Para ellas no hubo agasajos ni frases bonitas. Este 10 de Mayo fue un día más para que estas madres se enfrentaran a la desesperanza, a la ausencia de solidaridad y a la indiferencia burocrática.
Desde hace cinco años y siete meses así ha sido para ellas. El mismo suplicio desde sus hijos fueron detenidos y recluidos en prisión por su presunta participación en el robo millonario a la empresa de seguridad Sepsa.
De los detalles de aquel robo todos aquí se acuerdan. Lo que nadie recuerda, al menos así parece, es que hubo tres jóvenes a quienes se inmiscuyó en este caso, tres jóvenes cuya culpabilidad nunca se demostró plenamente, pero sobre ellos cayó todo el peso de la ley para recuirlos desde entonces en una prisión que tal vez nunca pensaron conocer.
Sólo sus madres y parientes cercanos conservan la indignación y la esperanza de que se haga justicia. Y este 10 de Mayo estuvieron de nuevo manifestando su reclamo y pidiendo a las autoridades que hagan algo por sus hijos.
María Nieves es madre de Rafael Guzmán; Adriana lo es de Manuel Altamirano y María Elena de Gregorio Delgadillo. Tres madres luchando por liberar a sus tres hijos.
La injusticia
En el caso Sepsa se manifiesta de manera cruda, violenta, el manejo tortuoso de la justicia en México.
El escándalo que produjo el robo multimillonario, pero sobre todo la presión de la compañía aseguradora que debía pagar el ilícito, obligaron a las autoridades a buscar culpables y exhibirlos lo más pronto posible.
A esta presión se añadía el afán del gobierno de Eduardo Bours por mostrar desde sus inicios mano dura contra la delincuencia y contra todo aquello que alterara la tranquilidad de la clase dirigente.
En poco tiempo todos los activistas sociales, dirigentes sindicales y en general líderes populares que atentaran contra ese orden habrían de pagar las consecuencias con cárcel.
A esta forma de concebir la sociedad y la justicia, corresponde el juicio contra los hijos de Nieves, Adriana y Elena.
Los tres muchachos no tenían antecedentes penales y su perfil sicométrico, riguroso de acuerdo con la política de contrataciones de Sepsa, demostraba que eran ajenos a la naturaleza delictiva.
Los tres eran buenos muchachos, recuerdan sus vecinos. Incluso a uno de ellos, a Rafael, se le vio muchas veces organizando a los jóvenes del barrio en torneos deportivos y otras activyidades positivas.
Tal vez su único error fue estar en el lugar equivocado en el momento indebido. Pero no podía ser de otra forma porque trabajaban en Sepsa para sostener a sus familias.
Rafael era el que abría la puerta cuando llegaba la camioneta blindada al almacén de la calle Sufragio. Manuel cuidaba las armas y Gregorio era el encargado de la bóveda.
Cuando ocurrió el cuantioso robo, el más grande en la historia regional, sin contar los que se han hecho desde el amparo del poder, los tres jóvenes se preocuparon por lo que afectaría a sus trabajos. Pero fuera de eso, dicen sus madres, se sentían tranquilos porque "el que nada debe nada teme".
La tranquilidad duró poco pues a las pocas horas empezaron a sentir el acoso de las autoridades policiales. Y cuando Rafael se dio cuenta un día que lo vigilaban desde una camioneta de la Policía Judicial, empezó a tener miedo.
"¿A mí por qué?", le preguntaba a su mamá.
Hoy Nieves y las otras dos madres responden:
"¿Por qué? Porque somos pobres, porque necesitaban agarrar a alguien que no tuviera con que defenderse ni pudiera hacer presiones o amenazas. Necesitaban fabricar culpables".
Los sucesos ocurridos después de las detenciones y durante el proceso judicial parecen darle la razón a las tres madres.
Nunca se probó plenamente la complicidad de los tres jóvenes, jamás desde entonces se vio algún cambio en el estatus económicos de sus familias. Éstas siguen tan pobres o más que entonces.
Pero a Rafael, Manuel y Gregorio se les impuso la pena máxima.
No hubo para ellos ni quiera la verborrea jurídica que se aplica en otros casos para proteger a los presuntos. Por ejemplo, los dueños de la guardería ABC.
Tres madres insisten, luchan
Desde entonces Nieves, Adriana y Elena han hecho todo lo que está a su alcance por liberar a sus hijos.
Han acudido ante los medios de comunicación. Pero el caso pronto dejó de ser noticia y pocos le dan la atención que ellas reclaman.
Van y vienen con los abogados que quieran oírlas, pocos se atreven a tomar el caso. La defensa legal que tuvieron al inicio fue solvente, pero el fallo parecía dictado de antemano e inamovible para siempre.
A la llegada del gobierno del Nuevo Sonora, vieron una pequeña oportunidad de que las cosas cambiaran de verdad para sus hijos y para ellas. Pero hasta hoy todo parece igual.
Siguen luchando solas. Tres madres humildes contra el poder judicial, contra el burocratismo gubernamental.
Tres madres humildes que reclaman solidaridad con gritos ahogados en la indiferencia social.
En el Cereso sus hijos esperan una respuesta, una luz prometedora de la libertad. Y ellas buscan esa luz debajo de las piedras.
Pero son muy pobres.