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Creo que la televisión es muy educativa. Cuando alguien la enciende me voy a leer un libro. Por todos lados escuchamos decir que estamos asistiendo a la muerte del libro. Que los días del libro están contados. Que en medio de la era de la tecnología, ya no hay lugar para éste y que las bibliotecas pronto se volverán una especie de museos de objetos obsoletos. Las librerías, se dice, muy pronto serán cosa del pasado. Nos dicen que la tinta y el papel cederán su lugar completamente, más pronto de lo que pensamos, al libro electrónico. Por supuesto que es muy cómodo cargar consigo volúmenes enteros en un aparato delgado, fácil de transportar y que puede llevarse a todos lados. Sin embargo, un libro es algo físico. Es un cuerpo con personalidad propia. Su alma es la historia que narra. Su lugar en el mundo lo define su forma, su tamaño, su color, su olor. Es un habitante más de nuestra casa. Lo reconocemos, lo identificamos como “alguien” especial. Le hacemos una oquedad entre otros de su misma “especie” en alguno d nuestros libreros. Nos sentimos tranquilos de que esté ahí, en su sitio, entre nosotros, para recurrir a él cuando lo necesitemos, cuando queramos volver a tener una conversación íntima con él. Es nuestro cómplice, nuestro amigo, nuestro allegado. Muchos de mis recuerdos más placenteros de la infancia, tienen que ver con los libros. Recuerdo a mi madre preocupada por tener a tiempo el “abono” para el señor que iba cada mes, puntualmente, a cobrar por las enciclopedias Salvat, El Tesoro de la juventud, El Quillet y Los clásicos. Mi madre solía decir que no había mejor inversión que los libros. También recuerdo las tardes de invierno, sentada a la mesa del comedor, mientras ella hacía manualidades, yo le leía alguna de las historias de mi tomo favorito del “Libro de oro de los niños”. Además, no había nada en el mundo que disfrutara más que el que alguno de mis hermanos me leyera alguna historia antes de dormir o leerla yo misma, cuando ya podía hacerlo. Este es un hábito que aún conservo y que sigue siendo todo un ritual previo al sueño. Durante un tiempo fui editora independiente. Me dediqué, entre otras cosas, a la formación y diseño tipográfico y de interiores para editoriales como Planeta. Tuve oportunidad de ser parte de la “creación” del cuerpo físico de los libros. Me involucré en el proceso del diseño de la portada, hasta la elección del papel, del tipo de letra, de la formación de páginas, hasta su impresión. Conocí los llamados “tipos móviles”, que aún se utilizan en algunas imprentas y a quienes los viejos tipógrafos, celosos de su oficio, conceden un valor especial frente a la nueva producción en serie. Aún puedo, con sólo pensarlo, evocar el olor a la “cola”, que es el pegamento que se utiliza para adherir la portada al lomo del libro. Conocí el arte amoroso de “coser” las páginas, con hilo (método cada vez menos utilizado) y, en fin, tuve el privilegio de asistir a cada una de las etapas de la transformación de un texto, en algo físico, tangible, vivo, real. Esta presencia física del libro, si bien es asistida hoy día por la tecnología (cosa que es muy valiosa, puesto que así se reproduce con más rapidez y es accesible a más personas), es lo que permite que tengamos una relación afectiva con él. Hace surgir en nosotros un apego, un afecto hacia algo que se ve, que se siente al tacto, que se huele, que se lleva con uno. El libro lleva impreso en su cuerpo no sólo las letras, sino alas marcas el tiempo (una mancha de café, un boleto del autobús o de algún concierto; la servilleta con algún numero de teléfono o alguna frase cogida al vuelo) Todo eso son revelaciones de cómo ha sido nuestra relación con él. Y eso, es insustituible. Por eso es que ayer, durante la inauguración de la 5ª Feria del Libro en Cajeme, pude constatar eso. El libro no ha muerto. Se siguen haciendo libros. Se sigue publicando. Se siguen ofreciendo a un mercado tal vez más reducido, pero no menos asiduo de conocer las novedades editoriales, o las reimpresiones de clásicos, o las recomendaciones de algún amigo o familiar. Daba gusto ver la curiosidad con que los asistentes, niños incluso, hojeaban las páginas, olían su interior, leían la reseña en la contraportada, preguntaban precios. A la par de la exposición y venta de libros, hay contempladas muchas actividades como presentaciones de libros, teatro guiñol, danza, música, cuenta cuentos, entre otras, por parte de la Dirección de Cultura Municipal, la Compañía de Teatro de Cajeme, ITESCA, UTS, Biblioteca Pública Municipal, Ponguingiola, ITSON, Intituto Cumbre el Noroeste, entre otras instituciones. Durante la conferencia magistral que ofreció el escritor tijuanense Federico Campbell, habló de la memoria. No sólo en términos fisiológicos, sino de la memoria registrada, en libros de historia, pero también en novelas, cuentos, relatos, etcétera. Habló acerca de cómo nuestra memoria es selectiva y va desechando aquello que le molesta, que le impide seguir adelante con su vida. Pero también de la evocación, del recuerdo, de la añoranza. Mencionó varios libros y autores que han sido una influencia en su vida y que le han permitido crecer no sólo como escritor, sino, más importante, como ser humano. Y terminó su intervención diciendo que leer nos sirve para vivir. Para aprehender el mundo en todos sus aspectos, con todos sus matices, con su placer y su dolor, con lo bello y lo horrible, con el miedo, la furia, la rabia, pero también con la ternura, la empatía y el amor. Y toda esa gama de sensaciones de las que es capaz el hombre, está plasmada en los grandes libros. Sólo hay que acudir a ellos. Hacerles una visita, como quien visita a un viejo y entrañable amigo. Sin prisa, con el ánimo de pasar una velada agradable. Solos, los dos, en un diálogo íntimo, placentero y enriquecedor. Por eso, para seguir dando vida a los libros y para vivir más intensamente nosotros, asistamos al CUM, a partir de hoy y hasta el sábado 20 a partir de las 9 am y hasta las 8 pm a vivir la Fiesta el libro en Cajeme. A celebrar la vida a través de los libros ¡Larga vida al libro! Teresa de Jesús Padrón Benavides |
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