"Ácaros", de Sergio Valenzuela
Redacción
Jueves 24 de Mayo de 2012

El escritor sonorense Sergio Valenzuela (1941 - 2012) falleció esta semana. Y como el mejor homenaje para un escritor es leerlo, presentamos aquí uno de sus cuentos.

Ácaros

Qué son los ácaros, preguntó Polita voz de pito cuando atisbó, bizqueando, la cabeza noticiosa de cierto artículo de la National Geographic. Se untan, se comen o qué, remachó impaciente la niña, alargando el cuello traslúcido, ávida de satisfacer su curiosidad provocada por la morbidez de las páginas centrales de la revista. En el texto de divulgación que leía el Supersabio, junior enclaustrado en la habitación de intelectual, y sobre el papel satinado de la publicación, aparecía una multitud de bichos impresos en aparente desbandada, cabecitas, patitas y rabos minúsculos como los ácaros, grafías que al parecer, y en complicidad con el prodigio de la interpretación, detentan el poder omnímodo de descifrar signos de vida o muerte, códices de amor y odio, como los ácaros, como los mismísimos ácaros.


Aunque estaba hasta la coronilla de las impertinencias de su hermana Polita, la menor, el Supersabio no tuvo más remedio que atender la pregunta, simular la desfachatez, aunque el Supersabio sucumbía, siempre, a los destellos que despedían los ojos de la niña, saetas vivas que parecían brotar como lágrimas de la fuente de Polita.

Al pronto, el Supersabio removió con la presión de la masa de los glúteos la silla del escritorio ante el cual quemaba pestañas en horas clavado en la investigación, giró con parsimonia el tronco del cuerpo regordete, se deshizo de las gafas cargadas de dioprías, limpió reflexivamente los cristales con un pañuelo de papel, carraspeó varias veces como cuando solía aclararse la garganta para intimidar a maestros y compañeros de la universidad que pasmados escuchaban su palabra docta, y soltó a Polita el latinajo con la indiferencia de quien libera una cometa en la cima de Everest: son aspergillus fumigatus.
Púdrete panzón de mierda, espetó Polita al escuchar del hermano el nombre científico de los ácaros, respuesta que la dejó turulata, en la baba. Con la frustración de un plato de arroz con leche, Polita dirigió los pasos a su recámara taconeando fuerte, evocando quizá técnicas de clases de tap. En su refugio tapizado con carteles de sus rockeros favoritos repitió la cantaleta, se untan, se comen o qué, se untan, se comen o qué… Polita se despojó del pantalón corto y de la playera de andar por casa, se quitó la braga diminuta, la olisqueó para descubrir el secreto de los pises, se internó en la fauna de muñecos de peluche de su cama, en el bosque de cojines y almohadones de diversas texturas y estampados.

Antes de perderse en las sinuosidades de la siesta habitual Polita escogió el almohadón más amoroso con humores agridulces de la tierna infancia y presionando las manitas se lo colocó entre los muslos. Los ácaros salieron por la rajita mientras Polita soñaba húmedo probablemente con la sonrisa de Yahir.

En el jardín de la residencia de los Lascuráin, un viejo patuleco amontona con un rastrillo las hojas del otoño primerizo. Platón, fox-terrier que el Supersabio y Polita adoran, corretea entre las rosaledas y setos de acacias y geranios,husmea, tal vez, el escondrijo de alguna rata inmunda. La criada joven de la familia Lascuráin tararea Voy por la vereda tropical, y sale y entra, afanosa, por la puerta traserade la cocina de la residencia, tú lo dejaste ir, vereda tropical.

En sus respectivos aposentos los cuatro Lascuráin yacen en alto olvido. En conjunto los durmientes no suman o no alcanzan a sumar el siglo de vida, apenas si lo rozan. Sólo un miembro de la familia alcanzará la senectud. Por lo pronto el clan duerme. El péndulo del reloj de la sala oscila y la resonancia de ocho notas musicales no irrumpe el letargo matinal de los Lascuráin.

