“Vámonos preparando para poner campamentos en El Novillo”: Tomás Rojo.
"yaqui-power: JA JA JA PIN CHES YAQUIS PATAS ROÑOSAS CO JE GALLINAS, CUANDO NOS TRAIGAMOS EL AGUA DE SU "NOVILLO" ME VOY A BAÑAR 3 VECES DIARIAS A SU SALUD. JA JA JA"
Posteo del internauta Pakito666 el 8 de mayo en la página de El Imparcial *
Tras la larga ausencia –que lo sigue siendo- del gobernador Guillermo Padrés, a lo largo de la primera semana de mayo, Cajeme recibió a cinco secretarios de la administración estatal. Encadenados, un día con otro como no pasó antes en la era del Nuevo Sonora, de lunes a viernes y dosificados de uno a uno, los secretarios Óscar Ochoa, Ortiz Ciscomani, Javier Neblina, José Inés Palafox y Ernesto Munro, aparecieron ante los cajemenses en conferencias de prensa y entrevistas radiadas.
Notoria por infrecuente, la continua aparición de los funcionarios, a fuerzas llamó la atención de los observadores; sobre todo, porque semejante carga semanal de presencia política, rebasó mediáticamente a cualquier otra actividad de esa índole, incluyendo por supuesto la convocatoria y preparativos de la segunda marcha opositora al acueducto El Novillo-Hermosillo, cuya organización se atribuye el Movimiento Ciudadano por el Agua.
Esta vez la convocatoria de la marcha fue escasamente oída en las radios locales y apenas apareció en la prensa escrita. De hecho, podría afirmarse que las noticias o avisos relacionados con la marcha, escasearon en la mayor parte de los medios de comunicación masiva. Por ejemplo, pocas personas en Cajeme se enteraron que el jueves 6 de mayo varias organizaciones de los sectores productivos de Cajeme y autoridades tradicionales de la etnia yaqui, firmaron a mitad de la madre del Río Yaqui, bajo el puente que une a Bácum con la Loma de Bácum, el hoy llamado “Pacto del Río Yaqui”, por el que se acordó impedir cualquier intento de privatización del recurso hidráulico del cauce yaqui.
A las cuatro cuarenta, a unas cuantas calles de la marcha, justo en las solitarias oficinas del Palacio Municipal, un funcionario del Ayuntamiento daba cerrojazo a las indicaciones que al otro lado del intercomunicador recibían los agentes de seguridad: “No se encandilen con el borlote, busquen mejor a los intelectuales que merodeen en las calles aledañas y bocacalles. Ésos son los peligrosos, son los que importan; simpatizan con el movimiento No al Novillo pero están agazapados y no se abren. Hay que clacharlos infragati“. A la misma hora, en los alrededores del Teatro del ITSON, los canales sociales mostraban su generosa capacidad de convocatoria; a partir de las cuatro cuarenta, miles de ciudadanos llegaron dispuestos a manifestarse inconformes con El Novillo, se arremolinaron formando corrillos de charla nerviosa y facilona.
Pasando las cinco y media, con retraso que pareció calculado, alguien dio el banderazo y el contingente movió las piernas para enarbolar el descontento colectivo; primero indolente y, conforme se asentaron las plantas al pavimento, la columna entera gritó incansable el estribillo ¡NOVILLO NO, PLHINO Y DESALACIÓN SON LA SOLUCIÓN! A la vanguardia se mantuvo una veintena de encendidas jovencitas que en el trayecto sostuvieron la manta plástica larguísima, del piso al cuello y de banqueta a banqueta, sobre la calle Miguel Alemán.
La columna se movió rítmica al paso que marcaban las jóvenes mujeres de Cajeme. Desde el sitio de reunión pasaron al monumento del indio Tetabiakte, erigido a la entrada sur de la ciudad, y de allí enrutaron los pasos hacia el norte, hasta llegar al templete ubicado en las inmediaciones de la confluencia que hacen la calle Miguel Alemán y la avenida Náinari. Encaramados en las enormes ruedas de los rugientes dragones motorizados, que eso simulan los enormes tractores modernos, tractoristas y periodistas junto a fotógrafos de ocasión, fueron los testigos privilegiados que siguieron el río humano que abarcaba la calle, de lado a lado y tres manzanas de fondo.
