A menudo los reporteros de provincia son los que ponen el pecho (y la vida) sin que nadie se entere. En cambio, si uno grande y que ni es periodista, se ve invadido en su intimidad, medio México pone el grito en el cielo. Así es esta profesión, así funciona el “sistema de las estrellas”.
Van once en 2010. Con el asesinato de Carlos Alberto Guajardo, del Expreso de Matamoros, se ha roto la decena trágica. Enfilamos a uno de los años más violentos en contra de los periodistas en la primera década del siglo XXI. Los once han estado en la línea de fuego del crimen organizado. Los once han muerto sin que las autoridades hayan atrapado a ninguno de los asesinos.
México no es Colombia. Aquí cada quien se rasca con sus propias uñas. No hay quien defienda ni proteja a los periodistas en cobertura de la guerra frontal que el gobierno federal está dando —por fin— en contra de los carteles de la droga. En la frontera —Matamoros, Reynosa, Nuevo Laredo, Piedras Negras, Ciudad Juárez, Tijuana…—, ser periodista es sinónimo de ser posible víctima del narco.
Recuerdo muy bien cuando entrevistaba a Blancornelas. Me decía siempre que el poder del narco era más grande de lo que creía el gobierno. Que su capacidad de corrupción tocaba las fibras íntimas del aparato policiaco.
Y que la mejor aliada que tenían los que atentaron contra su vida —y los que asesinan periodistas a mansalva— era la impunidad. He aquí un hecho palmario: de once asesinatos en 2010, los once han quedado “limpios”: nadie sabe, nadie supo, nadie vio nada.
Por lo demás, no solamente es el narcotráfico lo que mata a los periodistas. Lo es, también, el robo, la trata de personas, las redes de prostitución y un largo, muy largo etcétera que compone el rostro del horror en el que se ha convertido México en los últimos tiempos.
En una reunión reciente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Roberto Rock, de El Universal, dijo: “Por supuesto que la libertad de expresión está amenazada en México o por lo menos en áreas muy amplias del país. En las dos terceras partes del país hay a la hora de escribir una preocupación sobre qué reacciones puede traer esa información con los criminales no sólo el narcotráfico sino en otros temas como el secuestro o los robos de autos, piratería, trata de blancas, secuestro de menores…”.
Y, más adelante, agregó: “Han habido investigaciones de reporteros en ciudades grandes y pequeñas que cuando empiezan a indagar sobre indocumentados, acaban con que se encuentran con bandas del crimen organizado y que (son) las mismas que han copado a las autoridades”.
Así las cosas, el panorama es complicadísimo. Y todavía hay quien acusa a los reporteros de encubrimiento. “Plata o plomo” no es la mejor disyuntiva para ejercer una profesión que es como el termómetro de la democracia.