Días después del desencuentro con el Supersabio, Polita cumplió 13 años. Era la mañana del 11 de septiembre de 2001. El hermano chateaba en la red, posiblemente con Einstein o con Pasteur. Padre y madre habían llegado a casa de madrugada, a las tantas, escandalizando, quizá de un antro o de algún convivio social. La sirviente calentaba el pan directamente en la hornilla de la estufa de gas, el microonda empotrado a la pared de la cocina le intimida. El audio del televisor desnudaba, desnudó, el último escándalo del gobierno de la ciudad, la granizada del año, índices de la inflación. Indiferente al informativo mañanero, Polita se encaramó al taburete de la barra del ámbito doméstico. Pidió a la doméstica molletes y zumo de naranjas. La niña se comen o qué esperaba oscilando las piernas desnudas, escuchó gritos desaforados que salían de las entrañas del televisor y vio al instante imágenes desenfocadas o distorsionadas, tal vez por la impericia del camarógrafo o la distancia del objetivo visual.
Escuchó aullidos de sirenas de alarma, hombres o mujeres que se lanzaban al vacío desde alguna ventana o terraza de la torre impactada, patrullas y ambulancias en estampida minutos después de la colisión del 11-S de 2001. Justo en el momento que explotaba el segundo avión en la otra torre en pantalla, la conmoción de los sentidos de Polita tocó fondo, se manifestó, rauda, con un espasmo en la entrepierna que dejó en el plástico del taburete una pátina roja. Pinchis ácaros de mierda, murmuró Polita, ya ni la chingan.

En aquel otoño los padres de Polita viajaron a Europa, cada quien por su lado, deshicieron el nudo conyugal. El Supersabio concluyó cum laude estudios en la Anáhuac y la Fungal Research Trust le distinguió con una beca en la Columbia University. La sirviente de la familia descubrió que el calor del microondas también podría ondular su cabellera de princesa oaxaqueña. Platón atrapó a un renacuajo (o a la rata inmunda), vomitó verde durante dos días y tuvieron que llevarlo de urgencia al veterinario. El jardinero observó maravillado que las acacias florecían más temprano que nunca, probablemente por la atroz humedad que preludiaba el invierno. El aparato de televisión hizo plaf con los videoescándalos protagonizados por la clase política metropolitana. Amapola Lascuráin tuvo el primer desvanecimiento en la cancha de volibol del Colegio Montessori. Como Platón, fue hospitalizada de inmediato. Ingresó al Hospital Mossel con estremecimientos en el cuerpo. Pronóstico reservado, fue el parte de los médicos que atendieron a Polita.

Qué son los ácaros, preguntó con voz meliflua la pequeña Amapola, interrumpiendo la lectura del hermano, el mayor. Pero al Supersabio no le importó gran cosa la imprudencia de su hermana: adoraba a Polita. Y aseguraba a compañeros de la universidad que los ojos de la niña despedían, despiden, chispitas de luz cuando Polita advertía o percibía que con tal luminosidad atrapaba al instante la atención del interlocutor. De modo que cuando el Supersabio apartó con las nalgas el fondo acolchado de la silla del escritorio y sentó a la niña en sus muslos ajamonados, el hermano mayor ya estaba dispuesto a dar respuesta cabal a la pregunta de Polita.

Con paciencia tejió la explicación en tanto acariciaba con manos hambrientas los muslos de potranca fina de su hermana: son, le dijo con fraseo ensalivado mientras introducía su dedo índice en la rajita de Polita, son unos parásitos chiquitos, muy chiquitos, así, que se crían en éste hoyito del pipí… Unos bichitos casi invisibles que pueden causar la muerte a las niñas calientes como tú… Y ahora vete a tu cuarto porque me la voy a chaquetear. La cabeza de Amapola está ligeramente hundida en la almohada de la cama 207 del Hospital Mossel donde una nueva colonia de ácaros se dispone a desarrollar un equilibrado ecosistema. Las ruedas de la vida comienzan a dar vueltas de nuevo.

 
 

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