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Viernes 22 de Nov de 2024
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Migrar al norte

L. Carlos Sánchez
Jueves 3 de Noviembre de 2022
 

Es jueves por la tarde y los niños juegan en la plaza a conquistar la estructura: el monstruo de metal de mil cabezas. Los niños trepan, se escurren por entre los fierros en el afán de alcanzar la cima; de pronto el sudor resbala por la cara, los niños descubren un carrito de paletas y de las manos generosas los niños reciben un helado de limón.

Las manos que se tienden sobre los manubrios del carrito de paletas pertenecen a Rosa Guerra, quien espontánea se presenta y acaricia con palabras a los niños: “Yo tengo una nieta de la edad de ustedes”.

En el tono de voz sugiere su personalidad, de su mirada pende la humildad casi sumisión. “Yo soy de Oaxaca, pero por mi nieta ando aquí, porque necesita una operación de riñón, y me vine a trabajar con la esperanza de completar”.

A Hermosillo llegó, comenta, con la promesa de un empleo generoso que le remuneraría enorme.

Ante la premura las ideas que se organizan. Acordamos Rosa y yo una entrevista para el día siguiente: viernes a las nueve de la mañana, en la misma plaza del primer encuentro, con el objetivo de que nos cuente su historia, “Mi desgracia”, advierte cuando le inquiero que sería bueno compartir sus experiencias de vida ante los lectores.

Al punto de la hora acordada, Rosa viste con sombrero y camisola de manta, y la sonrisa como un prendedor de colores en su rostro. A lo que venimos, le comento mientras abre la segunda paleta esquimal del día: “Es que no desayuné y la verdad ya hace hambre”. Caminamos en búsqueda de una fonda.

En el preámbulo de la conversación, en el restaurante Los grillos, a manera de sobremesa, Rosa hace un resumen de la crueldad y cuenta que lo que vio en el campo es una explotación de campesinos, que no tiene nombre lo que se les hace a los trabajadores, allí donde se controla a base de mentiras y amedrantamiento. “De lo otro que vi, mejor ni hablamos”, subraya antes de que la mesera tome la orden: chilaquiles y huevos con chorizo. Después un café, la conversación:

—¿Cuáles son los motivos de tu estadía en la capital de Sonora?

—Más que nada son desagradables; en mi ciudad pues no hay tanta fuente de trabajo, por la necesidad de unos pesos me vine aquí ya que había un anuncio en el Facebook donde estaban solicitando personas para recolectar nueces y empacarlas, pero pues la verdad todo es pura mentira, no es lo que prometen pues llegando acá te cambian el sueldo.

Según íbamos a ganar trescientos diarios de ocho de la mañana a cuatro de la tarde y si queríamos seguir de cuatro de la tarde en adelante pues eran según ciento veinte más, y que a la semana íbamos a sacar de cinco mil a siete mil, la verdad haciendo cuentas me ganó la ambición, dije yo: siete por cuatro veintiocho, empecé hacer números y fue motivo que me vine para acá, pero la verdad fue puro engaño. Ahorita tengo que vender paletas, o sea si vendo las paletas gano y si no pues no gano.

Fui al ayuntamiento para que me apoyaran, fui a otras instancias de Gobierno y pues las puertas la verdad se me han cerrado las puertas y yo estoy desesperada y quiero regresarme de donde yo soy, si este mensaje llega a personas, sobre todo humildes, por favor no se dejen engañar, porque todo es mentira, yo sé que por unos pagan todos, tal vez ha de haber lugares donde realmente sí cumplen lo que prometen, pero desafortunadamente en donde yo estuve, es pura mentira.

—¿Cómo fue tu reacción ante el primer pago?

—Cuando llegó el fin de semana y estábamos formados para poder cobrar, salió la persona que nos trajo a Sonora, un tal Jeremías, y nos dijo que la primera semana iba a quedar de fondo, en ningún momento nos dijo eso cuando nos reclutó, y dijo también que la segunda semana era para él porque él hizo gastos en irnos a traer ya que el viaje fueron casi aproximadamente cuatro noches y cinco días y que él había corrido con los gastos y tenía que recuperarlos.

Haga de cuenta que en la tercera semana solamente me tocaron diez pesos de sueldo, porque ahí adentro hay una tienda que al parecer son de sus familiares, donde uno pide el papel sanitario, el jabón, el cloro, o sea cosas personales que pues uno necesita y pues es un gran cuentón que llega a la semana y todo para la tienda. Como le digo nomás diez pesos me tocaron, ya no pude aguantar eso, me salí de allí. Eso me sucedió en el poblado Miguel Alemán, muy mentado: La calle12, pero pues yo desconozco, como no soy de acá.

