Laura Guerrero no existe. Es el nombre de la guapa protagonista de Miss Bala, una película mexicana que estos días se presenta en el festival de Cannes.
Marisol Valles sí existe. Es el nombre de una muchacha de 20 años que a finales de octubre de 2010 nos conquistó al aceptar un cargo para el que ningún hombre de su pueblo había tenido suficientes arrestos: jefa de policía de Práxedis G. Guerrero, un municipio de 3.400 habitantes situado junto a Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, sin duda uno de los lugares más peligrosos del mundo.
Ambas tenían pequeños sueños. La ficticia Laura Guerrero quería ser la mujer más guapa de Baja California, apenas unos minutos de gloria local y unos cuantos pesos para comprarse ropa en San Diego.
La real Marisol Valles solo quería ser jefa de policía de su pueblo, patrullar sin armas por la mañana, cuidar a su bebé por la tarde, terminar sus estudios de Criminología y, si acaso, lanzar el mensaje de que, en México, aún existe un rincón para la gente valiente. Miss Bala y Miss Valentía. No pudo ser.
El martes por la tarde, el productor Pablo Cruz y el director Gerardo Naranjo –a punto de abordar un avión hacia Francia-- me invitaron a ver Miss Bala. No estaría bien que les desvelara aquí la película, tampoco que les dijera si me pareció buena o mala, que doctores tiene la iglesia.
Sí les puedo decir que, durante casi dos horas, reviví a través de las peripecias de Laura Guerrero lo que, desde hace ya casi tres años, llevo observando cada vez que viajo a Ciudad Juárez o a Tijuana o a cualquier otro lugar de los 3.000 kilómetros de frontera con Estados Unidos: ciudadanos que se esfuerzan en vivir su vida en medio de un cóctel muy explosivo elaborado a base de sanguinarios cárteles de la droga en pugna por el territorio, cuerpos de Policía infiltrados hasta la médula, nerviosos soldados que primero disparan y luego preguntan, jueces ineficaces –más del 90% de impunidad--, políticos corruptos, desesperación y silencio ante el discurso inapelable de las armas de alto poder.
Aún andaba digiriendo el triste destino de Miss Bala cuando, el miércoles por la tarde, me enteré de que Marisol Valles había reaparecido.
No sé si se acordaran de que, a finales de octubre de 2010, este periódico publicó una crónica en la que saludaba el arrojo de Marisol Valles, la mujer más valiente de México. Y que, a principios de marzo de 2011, no tuvimos más remedio que contarles que la jefa de Policía había desaparecido y que todo apuntaba a que, agobiada por las amenazas, había solicitado refugio en Estados Unidos.
Pues bien, el miércoles esa sospecha se confirmó. La cadena de televisión estadounidense ABC localizó en El Paso, la ciudad fronteriza con Ciudad Juárez, a Marisol Valles, le hizo una entrevista y logró que la muchacha confesara que sí, que recibió mensajes del crimen organizado, que la amenazaron con asesinarla --a ella, a su bebé, a su familia--. Que no podía vivir pensando en cuándo aparecerían los sicarios, que tuvo miedo, que huyó…
En la película Miss Bala y en el reportaje de la cadena ABC sobre Mis Valentía aparecen los dos lados de la frontera. Tijuana y Ciudad Juárez, del lado mexicano, y San Diego y El Paso, del lado estadounidense.
La guerra y la paz separadas por unos cuantos metros de alambrada. En la zona de paz se venden pacíficamente las armas que en la zona de guerra ya han causado la muerte de 40.000 personas desde 2007. En la zona de paz se consume tranquilamente la droga por la que, en la zona de guerra, los cárteles luchan encarnizadamente.
En la zona de paz, todo sueño es posible --de hecho, es la marca de la casa--. En la zona de guerra, los sueños más modestos --reina local de la belleza, jefa local de policía— se convierten en cuestión de vida o muerte.
El martes por la tarde, salí del cine contento de que Laura Guerrero solo fuera un personaje de ficción. El miércoles, me alegré de que Marisol Valles siguiera viva, en el exilio y con lágrimas en los ojos, pero viva al fin y al cabo. Miss Bala y Miss Valentía. El sueño mexicano. No pudo ser.