"Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,,,"
Porque Jaime Sabines es adictivo, José Luis Islas no tenía fin.
La noche del viernes era interminable. Y él estaba ahí, entre veladoras y el agua que corría, leyendo a Sabines.
Y el público, igual. Absorto, lelo con Sabines, que es adictivo.
Porque no fue suficiente haber escuchado Los Amorosos o La Luna ni Te quiero a las 10 o Espero curarme de ti.
Los asistentes al Museo Sonora en la Revolución pedían seguir y fue así como Me dueles o La cojita está embarazada y La tía Chofi despertaron las risas o movieron el alma de los enamorados.
Vino tinto, queso, pan y otros aderezos permitían degustar no solamente alimento material sino el espiritual cuando los poemas del chiapaneco caían, uno a uno, en los oídos y mentes de quienes disfrutaron las noches de primavera de este museo.
Nacido el 25 de marzo de 1926, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas como integrante del matrimonio entre doña Luz y el Mayor Jaime Sabines, este poeta regaló la noche del viernes, de nueva cuenta, parte de su sencillez como ser humano a través de la poesía.
Los temas profundos como el amor, la soledad y la muerte, impregnados por sus propios sentimientos, aparecieron poco a poco en cada palabra del declamador, que es a la vez el director del museo.
Y el vate profundo, apasionado y realista, pero a la vez de sencillo entender, cobró vida en Me encanta Dios o en Vamos a hablar del príncipe cáncer, en referencia a la muerte de su padre.
Fue, en fin, una velada de mucha poesía adictiva de ese chiapaneco que falleció a sus 72 años el 19 de marzo de 1999, pero cuyos poemas siguen cobrando vidas y enamorando al amor.