Entonces nos salimos con unos compañeros y llegamos aquí a la ciudad de Hermosillo y nos comentaron de un albergue pero la verdad fuimos ahí pero hay que pagar cuarenta pesos la estancia en ese albergue más diez que cuidan tu mochila o sea cincuenta diarios. Y la entrada es a las seis de la tarde, si tú llegas después no te deja entrar, y te paran a las cuatro de la mañana para que tú te estés saliendo de ahí a las cinco de la mañana, es algo terrible para mí el no tener dónde poder llegar o estar sin conocer a nadie.

Por fortuna no todas las personas son malas, gracias a Dios conocí a Jesús Quezada, que es dueño de la paletería La Alteña, ese señor me proporcionó un carrito de paletas, me dio su producto y además me está dando hospedaje arriba de su paletería, un agradecimiento eternamente ese señor por darme la oportunidad de ganarme el pan de cada día; pero ya no sé ni qué hacer para poder juntar dinero para irme pues mi pasaje es aproximadamente de cinco mil pesos.

—¿Cómo es la vida en tu tierra?

—Allá la vida es mucho más tranquila que acá, porque no es una ciudad tan enorme, Salina Cruz, Oaxaca, cuenta con una refinería, cuenta con un dique seco, pesquero, pero por desgracia no hay contrataciones para personal, todas las obras y las plazas, cuando alguien se jubila, se la ceden a los hijos, a la esposa, al sobrino, y para acabarla lo que pasó ahorita del Covid, muchos negocios, muchas empresas cerraron, entonces prácticamente no hay fuentes de empleo.

Yo la verdad tuve que moverme hacia la ciudad de Oaxaca, en la capital, donde me dedicaba al comercio, vendía las cosas artesanales típicas de mi región que para mí son hermosas, bonitas, tanto las comidas como todo lo artesanal: collares, pulseras, bordados a mano. Cuando se realiza la fiesta por la Guelaguetza que es cuando se reúnen las ocho etnias de mi estado, en la capital, y le damos a conocer al mundo lo que hacemos ahí, es cuando aprovechamos la presencia de la gente para vender lo que producimos.

—¿Qué tipo de artesanías se fabrican?

—Tenemos lo que es el mezcal, producto que sale del agave, es un proceso muy antiguo, todavía artesanal, precisamente por eso, porque con un burro se da la vuelta y la piedra que lleva jalando va machacando el maguey y ese maguey se pone a cocer y lo que sale se fermenta, empiezan a caer gotas calientes empieza hacer lo que es el mezcal.

Las comidas sabrosísimas: el chile en nogada, el mole por ejemplo, tradicional de allá, la barbacoa, en lo que es de comer, y también  en cosas artesanales le podría hablar de la ropa, es bordada a mano, o de pura manta, hacemos pulseras, cadenas, todo tejido, con  pieles de diferentes animales: carteras, cinturones. Hay poblaciones, por ejemplo, en donde las señoras tienen una cooperativa y se dedican a tejer, a tejer y a tejer. Otras donde van cortando la manta, otra donde la van pegando, como un equipo de hormiguitas. Ahí todas las personas son muy amables, muy respetuosas, ¿qué más le podría decir yo de mi estado?

—¿Cuál era tu proyecto con el dinero que ganarías trabajando en Sonora?

—Más que nada yo lo pensaba invertir en una cirugía, ya que tengo una nieta de ocho años y pues ella tiene un riñón más grande que otro, tiene tres piedras en sus riñones. Dije, pues con este dinero sí me voy, el contrato son tres meses, híjole, pues saco para la operación de mi nena y todo, en eso me vine, pero mire nomás en lo que terminó mi búsqueda.

—¿Tienes comunicación con tu familia en estos días?

Ahorita no, no tengo un teléfono, lo mandé arreglar y me cobran trescientos cincuenta, entonces: o como o mando arreglar mi teléfono, por lo tanto, no he podido hablar con ellos; había un compañero que estaba en el albergue, me prestaba su teléfono cuando estaba yo ahí en la casa hogar, aquí donde estoy ahora, las personas que están conmigo, no utilizan teléfonos, ya son personas de la tercera edad. Entonces pues no he podido.

—¿Cómo fue tu infancia en Juchitán?

—Mi historia es un poco triste. A la edad de cinco a seis años le ayudaba yo a mi mamá a vender queso y crema, me acuerdo que solo dábamos en unas hojas de una fruta llamada almendra y la gente tenía que sacar su trastecito para pues echarle la crema, entonces a medida que fui creciendo mi mamá fue vendiendo en un mercado y yo tenía que pararme a las cinco de la mañana para que a las seis de la mañana ya estuviera yo en el mercado limpiando, ahora sí: el tomate, la cebolla, para limpiar la vitrina porque vendíamos queso y crema.

Entonces antes de las ocho de la mañana cuando oía yo la campana de la escuela donde yo estudié, la primaria que se llama Licenciado Wilfrido C. Cruz, allí escuchaba yo la campana, y la escuela estaba como a dos minutos de llegar, salía corriendo del mercadito y me metía a clases y a la hora del recreo iba yo a comer ahí cerca: que unas gorditas, que un chile relleno, queso, crema, chicharrón, lo que hubiera. Para serle sincera yo jamás comí en la casa con mis papás, que mi mamá, mi papá, mis hermanos estuvieran sentados, porque yo era la que cuidaba el puesto, saliendo a la una de la tarde de la escuela tenía yo que irme al mercadito a cuidar y así sucesivamente.

