Aunque no estoy de acuerdo con el concepto “candidato independiente”, pues en política no existen, Gabriel Quadri, salido de las cloacas del feudo de Elba Esther Gordillo, es, al margen de sus limitaciones políticas, un ignorante en materia económica, social y cultural. Se quiso presentar como no político olvidando que estaba haciendo política, primero como candidato de un partido (altamente cuestionable, pero partido al fin), y segundo al participar en un debate entre políticos que él trató, desde su tribuna, como si ser político fuera deleznable (autogol).
Quadri no sólo es un títere de quien lo sacó del anonimato al hacerlo candidato, sino que es ideológicamente dependiente de los sectores más retrógradas del capital nacional y extranjero en México. En el mejor de los casos es un palero de Enrique Peña Nieto y de Josefina Vázquez Mota al proponer lo que ni ellos se atreverían a plantear so pena de que quedaran descalificados desde ahora para gobernar este país: la privatización de todo. (El vendedor del mes, dijo alguien en Facebook.)
Algunos analistas han sugerido que el hombre de la combi atraerá el voto de los indecisos y de aquellos que han manifestado la pertinencia de anular su voto o abstenerse. Otros han insinuado que el señor Q es sinónimo de “candidato ciudadano” que, en la versión de los iletrados, quiere decir candidato no comprometido con los partidos políticos que, como todo mundo sabe, están formados y dirigidos por extraterrestres. Los más limitados en sus dotes intelectuales han querido dar a entender que Q-combi es un candidato independiente negando, como él mismo intentó hacerlo en el debate, que ha sido propuesto por un partido que, dicho sea de paso, es el más dependiente de todos: es el único que depende exclusivamente de una persona que se ostenta como maestra sin serlo y es el único, también, que puede ser calificado de patrimonialista (“que propicia la conservación del patrimonio familiar” de la señora Gordillo, diría el diccionario).
A los jóvenes no tan jóvenes, especialmente a aquellos que les gustan las frases contestatarias sin analizar su contenido, les gustó el señor Q-Gordillo. Lamentablemente son los mismos que aplaudieron las puntadas de Vicente Fox en su campaña y luego votaron por él, no porque prometiera sacar al PRI de Los Pinos (que fue una buena idea), sino porque era muy ocurrente y directo, como un ranchero con corbata, simpático y dicharachero.
Estos jóvenes-adultos que aplaudieron frente a la televisión cada vez que Quadri se lanzaba contra los políticos (sin morderse la lengua), son semejantes a muchos de los que nutren a los partidos de ultraderecha y fascistas en Europa sólo porque los partidos tradicionales no han sabido (o querido) resolver los ingentes problemas que atraviesan esos países. A estos jóvenes –en su mayoría de clase media– no les preocupan las propuestas del ingeniero Q-Peña-Vázquez de privatizar todo, hasta las prisiones y los segundos pisos, pasando (obviamente) por Pemex. No perciben que si por él fuera 90 por ciento de la población se quedaría sin seguridad social y educación gratuitas, sin subsidio a los energéticos y al transporte, sin canasta básica alimentaria, etcétera. No perciben que él propone lo mismo que Denisse Dresser y Josefina Vázquez Mota: elevar la competencia al primer lugar de las panaceas para resolver los grandes problemas nacionales. Para ellas y en buena medida también para Peña Nieto, la competencia es la solución a los problemas económicos y sociales del país. El papel del Estado como regulador de la economía, que es un punto medular del discurso de López Obrador, no debe darse, pues inhibe la “sana” competencia y la “libertad” de los mercados.
Para ellos y ellas, con la excepción de Andrés Manuel, la afirmación del nuevo liberalismo es lo fundamental. Quadri es a la política lo que Dresser al discurso preferido de las clases medias asustadas e impotentes ante su proletarización. Se complementan mutuamente y los aplauden los mismos, es decir, los que no tienen idea de lo que significarían las propuestas de aquellos de llevarse a cabo.
Al margen de si se desempeñaron con soltura o no en el debate del domingo, lo único que quedó claro es que se trató de dos proyectos para el futuro del país. Uno defendido por Peña Nieto, Vázquez Mota y Quadri de la Torre: el liberalismo a ultranza, y otro por López Obrador: el desarrollo económico (y no sólo el crecimiento) regulado por el Estado sin marginar a los empresarios, para disminuir la desigualdad y la pobreza en un marco de defensa de la nación para beneficio, en primera y última instancias, de los mexicanos.
Nota bene: mi mención a Denisse Dresser no tiene nada que ver con mis simpatías o antipatías personales, sino que obedece a la influencia que le reconozco como ideóloga de la clase media más o menos próspera, gracias a un discurso bien articulado sobre el diagnóstico del país aunque sus propuestas implícitas y explícitas no las comparta. Viene a cuento en este artículo porque las intervenciones de Quadri, de Vázquez Mota y de Peña Nieto me llevaron a recordarla por la similitud de sus planteamientos, especialmente con el candidato del Panal y su énfasis en “lo ciudadano”.
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