"Óigame no, por poco me ahorca", exclamó la asustada Margarita cuando pudo liberarse de las manos, que digo manos: de las garras de Jesús.
Todo se debió a que Jesús Zúñiga Mendívil, vecino de la colonia Campestre, se puso hasta las chanclas con bebidas espirituosas que lo transformaron en un endemoniado ser.
Urgido por la necesidad de hacer sentir su poder, tomó a Margarita del cuello y empezó a apretarle mientras ella iba perdiendo el oxígeno de sus pulmones y el color de su piel.
La pobre mujer como pudo sacó el último aliento que le quedaba y gritó un fuerte "¡auxilio!", dolorosa, angustiante súplica que fue escuchada por los atentos agentes de Seguridad Pública que se presentaron al lugar de los hechos, en calle Galeana y callejón Costa Rica, un bello rincón de nuestra ciudad crodeado de cantinas y borrachos.
Por la fuerza el hombre dejó de apretar el cuello de la asustada mujer y enseguida se entregó a los brazos de los agentes quienes lo conminaron amablemente a subir a la patrulla, invitación a la que él accedió de no buena gana, pero no le quedaba otra.
Cuando llegó a la barandilla declaró ante el oficial de guardia que él sólo quería jugar al ahorcado pero la dama malinterpretó sus intenciones.
Por lo tanto, hoy pernocta en fría y lúgubre celda.