En la secundaria que estudié la Federal número 2 Lázaro Cárdenas del Río, ahí pasé los mejores años de mi vida, se podría decir. De ahí yo estudié en un Conalep cuando era terminal la carrera, y soy técnica en contabilidad fiscal. Logré terminar ahí y hace dos, tres años, intenté terminar porque me gusta mucho el derecho y me quedé en cuarto semestre de la carrera para abogada, más adelante si Dios me presta vida voy a concluir la meta que me tracé, en terminar esa carrera que tanto me ha gustado.

Y pues más atrás yo trabajé para el ayuntamiento de Salina Cruz en Oaxaca, estuve trece años siendo policía municipal, de ahí la he hecho de diferentes oficios: de mesera en Oaxaca, fui a sembrar lo que es maguey, en el campo, he vendido de todo, le he buscado en esta vida para poder salir adelante.

—¿Qué era ser policía?

—Como ahí en mi pueblo no hay armas, era andar caminando digamos en el mercado, en el centro. Si acaso me subía a las patrullas, pero pues era para ir a dar un auxilio, de que el marido ya le estaba pegando a la señora, o que había un borracho orinando. Cosas sencillas, era un trabajo de veinticuatro horas por veinticuatro horas de descanso.

(A manera de acotación, describo las cicatrices en los brazos de Rosa, de las cuales ella cuenta su origen: “Me las hizo un tipo que yo aprehendí en un pleito, a este señor lo metieron a la cárcel, cuando ya salió fue sobre mí, se me avalanzó y me llenó de machetazos, ya no la andaba yo haciendo, me dieron por muerta, pero por fortuna sigo aquí”).

—¿Qué significan tus tatuajes?

—Pues uno de ellos más que nada lo elegí y le puse: El juego de la vida porque pues la vida es muy bonita, pero pues hay que saber jugar el juego porque si no, pierdes. El otro realmente lo hice porque aparte de que soy católica, creo en Dios, también creo en la santa muerte y me lo hice en honor a ella.

 

El retorno al origen

Al final de la conversación Rosa y yo acordamos en vernos al día siguiente, ya con la esperanza de haber recabado algunos pesos y completar para el pasaje. Al llegar a la Paletería La Alteña, Rosa me esperaba feliz, con euforia contó que, en Atención Ciudadana del Gobierno del Estado, le apoyaron con un oficio para que la línea de camiones le hiciera el cincuenta por ciento de descuento en su boleto de pasaje. Con la maleta en la mano, y ya en dirección a la Central de Autobuses, Rosa contó la vivencia de la noche anterior:

—Yo le dije a mi Dios: ¿por qué está tan feo aquí y no mandas la lluvia? Empezó a granizar y le dije: no, granizo no, porque arden, duelen, salí al baño y me cayeron unos, no, así no, Dios mío, manda una lluvia bonita, y me dice la señora de la paletería: hace catorce años que no llueve así… Resulta que yo ya estaba acostada, pensando, digo: diosito lindo ayúdame, échame tu bendición, cómo le voy a hacer para irme, dame una señal o dime si me tengo que ir mañana mismo con estos mil doscientos cincuenta que tengo ya ahorrado, por favor dime. Y no sé, de repente me dieron ganas de levantarme, me paré y tenía yo nueve pesos de cambio en el bolsillo.

Y dije, voy a ir a comprar un refresco y me fui caminando al OXXO, pero al llegar ahí a la esquina me sorprendió ver a una señora, estaba que no podía pasar, porque parecían ríos las calles, entonces me dijo: Vengo a hablarte de parte de Dios, dice que te vayas ahora mismo, aquí no tienes nada qué hacer, no tienes familia, anda vete a Oaxaca… Me quedé, se lo juro, que me dio miedo, por Dios, yo dije: ay, Dios mío, esta señora está mal de la cabeza, pero dije no puede ser que esté mal, cómo sabe que yo voy a Oaxaca, cómo sabe que yo no tengo familia acá, me sorprendió totalmente.

Fui al OXXO, compré el refresco y regresé, pero tardé en conciliar el sueño, porque me sorprendió mucho que después de que le dije: gracias, señora, y le dije por acá venga, prendí la luz del celular para que pudiera caminar y me dijo, No, gracias no es necesario que lo prendas; me dice: Ahorita se seca.

Cuando yo volteé vi que esa parte donde ella iba a pasar estaba completamente seca y a los lados había agua, o sea es una cosa tan extraña, tan maravillosa, y pues usted me dice que ya tenía años que no llovía como llovió anoche, pues tal vez Hermosillo con su lluvia me dio la despedida.

 

Foto: Carlos Villalba

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