A todos nos pasa que de repente nos sentimos confundidos en el mundo.
Sin una razón aparente perdemos el sentido de las cosas, perdemos la dimensión de nuestro ser y esto nos hace sentir mal.
Es entonces cuando se hace necesario salir a mirar el firmamento en una noche despejada y ver la luna, las estrellas, quizás un cometa, las luces de la vía láctea que se encuentran a miles de años luz y entonces renunciando a nuestro deseo de explicar y poner nombres a lo que vemos, tomaremos conciencia de la profundidad infinita del espacio y cuando tenemos conciencia del espacio realmente no tenemos conciencia de nada, salvo la conciencia misma del espacio interior.
¡El universo toma conciencia de sí mismo a través de nosotros! Y nosotros no somos más que un grano de arena y sólo siendo humildes entenderemos que para ser los primeros habremos de ser los últimos y nuestra vida volverá a recuperar su sentido, al menos por un tiempo.
Niégate a ti mismo dijo el Señor
¿Basura?
Ustedes no lo saben, pero para mí pasar sobre las hojas que tiran los árboles es todo un agasajo. Me fascina ver las hojas amarillas caídas que aún desprendidas de su fuente de vida, le dan vida a mi mirada; me gusta como lucen sobre lo negro del pavimento.
Me gusta ver como salen volando cuando pasas sobre de ellas en tu carro evocando alguna toma de la película de Batman.
Me alegra verlas danzar al viento de caída libre. Se que para muchos las hojas que tiran los árboles son un suplicio, y de nefasta basura no las bajan, pero ¿quien ha dicho que las hojas que los árboles tiran son basura?
Antes de sentir desprecio, mejor imagina que tu madre, la natura, te ha tendido un fino tapete bajo tus pies. Piensa que esas mismas e insignificantes hojuelas son las que habrán de llenar de follaje, flores, frutos y pájaros a quienes muy pronto te privarán de los inclementes rayos del sol.
Las hojas caen a tú alrededor, y eso que aún no es otoño.
Me late que sí
Como quisiera ganarme al Melate, y no creas que para comprarme ropas finas, o tomar ambrosías sin medida, o para surcar los siete mares, o para repartir con mis compinches y comprar su gratitud.
No, no lo quiero para sentirme alguien, o para acicalarme las huellas del paso del tiempo sobre mi, o para vivir en el glamour de las estrellas, o para hacerme más interesante o para comprarme un pedazo de cielo; lo quisiera solo para poder vivir contemplando la grandeza, sin empacho, de este pedazo de tierra hecho por la mano de Dios.
La noche es siempre fría cuando no se tiene un techo con amor y ese amor lo tengo pero no le doy su gran valor
Roberto Carlos
Jesushuerta3000@hotmail.com
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