutos ya éramos cientos de personas con el reporte de lo que había ocurrido. Esta tecnología hace de cada usuario un periodista en potencia”, indicó Miguel Carbonell.
Al respecto, el doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid concluyó que poner limitaciones y filtros sería un gran error. “Sólo estaría de acuerdo si se tratara de un mal uso que derive en ilícitos de carácter penal; de otra manera, sobrerregular sólo nos conduciría a perder la pluralidad que hemos ganado, pues antes, la libertad de expresión era exclusiva de los medios, hoy es de los ciudadanos”.