Leyendo la naturaleza
Jorge A. Lizárraga Rocha
Viernes 30 de Septiembre de 2011

Cada vez me es más difícil leer, o mejor dicho encontrar algo que me llame la atención para leer; si voy a buscar algún libro a las librerías, encuentro que los nuevos temas giran alrededor de sistemas administrativos y políticos corruptos, apologías disfrazadas del crimen, novelas de miedo con situaciones grotescas, teorías de cómo mejorar nuestra calidad de vida, que no entiendo pues la mayoría giran alrededor de cómo hacer dinero mientras veo que países enteros se hunden material y moralmente por el mal manejo de este elemento ajeno a la naturaleza y otros por el estilo.

Por lo anterior y haciendo uso de un aprendizaje que iniciamos mis hermanos y yo hace alrededor de 57 años, prefiero seguir disfrutando de la “lectura de la naturaleza” un libro que nunca te cansa ni se hace obsoleto, permítanme me trato de explicar.

Para mí leer la naturaleza es simple y sencillamente observar todos los beneficios que nos brinda de manera gratuita, así que no tenemos que pagar por tenerla ni preocuparnos por los derechos de autor, pues El Autor la puso a nuestra disposición desde el principio de los tiempos.

Algunas de mis primeras lecturas de la naturaleza que recuerdo, las hice en mi ciudad natal: Mazatlán, cuando nuestro hermano mayor nos llevaba a la Playa de los Pinitos, ya desaparecida y tragada por la ciudad, ahí nos sentábamos en la arena y dejábamos volar nuestra imaginación viendo la inmensidad del mar, que yo no comprendía, pero que sabía que debía de tener mucha agua, y más la que está abajo nos decía mi Herma.

Por los designios del destino posteriormente fuimos a dar a la ciudad más antinatural de nuestro país, la ciudad de México, y perdimos contacto con la “naturaleza natural”, para entrar en contacto con la “naturaleza urbana” que ya desde entonces era un monstruo difícil de comprender. Sin embargo, esta ciudad, como todas las de nuestro agraciado México, tienen su encanto y vale la pena leerlas, para comprenderlas y disfrutarlas; desgraciadamente el ritmo de vida que ahí se tiene y se ha tenido desde entonces (hablo de 1956 a 1965), hacía y hace difícil el ponerse a leerla sin distractores.

Gracias a Dios nosotros nunca perdimos las ansias del contacto con lo natural, y a la menor oportunidad, sobre todo puentes en el calendario de la escuela, nos salíamos a buscar el contacto con la naturaleza, sobre todo con playas, nuestro origen así lo requería, y nos íbamos al Estado de Veracruz, adonde conocimos lugares paradisíacos adonde pudimos leer la naturaleza en todo su esplendor costero y mar adentro al salir a pescar; así leímos los libros naturales de Tecolutla, Antón Lizardo, Mocambo, el mismo puerto de Veracruz, Tamiahua (en la frontera con Tamaulipas).

Ya como jóvenes adultos dejando la adolescencia, con diferentes grupos de amigos pudimos ir a disfrutar de otros libros en lugares también paradisíacos de los Estados de Guerrero, Puebla, Tlaxcala, Estado de México que por ser los más cercanos al D.F. podíamos visitarlos ahora en los puentes permitidos por nuestros estudios universitarios.

En uno de esos viajes, este durante las vacaciones largas de 1970, vinimos a dar a Ciudad Obregón mi amigo Rafael Morales y yo, aprovechando que mi hermano-amigo Zeferino Encinas se iba a matrimoniar; esto me dio la oportunidad de reabrir un libro que durante mi primera infancia hojeé, pero del cual pocos recuerdos tenía, solamente aquellos alimentados por mis hermanos mayores que platicaban las vivencias que en Ciudad Obregón tuvimos durante el periodo de 1950 a 1954. Con avidez los escuchaba platicar sobre nuestras andanzas en esta ciudad que estaba en proceso de formación; nuestro vecindario era la cuadra formada por las calles Hidalgo, Coahuila, Allende y Durango, vivíamos exactamente en el Callejón Durango No. 18 Nte (lo acabo de leer en la copia del acta de nacimiento que saqué para mi hermana).

Desde ahí los hermanos Lizárraga-Rocha y los Encinas-Sotomayor organizaban expediciones para llegar hasta El Montecito, El Montesón y La Primera Selva, ahora estos lugares son conocidos como la Zona Norte, desde la Náinari hasta la Cananea; más al norte ya no podíamos llegar pues estaba bien requetelejísimos. En esos lugares pudimos leer algunos capítulos de la naturaleza que incluían El Jito de los Acuerdos, víboras chirrioneras o chicoteras, juanitos o juanillos (que desaparecieron posteriormente por el ataque sin cuartel que se les dio a los roedores para evitar que dañaran las siembras), palomas pitayeras y toda la fauna y flora que ahora se ha desplazado hacia el rumbo de Los Hornos.

Ahora, mi sitio personal para la lectura de la naturaleza es principalmente por el rumbo de Los Hornos, adonde puedo leer capítulos tan interesantes que los releo por lo menos una vez por semana, ahí los principales protagonistas del libro gratuito de la naturaleza son las chureas, cholis, cardenales, liebres orejonas, armadillos, cachoras, guicos, mochomos, chivas, vacas, gallinas, guajolotes, víboras ratoneras, sapos toro, burros del agua, garzas, queleles y otras especies animales y florísticas que hacen de éste un libro único.

Estoy convencido de que leer libros escritos por los humanos es una necesidad insoslayable, y que lo debemos hacer para reforzar nuestra ansia de culturizarnos; sin embargo, no debemos olvidar que todo lo que tenemos se lo debemos a la naturaleza y por tanto también la debemos de leer para conocerla mejor y ayudarla a seguir siendo el sustento de nuestras vidas, El Autor nos lo reconocerá y nos hará parte de los capítulos más importantes de ese gran libro que es la Naturaleza.

¿Adónde se ubica tu libro favorito?

 
 

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