Letra y sangre
Jorge Zepeda Patterson
Lunes 25 de Abril de 2011

“Si la letra con sangre entra, el país ha de estar leyendo mucho”, reza uno de los perspicaces anuncios amarillos de la librería Gandhi. Aunque fue el último de esta larga serie de ingeniosos guiños que durante años Gandhi ha sembrado en espectaculares en varias ciudades de México, el de la letra con sangre entra ha sido el más polémico.

Generó furiosas críticas de indignados mexicanos a los que les pareció una falta de respeto para las víctimas de la guerra de Calderón. Como si los libros o el sentido del humor tuvieran algo que ver con las trastadas de García Luna y la bestialidad de los narcos. El argumento de “la falta de respeto” es tan absurdo, que parece un mero pretexto para encararla en contra de un villano mayor: los libros.

Me sospecho que desde hace tiempo los anuncios de la librería Gandhi irritaban a un sector conservador de la sociedad; para los puritanos los libros han sido siempre un instrumento inquietante para la juventud, utensilios portadores de ideas exóticas, potencialmente soliviantadoras. Para la intolerancia no hay mayor incomodidad que la sensación de que las ideas peligrosas se infiltren a escondidas, fuera de la supervisión del controlador. Eso y, claro, el desprecio hacia la lectura.

En mi infancia descubrí que el mejor alivio para la soledad era la compañía de un libro. Hasta la fecha tan pronto me encuentro solo, siento el impulso de ponerme a leer aprovechando la impunidad. Me explico. Durante mi preadolescencia siempre que mi padre me encontraba tumbado leyendo algún Robinson Crusoe o un Miguel Strogoff , invariablemente espetaba un “ponte a hacer algo útil”. No había excusa de “ya hice la tarea” que valiera.

Para algunos la lectura es una actividad asociada con la holgazanería. Esos mismos padres que veían en hijos lectores inclinaciones parasitarias, no tuvieron luego empacho alguno en conectar a la nana-televisión a las siguientes generaciones. Ya lo dice un anuncio de Gandhi, casualmente: “Cuatro horas diarias de televisión y medio libro al año. ¡Adelante México!”.

No debe sorprendernos, entonces, que algunos estuvieran esperando una oportunidad para esgrimir la espada flamígera en contra de una incómoda librería que se atreve a promover la lectura con las herramientas del marketing. Algunas de las campañas ya habían provocado escozor. “Mi libro es más grande que el tuyo… libros para hombres”; “Voy a devolver el libro… libros para anoréxicas”; “Siéntate a leer… libros para albureros”; “A ver, abra su libro… libros para ginecólogos”.

A más de un seguidor de Pro Vida debió parecerle demasiado procaz cualquiera de los anuncios anteriores, y seguramente acusó de mal gusto el satírico “leer, guey, incrementa, guey, tu vocabulario, guey”.

Esos críticos son los mismos padres de familia que no ven problema alguno en los bombardeos de comida chatarra por la televisión, que arruinan de manera crónica la salud de su prole; los que normalizan anuncios en espectaculares y en la pantalla chica que hacen de sus hijas adolescentes imitadoras patéticas de la Paris Hilton del momento; mentores que festinan la noción Palacio de una mujer arpía cuya única pasión es adquirir el vestido de moda, aunque para ello deba utilizar a los hombres y, en última instancia, venderse a cambio.

A estos sectores doble-moralinos no les molesta esa publicidad que denigra y enferma. Pero elevan el grito al cielo por la osadía de una librería que ironiza con humor una realidad flagrante, que ni siquiera cuestiona o critica a persona o grupo alguno. “Si la letra con sangre entra, el país ha de estar leyendo mucho”, es simplemente un guiño realista, un juego de palabras ingenioso, que nos habla de los muchos libros que faltan y las demasiadas balas que sobran en nuestro México de hoy.

Finalmente, Gandhi, fiel a su pacífico nombre, decidió quitar el anuncio en cuestión, aduciendo que ya había terminado el ciclo de ese espectacular en particular. Todo indica que la librería y su agencia de publicidad, Ogilvy México, seguirán produciendo estos audaces llamados de atención (¿qué tal: “Menos Face, y mas book”, por ejemplo?). En diciembre pasado, fueron premiados por la mejor campaña en Twitter, gracias a la maravillosa idea de poner a twitear a 13 personajes del libro El Principito, cada uno desde su cuenta personal.

Supongo que la mejor manera de responder a la necedad de todos aquellos que se sienten amenazados por los libros, es seguir leyendo, a solas o acompañado, pero de manera gozosa y sin culpas. Por lo pronto, alargo lo que queda de estos días de asueto con dos novelas fascinantes, aunque por razones totalmente opuestas.

 La última obra del siempre entretenido Martin Amis, La viuda embarazada (Anagrama), y lo que promete ser toda una vida paralela a lo largo de este 2011: , Juego de Tronos, primero de los cinco libros de George R.R. Martin de la zaga Canción de Hielo y Fuego, a partir del cual HBO está lanzando su nueva superproducción. Me atrevería aventurar, como diría Gandhi: el libro es mejor que la película.

twitter: @jorgezepedap

 
 

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