Desde el mismo día 19 de junio de 1846, cuando los equipos Knickerboker y New Yok Nine jugaron el primer partido de béisbol reconocido como oficial, apareció la figura de esta suerte de oficial encargado de impartir justicia.
Precisamente, la única persona capaz de asumir tal responsabilidad correspondió entonces al mismísimo Alexander Cartwright, redactor de las reglas elementales de la disciplina en la localidad neoyorquina de Hoboken, donde se celebró el citado encuentro.
A partir de ese momento, la función de decidir lanzamiento o jugadas resultó conflictiva -bajo cualquier circunstancia- para quienes asumieron tal responsabilidad y fueron, incluso, sometidos a las públicas amenazas de agresión o irrespetuosos ataque verbales.
Hace varias décadas, Hollywood, la Meca del cine estadounidense, intentó rememorar de alguna forma la labor de estas personas y el título resultó una verdadera provocación ¡Maten al umpire!
Por supuesto, en aquellas situaciones en las cuales el resultado de un desafío dependió de una jugada apretada la lógica adversidad provoca en el derrotado airados comentarios en contra de esos hombres vestidos de negro.
Casi a diario, en todos los parques beisboleros durante la temporada escuchamos infinidad de opiniones sobre la actuación de los árbitros y una buena parte de ellas buscan justificar el fracaso por la decisión ejecutada.
Sin embargo, alguien se ha preguntado: ¿Qué sucedería si no decide? ¿Quién ganaría el juego? Seguro que no hallaría una respuesta lógica, porque siempre uno de los equipos será el perjudicado.
Ante tal disyuntiva imaginemos entonces un juego de béisbol sin al menos una persona que arriesgue a todo riesgo y comprenderemos la voluntad que debe tener quien se dedique a tan ingrata profesión.
Bill Klein, uno de los más prestigiosos umpires conocidos, luego de actuar casi medio siglo en las Ligas Mayores señaló en una oportunidad con muy buen juicio: "En el conteo detrás del plato, (lograr) el 90 por ciento de calidad es una labor formidable".
En esta tarea inciden muchos factores, entre los que podemos contar las características de los lanzadores, la calidad del receptor a la hora de recibir los envíos, la posición del bateador y numerosas situaciones, en las cuales el árbitro debe decidir en fracciones de segundo.
Tampoco es posible pasar por alto la posible traición de los reflejos en un momento determinado, pues la condición de humano hace factible una reacción contraria a la apreciación inicial y eso también conspira contra la calidad del trabajo.
Prácticamente resulta imposible encontrar a un umpire que rechace haberse equivocado en alguna oportunidad, o muchas más, y siempre la respuesta a tal interrogante es la siguiente: "En ese momento quisiera que me tragara la tierra".
Los directores y jugadores a menudo orquestan sonados berrinches ante una decisión que consideran incorrecta, pero al analizar con detenimiento un juego, con seguridad apreciaremos que ellos cometen una mayor cantidad de errores en conjunto.
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