Ellos y Nosotros
Teresa Padrón
Viernes 15 de Abril de 2011

You’re my guardian angel who keeps out the cold
Elton John

Es fácil percibirlos cuando están entre nosotros, pues irradian luz. Son seres luminosos. Sonríen y su sonrisa es buena, pura, genuina. Se siente en su proximidad una felicidad indescriptible. Una paz y una tranquilidad como aquella siesta infantil después de la escuela, con la certeza de que nuestra madre rondaba por la casa.  En su presencia, uno vuelve a ser bueno porque ellos poseen la habilidad insuperable para sacar lo mejor de nosotros. El corazón quiere estallar y esparcir amor a raudales entre todo el mundo.

En apariencia, se nos parecen demasiado, salvo porque siempre hay en sus ojos un brillo especial, como el de los niños. Pero, además de su sonrisa y su mirada, está su inteligencia, su aprecio por las artes (suelen escribir poemas, tocar un instrumento, cantar, pintar, esculpir…), su sentido del humor (les encanta hacer bromas, contar chascarrillos y hacer reír a carcajadas) y por hallar la belleza en lo sencillo.  Les encanta regalar y hacer felices a los otros. Son muy diestros en las manualidades y sus regalos consisten casi siempre en algo hecho por ellos mismos, pues le conceden un valor especial a todo lo que no se adquiera con dinero.

Llegan siempre al mundo con una especie de armadura (peto y casco), aunque nosotros no podemos verlos. Dios se los da para resguardar su corazón y su cabeza, que son las partes más vulnerables de su cuerpo, ya que allí se aloja la “shekinah”, o aliento divino. Por eso,  casi siempre mueren de alguna afección cardiaca o de tumores cerebrales. Pero no sólo sufren de eso. A ellos les duele el alma. Su profunda tristeza por las desgracias del mundo se manifiesta en sus rostros y podemos descubrirla de inmediato, pues su sonrisa se apaga, su mirada se opaca y su cuerpo enferma. Hacen suyo el dolor de los demás y quisieran tomar su sitio, llevar su carga. Pero eso les está vetado, pues su misión aquí es justamente la de llevar alegría y esperanza a quienes la necesitan. Y cuentan con poco tiempo para ello, pues Dios también los necesita a su lado cuando lo invade la tristeza.

Él, en su infinita misericordia, nos los concede por un tiempo razonable para que podamos atisbar, en ellos,  un poco de lo divino. Y cuando se van, aún podemos sentirlos e incluso verlos, sólo que ahora bajo otra apariencia: un pájaro, una flor, una mariposa, una puesta de sol, un viento fresco, una estrella…

Cuando el mundo está inmerso en una vasta oscuridad y la maldad invade el corazón de los hombres, ellos, temerosos, intentan huir, volver al lugar de la luz eterna. Anhelan hallarse de nuevo bajo el resguardo divino. Sin embargo, Él les concede valor y  fuerza renovada, para vencer al mal y protegernos.

Siempre están aquí, aun cuando ya no tengan nuestra forma y podemos sentirlos en la compasión, en el perdón, en la ternura y en el amor. Ellos, en secreto,  nos infunden esos sentimientos tomando la apariencia de un enfermo, de un huérfano, de un mendigo y así, nos dan oportunidad de amar a Dios a través de ellos, haciendo algo bueno por los demás.

Ellos son los cuerpos celestes que derraman su luz sobre nosotros y acuden a nuestro auxilio cuando todo parece estar perdido. Por eso es que cada vez que uno de ellos deja este mundo, el cielo nocturno se vuelve más brillante porque, en su viaje ascendente, van dejando una estela de polvo cósmico que, una vez que se han reencontrado con Dios, se condensa y se vuelve una estrella luminosa y ocupa su sitio único en el inagotable firmamento y desde allí irradia su luz eterna hacia nosotros y esa luz nos acompaña por siempre.

Teresa de Jesús Padrón Benavides
Primavera, 2011

 
 

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