Desde que nacieron durante el cuarto informe de Mister Amigo en 1950, trazaron su rumbo y con ello marcaron al país. No fueron medios al servicio de la escolaridad, la ciencia y la cultura. Fueron entregados al comercio y con ello nació la dinastía imperial que se consolidaría gracias a la promulgación de la ley del ramo el 9 de enero de 1960.
Graciosamente concesionados por el Estado mexicano, se dedicaron a multiplicar las monedas como los fenicios y pronto aprendieron que los demás podríamos ser tratados como sus súbditos. Nada los detiene y todo se les facilita: red federal de microondas con la que hacían mil negocios pero nunca pagaron las tarifas; impuestos en especie con modalidades propias de una historia de las Mil y una noches; reglamentos oficiales dictados en los despachos de sus abogados; presidentes de la República arrodillados ante el embeleso de los colores y las transmisiones instantáneas de costa a costa.
Las concesiones que fueron de los abuelos, se heredaron a los padres y éstos a los nietos. En sus consejos y administraciones están los hombres más ricos del país y hasta del mundo. Durante décadas han reinado y aspiran a seguir ahí, dictando lo que es información, cultura, entretenimiento; construir y modelar la identidad nacional y fabricar a los ídolos de ayer, del presente y del futuro.
Cuentan con poder superior al de los gobernantes, los sacerdotes, los artistas y los guerreros. Y en un país que se dice demócrata, jamás se han sometido al sufragio. Inmenso poder sostenido por los anuncios y la eterna complicidad de gobiernos débiles y cómplices. Ellos se cuecen aparte. Publicistas y mercadólogos se pliegan ante el dinero. Es el boleto de entrada para configurar el rating del momento y pertenecer a la clase dominante.
Por supuesto, a sus majestades hay que rendirles tributo y sucumbir ante sus deseos. ¿Cómo se iban a interponer diputados de todos los partidos? Incluso aquel que dice que va primero por la suerte de los pobres. Como ayer, actualmente brotan las protestas contra una “reforma” que continuará con la indoblegable dinastía de los faraones. La Suprema Corte, como los demás poderes, será el soporte de un reinado que ya dura medio siglo y que todo apunta, lo hará por el resto del milenio.
cremouxra@hotmail.com
|