Otros ciudadanos se sumaban al mitin desde el oriente de la calle Allende o acudían del norte de la ciudad y aparecían por la parte posterior del templete, armado esa tarde sobre el asfalto. Por todos los puntos, a prudente distancia y sobre el arroyo de las calles, los agentes de tránsito atravesaron las motonetas o sus patrullas para desviar el tráfico vehicular. Enronquecido, Abraham Montijo, arengaba a la multitud para encenderla y refrendar con la gritería el rechazo al proyecto de entubar el cauce del Río Yaqui.
Primero cedió el micrófono a Beatriz Marina Bours Muñoz, que abrió su ponencia con palabras suaves, de concordia, tratando de encontrar y proponer el justo medio entre el rechazo beligerante del acueducto El Novillo-Hermosillo y la opción de desalinizarle agua al Mar de Cortés. Serena, sin apologías ni diatribas, mientras la distinguida dama miraba al fondo de la mancha humana, o dominaba el pánico escénico, lanzó el llamado urgente para hermanar cuanto antes las voluntades de los sonorenses.
En su turno, fiel al estilo grandilocuente y recargándose en retruécanos, Alberto Vizcarra comenzó la encendida jerga dándole un severo repaso al alcalde “Manolo” Barro, al que se refirió sin mencionarlo por su nombre con la siguiente frase: “Cuando un alcalde, cuando un alcalde le da la espalda a su comunidad, pierde su legitimidad; por eso, por eso Cajeme ahora se siente representado en sus ex alcaldes”. En el momento saludó con un gesto a los ex alcaldes Raúl Ayala, Félix Holguín, Gastélum de la Vega, Javier y Ricardo Bours, que desde sus sitios atendían los giros del discurso; y de inmediato, ceremonioso, agradeció la presencia de los munícipes que precedieron a Barro en el cargo, al senador Javier Castelo y al diputado federal Rogelio Díaz Brown.
Breve pausa de por medio, el orador jaló aire y enderezó las metáforas contra la iniciativa del gobernador Guillermo Padrés, que en su programa Sonora SI, propone canalizar agua de la presa Plutarco Elías Calles a la ciudad de Hermosillo, a través del tubo que garantizaría gastos anuales de 75 millones de metros cúbicos. Siguió durante largos minutos entreverando la retórica ampulosa con señalamientos lapidarios, como si pretendiera ahuyentarse los fantasmas de la privatización del agua, que dijo, amenazan el cauce del Río Yaqui.
Aquel tremendismo provocó que el diputado Faustino Félix, a dos metros del pódium, entre sorprendido y divertido, externara el desacuerdo con la jerigonza alarmista a través de la mirada y dibujando sonrisas incrédulas con labios entreabiertos. A su derecha, el senador Javier Castelo, adversario en lides partidistas pero correligionario en cuanto a oponerse al acueducto, absorto y callado, ponía el pensamiento a cien kilómetros del discurso incendiario de Vizcarra.
Montijo memorizó el saludo cahíta y dedicó la frase a los yaquis atentos en la primera fila: “Dios enchanahua, ketchemaleya” y ellos le correspondieron. En un instante retruena en la atmósfera el regionalismo profundo cuando deja micrófono, bocinas y trompetas a la orden de la voz designada por la Nación Yaqui. “Éste salvó la tarde”, indica la súbita voz femenina que sobresale al gentío. Se refería sin dudas a Tomás Rojo, vocero de la tribu yaqui, el que empezaría murmurando saludos en idioma cahíta, con los que le dio trancazos a la mollera de la modorra, en la que había caído el mitin tras la lectura monótona de otros pronunciamientos.
En su intervención, Tomás Rojo acudió al reclamo de la propiedad ancestral del Río Yaqui y recordó el decreto presidencial por el que Lázaro Cárdenas devolvió a la Nación Yaqui el usufructo proporcional de territorio y aguas. Rojo pondría las coordenadas de la improvisación al mensaje: “Disculpen que no traiga papeles para leer, pero lo que tengo que decirles, los Yaquis lo traemos escrito en el alma…”. Para calmarse, asentó las referencias conocidas: “Nos tenemos que referir a Norman Borlaug, que escudriñando las semillas potenció la producción del Valle del Yaqui para beneficio del mundo”.
