Unas 10,000 personas convirtieron el Auditorio Nacional de México en una sucursal de La Habana el pasado lunes por la noche. Silvio Rodríguez se presentó ante sus más fieles seguidores y les regaló una noche para el recuerdo.
Todo empezó en la sorpresa... Y ahí estaba. Con su voz dulzona y que siempre parece estar a punto de resquebrajarse. Le acompañaba esta vez el Trío Trovarroco, tres músicos cubanos excepcionales que aparecieron en la penumbra de un escenario modesto para darle vida a un fino concierto.
Y así, con una guitarra esbelta y coqueta, un bajo acústico como levadura para la maza de sonido y un tres chillón que escupía arreglos de academia y pueblo viejo, Trovarroco dio espacio a la incursión del invitado de lujo, Silvio Rodríguez Domínguez, quien apareció vestido completamente de negro, con su cabello canoso muy corto, sus lentes y sus dos compañeras: Nyurka González y la guitarra. La primera es su actual compañera de vida, toca la flauta transversal y el clarinete en el ensamble; la segunda es la compañera de toda su vida, la que estuvo con Silvio cuando se embarcó en el pesquero Playa Girón, cuando le cantaba a Emilia en las noches sin rumbo, cuando intercambiaba versos con Roque, cuando defendía la revolución cubana en Angola. En fin, cuando la era paría un corazón.
Es “El escaramujo” que desencadena una avalancha de aplausos. Silvio suma su guitarra. La canción muere lentamente y el trovador aprovecha para saludar al público: “Muchas gracias. Buenas noches, México, lindo y querido. Aquí estamos una vez más, muy agradecidos por la forma con la que nos tratan siempre”, dice.
A continuación suena una habanera antigua. Silvio nos toma de la mano y nos lleva a 1975, a un campo de sueños, a conocer donde quería ir a jugar “En el claro de la luna”. Hay un silencio pasmoso para escuchar la canción. Comienza a gestarse entonces sobre las espaldas de los músicos un abanico de pinturas, de luces, de colores. Cuando la canción termina, el silencio se rompe con gritos histéricos y peticiones.
Silvio llegó a México para presentar también su último disco, “Érase que se era”, del que se extrae la siguiente canción en aparecer: “El papalote”, que en realidad es una canción vieja de Silvio, ahora arreglada con sus músicos actuales. Diez mil gargantas cantan: “El papalote. Cae, cae, cae... Cae”. Y caen muchas memorias. Recuerdos de infancia, elevando piscuchas.
En seguida llegan del público más gritos, más peticiones. A Silvio aquello comienza a irritarle: “Si tienen un poquito de paciencia, algunas de esas que están pidiendo se van a escuchar”, explica y luego presenta “Judith”, también del nuevo disco. Y luego recita el poema “Halt”, de Luis Rogelio Noguera, a quien el trovador define como “el mejor poeta de su generación”. Todo es preámbulo para presentar “Sinué”, esa canción en la que Silvio retrató sus memorias de los cuentos de “Mil y una noches”, y las pesadillas que hoy se gestan en Bagdad.
Y siguen los gritos, las peticiones. De pronto, alguien del público arremete: “Canta la que quieras, Silvio”, y este se lo toma con gracia y dice: “Hay una persona que me comprende”. Todos rompen en risas, pero Silvio pide un poco de silencio para explicar que la siguiente canción la escribió para dos de sus mejores amigos, mexicanos: Vicente Garrido y Marcos Huerta. Suena “Pedacito de papel al viento”.
Silvio presenta a su banda compuesto por Oliver Valdés, Rachid López, Maikel Elizarde y César Bacaró. Sabiendo que es el momento de sus músicos, Silvio abandona el escenario y les da la oportunidad de lucirse. Juntos dejan boquiabiertos a la multitud al interpretar “Chan chan”.
Luego llega Silvio y canta “Unicornio”, que hace un cuarto de siglo valía pan en las montañas, especialmente en las salvadoreñas. Mitología a la que él mismo le dio un hogar guanaco en el disco que lleva el mismo nombre.
Y llega “La era está pariendo un corazón”, que surge con un arreglo peculiar, como si fuera la versión del disco precoz de 1977, llamado “Cuando digo futuro”.
El final está anunciado. Silvio y sus músicos amagan con retirarse en repetidas ocasiones. De hecho, lo hacen, pero regresan siempre ante el rugido de la multitud.
Y así llegó el final del concierto. La era parió un corazón y este, música. También parió una velada inolvidable que también podría llegar a El Salvador. Habrá que esperar si el tiempo está a favor de los pequeños...
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