El 10 de abril de 1970, hace exactamente 40 años, se hacía público un comunicado tajante de Paul McCartney: abandonaba los Beatles -"por diferencias personales, musicales y de negocios"- y el grupo dejaba de existir.

El anuncio no provocó manifestaciones de histeria ni lamentos: existía el convencimiento de que aquello era un calentón, que podía arreglarse. Imposible imaginar un mundo sin Beatles: ellos habían pilotado la emancipación de los años sesenta y no podían abandonarnos cuando entraba una década incierta.

Pero iba en serio: el último día de 1970, Paul presentaba una demanda en los tribunales, exigiendo la disolución de la empresa común.

Hoy, cuarenta años después, los Beatles siguen siendo el ícono más grande de la cultura popular, el grupo musical número 1 de todas las generaciones que han escuchado su música.

La industria del espectáculo inventa con frecuencia nuevo ídolos cuya mercadotecnia los proclama como los más grandes, "los que superaron a los Betales en discos vendidos".

Así hemos visto aparecer a las Madonnas, a los Backstreet Boys y a muchos que fueron proclamados como los más grandes, pero al paso del tiempo se pierden en la indiferencia de las nuevas generaciones.

Ni siquiera la popularidad del recién fallecido Michael Jackson puede compararse con la que tuvieron y siguen teniendo los Beatles.

La música del cuarteto puede ser la preferida de sus contemporáneos, pero también los es de aquellos jovencitos que nacieron en los ochentas y en los noventas, Gusta lo mismo a los melómanos de vanguardia, los que aman la música clásica y los que prefieren el hip hop.

Hobres y mujeres, niños, jóvenes y adultos, no importa la raza ni la religión. Todos tienen a Jhon, Paul, George y Ringo en un lugar aparte.

El mundo pro fin está de acuerdo en algo: Los Beatles son los número 1.

Así hayan pasado cuarenta años de la desaparición del grupo.