- Ya tenemos dos motivos más para celebrar en el bicentenario de la Independencia: los matrimonios gay y la adopción de inocentes criaturas por parte de éstos.
Maicear, tirar maíz a las gallinas o los pichones, es un término que, aunque tiene sus orígenes campiranos o rancheros, es un terminajo muy mexicano que en su sentido peyorativo se ocupa para ilustrar o pintar el acontecer político nacional. Esto es, la forma en que se las gastan nuestros ínclitos grillos en los diversos frentes en que se sacrifican a favor del pueblo. Así decimos que a los diputados del Verde Ecologista o a los regidores del PSUM se les “maiceó” para que jalaran con el gober precioso o con el alcalde de Tejeringo, el chico, en tal o cual propuesta de reforma. Dicho al estilo franco y sonorense del jefe invicto de la Revolución, don Alvaro Obregón, no hay, hasta la fecha, quien aguante un cañonazo de cincuenta mil pesos. De los de antes y los de ahora. Para el caso es la misma maiceada. Aunque aquí cabe hacer la pertinente aclaración que así como hay quien se auto flagele, también hay quien se auto maice, como recién acaba de ocurrirle al primer presidente del senado de extracción de izquierda, si, pero que cobra muy bien con la derecha y que para más señas, acaba de adquirir, el angelito, una pick up, cuyo costo, con cargo al erario ( ojo, está demás agregar la palabra público, el erario, aquí y en China es público, nunca será erario privado o particular ) es ni más ni menos que de 578 mil pesos.
Hecha la pertinente aclaración por si aún quedara por ahí algún inocente cristiano sobre la faz de la tierra que desconociese el término en cuestión, no sé hasta donde tendrá razón el señor cardenal don Juan Sandoval Iñiguez cuando advierte que los señores ministros de la Suprema Corte de Justicia de este país, fueron maiceados para que votaran a favor de la iniciativa de ley propuesta por el gobierno del DF y que avala no solo los matrimonios entre homosexuales, sino hasta la adopción de niños por estos, una vez constituidos en matrimonio, en lo que si coincido con él, es en la aberración en que se cae al autorizar, ya no el matrimonio en si, sino la adopción de niños por parte de estos los que a fin de cuentas, no tienen ningún velo en el entierro y si, en cambio, son colocados ante una situación de la que son completamente inocentes.
Ciertamente, el nacer homosexual no es una preferencia que adopte el individuo por mutuo propio; es como el caso del zurdo o el estrabismo; ninguno de los dos tuvo opción a escoger. El homosexualismo, como la relación de hermano, hermana, o de hijo a padre, y viceversa, tampoco es cuestión de gustos o de selección a parte del interesado. Ciertamente en el caso de la adopción, tampoco al niño se la da el derecho de escoger entre quienes serán sus padres adoptivos, pero si, al menos, quienes estaban a su cuidado, en este caso, el Estado mismo, velaba porque las criaturas tuvieran un padre y una madre que cuidara por ellos, de ahí que nada mejor que un matrimonio legal y espiritualmente constituido era y sigue siendo el mejor destino para cualquier ser que carezca del cuidado de sus padres biológicos, por las razones que usted quiera y mande. Volviendo con don Juan Sandoval, tiene el barón del santo sayal ( bueno, no tan burdo, que conste ) un argumento del que no ha echado mano a la hora de su enfrentamiento con los hombres de la toga y birrete y que se explica por si mismo en la etimología de la palabra matrimonio: “ Matri- munium” que deriva del latín “Mater” que significa madre y “ Munium” que significa “ deber, función, cargo”, o sea, el derecho que adquiere la MUJER que lo contrae para poder ser madre dentro de la legalidad. Para acabar luego, mandato divino, porque la condición de mujer, la sublime condición de hembra, de mujer, de ser madre, sencillamente es un mandato divino que en ningún momento puede subordinarse a la enajenación, a la aberración (de aberrare, lo que se tuerce, de ahí la definición de mente aberrada) de la ley del hombre.
Porque la condición de uno y otra se encierra en una sola expresión contra la cual no hay defensa ni enmiendas legaloides; Porque yo soy hombre y tu eres mujer. O como bien remata en su pieza poética el vate Salvador Díaz Mirón en “A Gloria”; “Confórmate mujer, hemos venido a este mundo que abate; tú, como la paloma para el nido, y yo, como el león para el combate”.
A lo largo de la vida, el columnista ha tenido amigos de chile, de queso y de manteca, tontos (los tamales ) y mixtos. Algunos de ellos, grandes amigos, hasta la fecha que, como gente inteligente, o saben guardar muy bien la distancia o de plano, no he sido su tipo. Algunos más o menos reservados y aquellos a los que poco les valió lo que dijera la gente. Nicolás Mariscal Páez, el Yale, además de instructor (en box, en box, no te calientes plancha) solía hacer gala y mofa de su condición de homosexual y con la que supo granjearse muchos amigos y que no fue impedimento alguno para haber obtenido el campeonato de la costa del pacífico en esta dura profesión de los catos. El aceptaba, por ejemplo, que su homosexualidad era a toda prueba y la describía con este pasaje: “Yo he sido lo que soy desde chiquito; recuerdo que cuando mi papá me llevaba al mercado, me decía; a ver mijo, agarre lo que le guste; y yo agarraba una muñequita, y entonces él se enojaba y me decía, no sea maricón, ca….agarre algo de fierro; y entonces tomaba una planchita”. No había duda!
De lo que tampoco hay duda es que ya hay al menos dos motivos más para celebrar en este bicentenario de la independencia y cien de revolución; los matrimonios gay y las adopciones de inocentes criaturas a manos de estos. Ni modo, así pasa cuando el corazón late a la izquierda y cuando el carnal Marcelo (Ebrard ) amanece con la hormona alborotada. Por si quedara alguna duda de la injusticia que se pretende cometer con los niños, te entrego, por último, lector, la Plegaria de los Niños Huérfanos de Fernando del Paso.