De basura, beisbol y violencia
Teresa de Jesús Padrón Benavides
Martes 01 de Febrero de 2011

“La cultura de un pueblo reside en el alma y en el corazón de su gente”.
Mahatma Gandhi

La semana terminó con 2 noticias de primera plana. Ganaron los Yaquis el campeonato de la Liga mexicana del Pacífico y hubo una falsa alarma de balaceras en las escuelas de la ciudad que nos puso en alerta y provocó en todos nosotros un estado de psicosis tremendo.

Ambas noticias, aunque de diametralmente opuestas en su naturaleza, sirven muy bien para ilustrar de qué estamos hechos los ciudadanos cajemenses. Es decir, qué es lo que nos da cohesión (si es que existe tal cosa entre nosotros) como ciudadanos.  Por un lado, la alarma colectiva por la llamada que provocó una ola de rumores respecto de los tiroteos en las escuelas, movilizó a la policía, sí, pero !hacia el palacio municipal! ¡Increíble! Sin embargo, los padres de familia, acudieron de inmediato al llamado y recogieron a sus hijos.

Por otra parte, el triunfo de nuestro equipo de beisbol el domingo provocó que los cajemenses se volcaran a las calles sonando las bocinas de sus carros, cantando y gritando consignas del tipo ¡sí se pudo, sí se pudo! La euforia colectiva y la alegría ante el acontecimiento opacó la desafortunada noticia del viernes, a pesar de que era aún muy reciente.

Lo anterior mueve a reflexionar en torno de nuestra cohesión como cajemenses, primero y como mexicanos, después. ¿Qué sucedería si hubiese en realidad que enfrentar una contingencia grave en nuestra ciudad? ¿Podríamos enfrentar como sociedad civil organizada, sin esperar ayuda del gobierno, digamos, algo parecido a lo e Álamos hace tres años? ¿Podríamos hacer frente al crimen y a la violencia, solos, sin esperar a que el gobierno municipal (que ya vimos que sólo ve para su santo) nos apoye? ¿Qué hemos hecho, cada uno de nosotros, a nivel individual para reducir la producción de basura en nuestra casa? ¿Sabemos quiénes son nuestros vecinos? ¿Estamos organizados en nuestro barrio o colonia para velar por nuestra seguridad, para evitar que prolifere la basura, para exigir más alumbrado público, pavimentación de calles, construcción de parques o espacios públicos? ¿Conocemos el Bando de Policía y buen gobierno de nuestra ciudad? ¿Tenemos capacidad de organizar o movilizarnos como vecinos para hacer una petición al gobierno municipal respecto de un beneficio común?

La respuesta es evidente. No. No nos concebimos como comunidad, como barrio, como colonia. Nuestra frase más común es: “De mi cerco pa’ dentro y ai se la echan…” O sea: No me importa nada ni nadie. Mientras yo viva bien, que el mundo ruede. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Cómo queremos que el país funcione? ¿Cómo podemos esperar que se termine la corrupción, la violencia, el desempleo, la desigualdad, la inseguridad, la impunidad? ¿Cómo queremos tener transparencia, honestidad en los asuntos públicos? ¿Cómo esperamos que se resuelvan los problemas de fondo, es decir, la reforma educativa, la reforma en materia de energía, de recursos no renovables? ¿Cómo esperamos que afluya más turismo si cada vez las ciudades mexicanas son más inseguras y están más sucias y contaminadas? ¿Cómo podemos exigir al gobierno y a las instituciones que trabajen en nuestro beneficio, que haya repartición equitativa de la riqueza, del empleo, de la educación si cada quién vive inmerso en su microcosmos, en su casa, con su camionetota y su mega pantalla de plasma y muchos celulares? ¿Cuántas veces no hemos solapado actos de corrupción o hemos actuado nosotros mismos al margen de la ley? ¿A cuántas marchas en apoyo a las causas justas hemos acudido?

Sólo hay que contestar honestamente a estas preguntas para hallar la respuesta a lo que somos como sociedad. Si en este momento nos declarase la guerra cualquier país centroamericano, perderíamos, irremediablemente. Porque no estamos unidos. No hay cohesión entre nosotros, ni siquiera a nivel familiar. Las familias están divididas. Cada quién ve por sus intereses y no hay un terreno común ni un proyecto de vida en conjunto. Comparten un mimo espacio y un mismo techo, pero viven un infierno porque no se soportan entre sí. No se conciben como miembros de un todo. Y si nos atenemos al principio de que la familia es la base de la sociedad, como sí lo es, estamos perdidos. ¿Qué podemos esperar? Lo peor.

Y la ciudad es el reflejo de lo que pasa al interior de las casas. Hay basura, por todos lados. Huele mal. Hay animales muertos, atropellados y dejados ahí hasta que se pudren, se los comen las ratas y contaminan el ambiente. Árboles talados de tajo. Con saña, con dolo, como para desquitar nuestra frustración porque somos feos y malos y nadie nos quiere. Como mi casa es un infierno, me desquito tirando basura, tirando agua, echándole al vecino el gato muerto frente a mi banqueta, tapando la entrada de su cochera, colgándome de su cable o de su luz, etcétera. Puedo ver a alguien intentando abrir su casa y no seré capaz de llamar a la policía “ai se la echa”, decimos.  Así somos.

Y si como reza el epígrafe de Gandhi “alma grande” al inicio de este artículo, “la cultura de un alma y un pueblo reside en el corazón de su gente”, lo que vemos en la ciudad habla de que somos unos desalmados y de que tenemos un corazón muy duro. De otro modo, sentiríamos amor por nuestra ciudad y la respetaríamos, la cuidaríamos no permitiríamos que siguiera sucia, maloliente, fea. Nos organizaríamos en comités vecinales para exigir beneficios y cuidar nuestro patrimonio histórico. No permitiríamos que se tumbaran casas antiguas ni edificios simbólicos para poner oxxos o extras. Exigiríamos medidas estrictas para prohibir la tala indiscriminada y el abuso en el consumo e agua. Exigiríamos para Cajeme más lugares de esparcimiento familiar, parques, unidades deportivas, cafés, cines, bibliotecas, galerías, museos. En fin, todo eso que nos haría mejores personas, porque sólo así podríamos concebirnos como una comunidad unida y dejaríamos de rendirle culto a la violencia, a los narcocorridos y a la bravuconería

Porque sólo bajo esa perspectiva, de que todos somos parte de una comunidad, podremos cambiar el estado de cosas actual. Ser “orgullosamente” Yaqui no es sólo irle a un equipo de beisbol, tomar mucha cheve o ser muy malhablado. No, es defender este lugar por lo que nos ha dado, porque aquí nos tocó vivir (o nacer) y porque es el reflejo de lo que nosotros somos.

Bien por los Yaquis y bien por los padres y madres de familia que acudieron de inmediato por sus niños ante la alarma. Ojalá y esa algarabía y ese furor colectivos por un equipo e beisbol y esa preocupación y movilización por nuestros niños, la mostráramos también para organizarnos como sociedad para hacer de nuestra ciudad, en verdad, no sólo en slogan “El mejor lugar para vivir”.

Teresa de Jesús Padrón Benavides

 
 

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