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El oficio de asalta bancos es casi tan viejo como el de la prostitución y en ambos casos coincide un punto que les permite estar vigente hasta nuestros días. Bueno, dos. El primero es que llegaron para quedarse, para eternizarse al lado de la humanidad que los prohija y, dos, que nadie puede con ellos. En mis tiempos de reportero policiaco, cuando todavía se sorprendía uno con este tipo de atracos, era todo un festín para los medios y quienes gustábamos de la redacción caliente este tipo de sucesos. El asunto cobraba tintes del viejo oeste cuando el asalto era perpetrado entre dos o más tipos que encañonaban a una de las cajeras o el gerente del banco, y se decía en los titulares que el nuevo asalto al banco fulano de tal alcanzaba signos peliculescos cuando el jefe de la banda se hacía de uno o dos rehenes. Y, claro. Cuando los rufianes se llevaban consigo a uno de los rehenes e intercambiaban bala con los agentes de la ley,--- cuando todavía los agentes eran representantes de la ley y no estaban al servicio de determinado hampón, como ocurre allá por rumbos de las termópilas, que conste, nada que ver con estas latitudes--- la nota daba para mucho más y en un descuido, hasta para un libro. Ahora para lo único que podría servir es para formar parte del libro, pero de obituarios, toda vez que alguien se pusiera a extenderse en las ramificaciones del crimen organizado, ese mismo que está por todas partes y se da tiempo para designar hasta a los mismos jefes policiacos. De los muchos atracos bancarios que recuerdo, hay dos que se han quedado para siempre en la memoria del columnista. Bueno, dos y dos. Los dos que han pegado los hampones y, al revés; los dos que los bancos le han ligado a los cuenta habientes. El del Arbolito que dejó en la ruina y listos para la cruz del norte a algunos ahorradores del llamado arbolito (Crédito y Ahorro del Noroeste) y el que Bancomer le asestó a algunos pudientes ahorradores de la localidad, caso del que el prestigiado abogado Miguel Angel Tapia sabe y bastante. Del segundo que pegaron los hampones, los de las pistolas, no los de cuello blanco (de esos me encargaré en otra colaboración) es el que se registró en los Mochis con tan grande repercusión en la región que hasta allá acudimos algunos reporteros de casa. Ocurrió que los rateros corrieron con tan mala suerte que al momento en que ya se iban les cayó la policía. Al verse rodeados, la única salida que tenían era salir de la mano de uno de los muchos clientes que se encontraban en esos momentos a la hora del asalto o bien, de uno de los empleados bancarios, pero en calidad de rehenes, optando por lo segundo. La persecución, que se hizo por tierra y aire duró algunas horas y se prolongó hasta el otro día. Finalmente se impuso la ley y el orden y los bandidos tuvieron que rendirse y dejar libres a sus rehenes. Del primero de los asaltos es doblemente recordado porque ocurre que fue el primer asalto que se registró en Cajeme y del que se da cuenta en el Libro Cajeme de Ayer del extinto cronista cajemense, Miguel Mexía Alvarado y que leí hace ya algunos años. Este ocurrió una mañana del 16 de junio de 1947 y coincide con la cifra que se llevaron los hampones que este pasado sábado “ estuvieron de visita en la sucursal Banamex, sucursal Plaza Valles, situado en 5 de febrero y 300, a menos de un kilómetro de la jefatura en donde todavía despacha el doctor Landeros. La institución asaltada fue el llamado Banco Agrícola Sonorense, ubicado por esos días en la esquina de las calles Guerrero y Sonora, en donde actualmente funciona el banco HSBC. Cuenta la historia que el solitario hampón, un tipo de escuálida figura se presentó ante el sub gerente del banco, Antonio García, como a eso de las doce del mediodía y tras encañonarlo con pavoroso revolver . 38 lo hizo que lo llevara ante los cajeros, siendo estos los cajemenses, José Agustín, el Cuté Vázquez y el conocido empresario mueblero, Raymundo, el Monono, Ramos, propietario también de la sala de espectáculos y eventos, Centro Magno. El tipo les exigió precisamente 35 mil pesos, mediante un atento mensaje que nada tiene que ver con el que tuvo que leer hoy, 63 años después, la cajera del Banamex, este sábado anterior. El mensaje del 16 de junio del 47 decía lo siguiente: “No hagan ningún movimiento, sus vidas peligran. Y apresúrense porque hiede a pólvora. Su atento y seguro servidor; El Dijuntito”. Ante tamaña advertencia, nuestros cajeros no tuvieron otra que ceder a los amenazantes deseos del “Dijuntito” y le entregaron una bolsa en la que, sin saber, el asaltante se llevaba 19 mil cincuenta pesos. Con la bolsa en su poder, el maleante enfiló con rumbo al sur saliendo a la 5 de Febrero por un pasillo en donde ahora se halla la taquería La Colonial, de la familia Marín y en la esquina de la 5 y la No Reelección, aborda un taxi que fue conducido, hasta Pueblo Yaqui por Salvador González, El Matón, quien dedicó sus últimos días a la gestoría de placas y licencias. Ya en la tierra de Alma Grande, el delincuente le exigió al matón que lo llevara con rumbo a Navojoa, pero éste le dijo que tendría que cargar gasolina, situación que no aceptó y ahí mismo (ese fue su error) optó por abordar otro taxi que iba pasando por el lugar y la emprendió con rumbo al Mayo, con tan mala pata que ahí en Bacobampo ya lo esperaba un fuerte contingente de policías con los que intercambia bala, matando al jefe policiaco, Manuel Vilchis. Con la pistola descargada y sin más parque, el “Dijuntito” decide entregarse a los municipales que de inmediato lo pusieron a buen recaudo. En sus primeras declaraciones, el primer asaltante de un banco en Cajeme dice llamarse José Martínez Aguilera, oriundo del Rosario, Sinaloa, tierra de Lola, la Grande, y horas después, ante el Ministerio Público, se cambia el nombre por el de Antonio Flores González. Finalmente, se aclaran dos cosas; el verdadero nombre que fue el de Pepe Martínez Aguilera y los motivos que lo llevaron a convertirse en el primer asaltante bancario en el sur del estado; requería los 35 mil pesos para atenderse de la terrible tuberculosis que le afectaba y que posteriormente lo llevó a la muerte, cuando se hallaba recluido en la cárcel de Tetanchopo, en Navojoa. Y Colorín colorado!. En otras cosas, ya vamos mejorando en cuanto a la inseguridad; mientras que el titular de la PGR, Arturo Chávez trata de enredarnos la pita al decir que lo de Juárez nada tiene que ver con narcoterrorismo, don Felipe Calderón ya ha empezado a reconocer que la inseguridad se enseñorea por los caminos de México, lo que ya es mucho decir. Sugerencias y comentarios; premiereditores@hotmail.com |
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