Larga pausa del orador yoreme, silencios que a mi derecha desgarró el cobanagua José María, musitando en castellano apenas audible: “se le olvidó discurso”; después masculló para sí, fuerte, en idioma yaqui, palabras que prefiero guardar en el baúl de las joyas perdidas. Estimulado por otra ovación, Rojo Valencia respiró hondo y retomó el meollo del mensaje: “Si se atenta contra el Río Yaqui se atenta contra la Nación Yaqui”. Reconfortado, el disertador indígena tuvo tiempo para hacer el juego de palabras que avivó la carcajada general, y que sería el motivo por el que la dama lo juzgó el salvador de la jornada: “De aquí del Valle del Yaqui sale el pan para el mundo, pero el pan que sirve para comer… no el PAN de las elecciones”.
Dueño del auditorio y espabilado, Tomás Rojo pronunció la proclama que en tiempos de paz suena a advertencia, la misma que entre bramidos de tambores de guerra sería amenaza: “Vámonos preparando para poner campamentos en El Novillo. Si es necesario nos meteremos en el tubo, pero esa agua no sale del Río Yaqui”. Tajante, aguerrido, peleonero, culminó entre aplausos de yoris y yoremes, al grito de: “No podemos permitirnos el lujo de la lucha laight. Nosotros no nos rajamos ni tampoco nos vendemos”.
Para concluir, Abraham Montijo instó a todos a que se entonara el himno nacional y llevó la primera voz. Después se dio tiempo de exculpar a Cuauhtémoc Cárdenas, de quien argumentó compromisos que le impidieron sumarse a la Segunda Marcha, a la que fue invitado por la tribu yaqui. Con el chisguete de voz que restaba, Montijo multiplicó los agradecimientos, prometió otra marcha a los manifestantes que huían en desbandada, perdiéndose en la cuadrícula urbana de Obregón. La noche caía cuando los señores del presídium saludaban personas de su confianza o a seguidores, en tanto que algunos repartían tarjetas de presentación. Siempre reclamado, retrasándose al lado de la gente que lo busca, el diputado Rogelio Díaz Brown hizo nuevamente de la escalera a la plataforma, la extensión de su oficina: concedió audiencias y entrevistas, o palabras de aliento y consuelo, como lo aclaró hace pocos días.
Para ese momento, los lentes negros colgaban del primer botón de muchas camisas y blusas; Mario contaba y recontaba la docena de algodones de dulce ensartados en la garrocha y ponía ojos tristones sobre la vendedora de palomitas de maíz, quien multiplicaba manos y dientes para entregar los pedidos, testos de chile, limón y chamoy, que exigían a gritos las locuaces jovencitas que cargaron la manta. La tarde empezaba a convertirse en oscuridad y la calle en soledad, mientras en un punto de la avenida Allende el agente Hugo Amado encendió la motocicleta, despejó los carriles y en un momento arrancará a reportarle el parte “sin novedad” al comandante Monares, en otro, Alejandro de La Torre, “El Búho”, encaminaba a los Yaquis llegados de Pótam, se fajaba la cachucha de centinela al lado del cobanagua Librado Valenzuela y prometía reportajes a domicilio.
Quedó claro. Esta vez no hubo ni habría marchas paralelas ni del día siguiente. A los operadores políticos les bastó contar las pérdidas del 6 de marzo, para caer en cuenta que la afirmación al acueducto no palpita en el sentimiento de los cajemenses. A estas alturas también habrán sopesado la inoperancia de la contrapropaganda mediática frente al poderío de las redes sociales. Fracasó rotundamente la “operación comando”, a cargo de altos funcionarios del gobierno estatal, por la que acapararon los espacios públicos de Cajeme en la primera semana de mayo del 2010. También será la hora de evaluar las inutilidades que arroja la forzada reemergencia de los spots radiados, testimoniando apoyos, cuya autoría nadie reconoce y ninguno reclama.
De nada valieron las tretas que minimizaran o suprimieron la figura del alcalde Manuel Barro, hasta “borrarlo” a lo largo de la semana de las actividades públicas y de las declaraciones. En la plaza pública, “Manolo” sigue siendo el primer gran perdedor, de manera que el secreto para que remonte capitales políticos está escrito con jeroglíficos yaquis. Y si tal acontece en la aldea Cajeme, en otro orden, conforme avanzan los días las divisiones entre los sonorenses aumentan: empezamos a coexistir en el territorio de Sonora, los sonorenses del norte y del sur, los sonorenses víctimas y los bandidos, los sonorenses malos y los buenos, los sonorenses que dicen sí al acueducto y los demás que se les oponen. Es urgente detener los embriones de odio que surgen en las regiones de Sonora, y que sea pronto, porque de otra manera los daños alcanzarían a los propios promotores.