Alta y Adentro: Aquellos Naranjeros de 1970
Jaime E. Rey
Lunes 05 de Abril de 2010

“Get in the damn car and shut up”. “Sube al cabrón carro y cállate”.

Eso le gritaba, este nada humilde escriba, a Alan Foster, lanzador gringo blanco, cada que Naranjeros de aquel inolvidable 1970 jugaba en casa.

 Yo vivía en la colonia de los igualados, frente a la popoff Colonia Pitic, cercas del Hotel Gándara donde vivían los peloteros extranjeros. Hablaba un ingles nada de impecable por que me sabía los “sons of bitches” y otras expresiones más duras. Me hice amigo de Bobby Darwin, Tim Johnson, Paul Johnson y Foster, aunque este me caía gordo por chocante.

Era un rollo hacer caber a los cuatro gorilones en pequeña camioneta Volkswagen. Para subirlos había que doblarlos tres veces. Vaya lata. Pero eso me ganaba lugar privilegiado en el equipo y en el corazón de Maury Wills, el manager. Sólo Foster se quejaba.

Maury me prestaba su Porche deportivo color marrón  para llevar y traer rubias del aeropuerto. Supongo venían a enseñarle español, más no se. Guapo yo y en Porche, imagine.

 Pronto Foster dejó de ser lata. Se le puso al brinco a Maury. Éste dejó que le metieran como 15 carreras en una entrada y cuando lo sacó le puso soberana golpiza en el vestidor.

El día siguiente el rubio con elefantitis facial sin chistar se subió a la camioneta y lo llevé al aeropuerto.

Me pregunta mi colega, Jesús Alberto Rubio, sin duda por el furor que está causando la película, “World Champions”, Historia de aquel primer campeonato mundial de México en series infantiles, como trataban en ese tiempo al gran héroe, Ángel Macías, en Hermosillo.

Deja vu.

Ángel pasaba desapercibido, visto como un pelotero más. Sofisticación de la buena afición de Hillo o memoria corta pero deja vu. Ángel, hombre modesto, encantado de la libertad de ser él, sin las caretas que impone la fama. Caminaba esas románticas calles sin molestos tras él. Privilegio muy deseado por algunos famosos.

Quienes se llevaban toda la atención eran Espino y Darwin enfrascados en duelo de jomrones todo el año.

El beisbol era diferente, los peloteros jugaban varios años con un mismo equipo, se identificaban con el pueblo y eran adoptados como locales. Se les vía en las calles piropeando a las damas, siempre con respeto y saludando a todos como se hace en provincia.

Macías ya no era el niño milagro, era en el corazón del pueblo, y todo el pueblo era afición, “nuestro centro fielder”.  Espino, el más admirado, también era sólo, “nuestro cuarto bat y primera base”.

 Los extranjeros llamaban más la atención pero nadie babeaba ante ellos. Si a Darwin le hacían preguntas molestas se quitaba a los molestos con “no entender”. Eso fue lo único que pude enseñarle aparte de las conjugaciones del verbo chingar.

¿Como era Darwin? ¿Soberbio? Todo lo contrario aunque por poco me mata cuando mandamos a hacer unos zapatos de una piel exótica que le regaló un aficionado.

El zapatero que le escogí los dejo más feos que una chalupa grandota, como para montarse en ellos y pescar en alta mar, de poder correr Bobby con ellos puestos me alcanza y me mata.

 Afredito, jovencito del barrio, se me pegaba al beisbol. Chico simpático, les caía bien a los peloteros. Cuando regresó el equipo se la Serie del Caribe, Bobby Darwin, quien había sido el héroe del juego del campeonato contra Mochis y pudo ser el primer presidente municipal de Hermosillo negro y gringo, fue en taxi a la tiendita del papá de Alfredito a regalarle su guante.

Bobby estaba en la gloria por el trato de la afición. Años después, ya con Medias Rojas, nos contábamos anécdotas de aquellos tiempos y el grandulón jomronero no podía disfrazar una que otra lágrima, decía “no discrimination, no discrimination”. Le interesaba saber de Alfredito a quien le veía gran potencial como hombre de bien, aunque mal pelotero.

El guasón del equipo era Lalo Acosta y el más interesante Manuel Lugo a quien apodábamos la patita porque en el windup la movía chistoso, el loco porque parecía estarlo y el vizconde por estar bizco. Era el cerrador antes de que los inventaran.

Entraba lanzando la primera bola zumbando rumbo a tierras remotas, establecía su rápida e insinuaba peligroso descontrol. A temblar todos. ¿“A que hora matara al bateador”? preguntábamos. Suspenso puro.

 Tenía dos armas, sus ojos y pedrada de indio zurdo. Decía Darwin, “a ese le batearía de la tercera base, por algo le dicen el loco”.

 

 
 

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