Como para el resto de las etnias del país, la celebración del Día de Muertos para los Yaquis se convierte en una fiesta de olores y sabores mezclados con el recuerdo de quienes se les adelantaron en el camino.
Aunque la tradición yaquis es tener sus cementerios fuera de los templos, en algunos pueblos ya no sepultan ahí sino que tienen otros camposantos en los alrededores de la comunidad.
Hay cementerios antiguos en los que lo mismo conviven los yaquis como los que alguna vez habitaron las poblaciones indígenas.
Tal es el caso de Tórim, donde hay tumbas de los chinos que en la época de la construcción del ferrocarril llegaron a esa población y se quedaron por mucho tiempo e incluso se casaron con indígenas.
La celebración yaqui por la muerte va más allá del 1 y 2 de noviembre. A partir del primer lunes de octubre se inicia una procesión que parte de la iglesia, da un recorrido por el conti y regresa acompañada de cantos y oraciones que se apagan conforme el sol se oculta.
Cada lunes de octubre se realiza esa ceremonia hasta el 2 de noviembre cuando los sacerdotes portan en un altarcito negro una calavera.
El altar permanece en la nave mayor del templo con dos candelabros de madera, un pequeño libro de oraciones y un recipiente con agua bendita.
Las mujeres yaquis se encargan de elaborar coronas con flores de campo o bien con papel crepé.
Durante el primer día de noviembre, las mujeres yaquis colocan en el altar un mantel blanco bordado.
Tamales, maíz seleccionado como el mejor, agua bendita y frutas adornan el altar, mientras que los hombres llegan con el pañuelo amarrado al cuello para la misa.
Una vez orado para que las ánimas lleguen bien a la tierra y seguros de que ya probaron los alimentos dispuestos en el tapanco, se les reparten a los que acudieron a la ceremonia.