Columna de Hierro: Aquellas Poquianchis
Sergio Ibarra
Miércoles 13 de Abril de 2011

En las postrimerías del siglo pasado, época de los ochenta, cuando se quería hacer referencia a los crímenes más sonados y que han quedado en los anales de la historia policiaca del país, era tema obligado hablar del caso de Las Poquianchis, unas hermanas que regenteaban una casa de citas (casa desafinada, diría el gran Catón, por aquello de ser llamada también de mala nota) en un suburbio de Guanajuato.

El caso de Las Poquianchis es sinónimo, además de prostitución y trata de blancas, de torturas, malos tratos, de asesinatos e inhumaciones clandestinas en donde las víctimas eran mujeres a quienes se les reclutaba, con mentiras, para ser vendidas al mejor postor en la referida casa de mala nota. Aunque el delito y el tema eran lo mismo, la casa de las Poquianchis estaba muy lejos de parecerse a las grandes casas de citas o “ brincos”, que ya circulaban en la capital del país y en algunos otros estados del país. En Jalisco, por ejemplo, la mexicana alegría corría por cuenta y riesgo de “La Guaracha” y aquí en Sonora, María Elena Amador, mejor conocida como “La Nena”, ofrecía el deleite de todos aquellos parroquianos que en edad de merecer, tuvieran con que sufragar los encantos de los amores carnales en sus amplios aposentos de la ya desaparecida zona de tolerancia.

Bueno eso es lo que contaban los mayores.

A mí que me esculquen.

De ahí, tal vez, que el caso de “ Las Poquianchis”, -- dado el salvajismo y el drama que sufrieron las damas asiladas-- trascendió de tal forma que hasta nuestros días, sigue siendo referente obligado en cuestiones de prostitución y su fuerte contenido sangriento.

Naturalmente que en esto tuvo mucho que ver el despliegue que, sobre el asunto le dieron algunas publicaciones de corte policiaco como ¡ Alarma! Y ¡ Alerta!, con sus encabezados de “ violola, matola y enterrola”.  Tres palabras que lo decían y encerraban todo y de paso hacían toda una apología del crimen.

Se supo, a fin de cuentas, que las señoras regenteadoras de la casa de citas, mataron de entre quince a veinte jovencitas a quienes enterraron en los patios de la finca. Alicia Robledo, reportera que estuvo muy de cerca al caso, sacó un libro – “¡ Por esta que así fue!; Las Poquianchis” en la que nos ilustra sobremanera del caso, yendo hasta el último rincón del barrio en que se localizaba la casa de mala nota y en donde platicó con los vecinos del rumbo e incluso se entrevistó con algunas de las integrantes de “Las poquianchis” que aun quedan con vida y purgan condena en la penitenciaria de Guanajuato. Traigo a cuento el caso anterior por cuanto a lo que está pasando en nuestros días en los que, un día sí y otro también, se mata, se asesina, a mansalva y sangre fría y no solo eso, se descubren dos, tres, cuatro, hasta llegar a ocho fosas  en donde se enterraron en forma clandestina más de un  centenar de personas; ciento treinta y cuatro, al menos hasta ayer que cerrábamos estos apuntes.

Y ai te va lo peor. Nadie alcanza a ver nada. Nadie denuncia, nadie reclama a esos sus muertos que tenían, en algunos de los casos, hasta tres meses desaparecidos. Y por lo tanto, no alcanza a pasar nada. Son 134 muertes impunes de las que nadie sabe nada. Así, uno tras otro, hasta llegar a 134. Y yo que pensé que la barbarie cometida por las tristemente célebres “Poquianchis”, no tendría parangón en nuestros días, de aquí a la eternidad. Como diría don Javier Solis en su clásico grito intermedio en cada una de sus canciones; ” ¡Qué va”!. Ante el caso del Ejido la Joya, del municipio de San Fernando, Tamaulipas, el caso de las señoras en cuestión, apenas queda listo para una segunda versión de la película “ Muchachitas”, y que tantos suspiros arrancó a los adolescentes de los sesenta.

FIERRITOS EN LA LUMBRE

Tú no estás para saberlo, lector, pero ante la posible salida de Víctor Landeros de la Secretaría de Seguridad Pública de Cajeme, además de los reiterados nombres de Jesús Navarro Salas y Adrián García, se suma ahora el del comandante, Noé Carrizoza Medina, hombre con amplia y limpia trayectoria en las lides policiacas que van desde agente de la policía municipal, la judicial del Estado, director de Seguridad Pública de Cajeme en los tiempos de Adalberto Rosas y subdelegado de la PGR en Sonora.

En lo que hace a la grilla local, todo ha quedado listo por rumbos del PRI cajemense para recibir a lo más representativo del priismo regional para atestiguar el arribo, por segunda ocasión, de Adrián Manjarréz Díaz, a la dirigencia del PRI municipal, llevando como su segunda de abordo a Teresita Caraveo. De acuerdo a los que saben, es muy posible que de la capital del Estado se desprendan, además de la jefa máxima del tricolor estatal, Claudia Pavlovich, algunos de los sonantes para las próximas pizcas electorales, en lo que toca a diputaciones y senadurías; léase, Rogelio Díaz Brown, Faustino Félix Chávez, Roberto Ruibal Astiazarán y, naturalmente, Ernesto, el borrego Gándara.


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