Un gran día se celebró en todo el País; el Día del Niño. Hubo festejos en todas las escuelas y en muchas casas, pero sobre todo el corazoncito de la mayoría de los pequeños estuvo un poco más emocionado que de costumbre. Bien se dice que los niños son los reyes del hogar. Yo me pregunto a estas alturas del partido qué sería de nuestras reuniones familiares sin todos los niños que hasta el momento han estado presentes en dichas celebraciones, siendo siempre ellos los centros de atención, los que rompen el hielo (y algún que otro adorno), llenan la casa con su algarabía propia de su desenfado por vivir. Además de tantas buenas vibras que siempre me hacen sentir los ojos tan llenos de luz de los infantes, los tonos de voz tan sui géneris, las grandes actuaciones que se avientan, ya sea para lograr sus objetivos muy particulares o para emular algunos de sus, nunca faltantes, superhéroes. Por mi parte, he descubierto que tenemos más que aprender de los niños que ellos de nosotros. Date cuenta. No son rencorosos, perdonan de inmediato, no son manipulados por su mente, viven intensamente cada momento, ven cada día como un nuevo día, aprenden muchas cosas nuevas cada día, no saben mentir, al menos hasta que nos lo aprenden, tienen una imaginación sorprendente, no viven obsesionados con la comida, la ropa, u otros bienes materiales hasta que la televisión, desgraciadamente, les cambia la percepción, no temen a cumplir años, no se fijan en el físico de los demás ni se acomplejan por el suyo propio, claro, hasta que pierden su inocencia, no andan cargando el peso de la lujuria, hacen de un simple dulce el más suculento de los manjares, se ríen a pulmón suelto, no se reprimen y si les da la gana en pleno supermercado se tiran a jugar en el suelo, si no se bañan no se preocupan, en la mayoría de los casos, ven a sus padres como lo máximo, le aplican pasión a las cosas, incluso inspiran hasta a los más grandes escritores como a Nietzsche quien dijo “ La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”, hasta que, nuestra propia ignorancia les termina de arrebatar todos esos dones que los hacen ser las estrellas más brillantes del universo. Hasta que comienzan a ser como nosotros, débiles, temerosos, hedonistas, egoístas, faltos de imaginación y de la inocencia, esa inocencia que tanto nos sublima pero que no les permitimos atesorar por mucho tiempo. También, hay situaciones, desgraciadamente, en que los mismos padres se encargan de hacer realidad todas las pesadillas de sus hijos. Por otra parte, así como para muchos el nacimiento de un hijo es una tragedia al grado de querer abortar, piensen en que hay miles de parejas que desean de todo corazón poder adoptar.
Podría estar durante días pensando sobre la grandeza de los pequeños y nunca terminaría de sorprenderme y de agradecer la gran alegría que los niños traen a nuestras vidas, sin dejar de lado la enorme responsabilidad que su cuidado y guía implican, pero para esto podemos tomar en cuenta las palabras de Cristo cuando dijo…”Dejad que los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” Lucas 18:15-16
¡Felicidades a los niños en su día!...Y también a quienes los atienden con amor y responsabilidad, aún cuando no sean sus hijos.
“Es fácil que los padres estén orgullosos de sus hijos, pero los hijos, ¿estarán orgullosos de sus padre?”
JHS
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