En la lupa
Guillermo Noriega
Jueves 13 de Mayo de 2010

En nuestro País cualquier tema que necesite resolverse se convierte en un problema, se estanca por falta de acuerdos y es así como surgen las propuestas de sistemas facilitadores de mayorías artificiales, pues consideran que es imposible cambiar el gen mexicano del no al acuerdo.

Me explico. Un tema cualquiera que ingrese al Congreso inmediatamente se partidiza, los políticos ven por el partido y no por su distrito; los que no están en el Gobierno se oponen automáticamente para ganar “cartitas” de poder para intercambiar en otros asuntos; los que están en el poder se quejan de chantajes y, como resultado, tenemos a un País estancado.

Y como aderezo agrio, cuando se llegan a tomar decisiones, los incentivos realmente fueron oscuros, es decir, que realmente no tienen que ver con el interés general.

Cualquier tema difícil nos permite ver que la sociedad mexicana tenemos una dificultad natural para ponernos de acuerdo en temas sensibles y una facilidad enorme para la simulación y la manipulación.

Es curioso lo que sucede. Por una parte somos una sociedad desconfiada de todo y todos y por la otra somos conformistas, inactivos, poco participativos y, para acabarla de amolar, quejumbrosos.

No confiamos, pero es más cómodo quejarse que hacer algo.


No se necesitaba participar

Nuestra historia democrática fue construida con la sumatoria de los siguientes elementos: Un Presidente autoritario y omnipresente, un partido omnipotente que administraba el poder y la ambición de diversos grupos; varios sindicatos, federaciones, confederaciones, asociaciones, colectivos de asociaciones, etcétera, creados precisamente dentro del mismo sistema para garantizar “base social” y donde se daban las pugnas, luchas y demás.

Todo el sistema funcionaba con el factor común de reglas no escritas de disciplina partidista y la conocida lealtad al Presidente.

Fuera de ese sistema de democracia simulada, allende algunos esfuerzos por impulsar una izquierda combativa o una derecha electoralmente competitiva, el mejor factor de gobernabilidad era que “gozaban” de una población mayoritariamente apática, poco educada, que no conocía sus derechos y, si los ejercía, debía ser a través de los conductos de gestión político-partidistas.

Nada se movía si no era bajo la lógica del círculo vicioso favor-gestión-complicidad-compromiso-voto-favor-gestión- y así sucesivamente.

Salir de ese paradigma y darse cuenta de la realidad del sistema era como salir de la Matrix, abrir los ojos a una realidad horrible por sí misma: Una población pobre pero quieta, mansa y conformista, sin ambiciones de comunidad, corrompida y corrupta, con algunos valores religiosos (que no morales) pero sin valores de ética pública (como el rechazo a la mentira pública, a la corrupción, la honestidad, etcétera).


Público y político versus partidista

Esa masa ‘cuasi-zombi’ era al principio mayoritariamente rural, ahora lo es urbana, pero se sigue manteniendo al margen de los asuntos públicos precisamente porque se entiende como ingresar a un asunto político que a su vez se entiende como sinónimo de partidista. No es así.

Me explico el cambio de paradigma en los nuevos tiempos: como que público y político van de la mano, pero no necesariamente lo partidista.

Lo público es lo que es propiedad de toda la comunidad: Las plazas, las escuelas, las calles, los hospitales, los derechos, el dinero de los impuestos (presupuestos), etcétera.

La definición más rápida de “política” es aquélla que dice que es el arte de llegar a acuerdos en un grupo (no necesariamente partidista).

Participar de lo público para mejorarlo, para vigilarlo que cumpla con sus fines, etcétera sí implica que los ciudadanos se organicen y hagan política (llegar a acuerdos), pero no tiene que ver con los partidos (que debieran ser estrictamente para ganar elecciones).

Es ahí donde tienen fundamento las actividades de ciudadanos apenas organizados participando de lo público pero alejados de los partidos.

Al igual, es así como me explico por qué muchos millones más no participan y no tienen la mínima idea de que pueden y deben hacerlo.

Si no hay organización social, no hay base social dónde ponernos de acuerdo en lo más mínimo, desde dónde exigir representación efectiva o simplemente resultados.

A lo mejor ése es el sistema al que se aspira desde el poder, pero dudo mucho que sea el que se aspira desde la ciudadanía.

¡Hasta pronto!

Guillermo Noriega Esparza
Internacionalista, UNAM y director de Sonora Ciudadana A.C.
Correo: noriega@sonoraciudadana.org.mx

 
 

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