El descaro de la mayoría de las encuestadoras llegó a la ridiculez y exhibió a estas empresas de cuates o parientes. Habría que poner en orden esta infinita caterva de buscones.
Difícil apretar en un artículo el hallazgo de la partícula clave para la comprensión del universo, por un lado, y las elecciones en México, por el otro.
El primer asunto sin duda dará el próximo premio Nobel de Física a Peter Higgs, de 83 años, quien hace 50 propuso una teoría de la masa que hoy, gracias al más potente acelerador de partículas, a dos colosales detectores también de reciente creación y al trabajo de varias generaciones de investigadores de todo el mundo, ha contribuido a que sepamos mejor cómo se forman átomos, estrellas, planetas, animales y personas. Ni usted ni yo lo entendemos, a menos que usted sea científico y pierda su tiempo leyéndome.
Pienso en Michael Faraday, el hombre que produjo una chispa, emulando un rayo, haciéndola saltar de una barra metálica a otra, dando origen al control humano de lo que desde entonces llamamos electricidad. Uno de los testigos preguntó al físico inglés que utilidad tendría el experimento, más propio de un circo, dijo, que de un lugar serio. Faraday le repreguntó si sabía y podía explicar para qué nace un niño. Empezaba con esa chispa la revolución industrial y la transformación del mundo. Tampoco entendieron muchos de sus contemporáneos lo que Faraday había logrado, como ahora nos pasa, a mí entre millones, con la hazaña de Higgs.
Más fácil de entender son las cifras, la elocuencia de los números, la desnuda sencillez de la aritmética. En esas cifras se ha encerrado la crónica de estos siete días a partir del 1 de julio en que millones de ciudadanos fuimos a votar y terminaron ayer domingo, al finalizar el recuento solicitado de los votos. Gran trecho separa un acontecimiento científico trascendental de lo ocurrido en México, importante para un pequeño grupo humano en un instante de su trayectoria, pero importante al fin y de gran manera.
Como en el logro de la partícula de Higgs, innumerables hombres y mujeres han aportado su tiempo, esfuerzo, talento y a veces arriesgado la vida para lograr los mecanismos electorales que cuidan y consolidan nuestra democracia. La cuenta de los votos en cada casilla y la suma preliminar fueron puestas en duda por uno de los candidatos quien, con todo derecho e impecable respeto al marco jurídico, impugnó el proceso, pidió el recuento, se le concedió en el menor tiempo posible y se probó la eficacia de las leyes electorales. No es poca cosa en un país normado por la corrupción y el mexicanísimo desmadre. Hay cosas bien hechas, a pesar de todo.
No se crea, sin embargo, que peco de ingenuo al ignorar los vicios y trampas que se anticipan a las cifras, explicándolas aunque no justificándolas, que inducen a los ciudadanos a votar por determinado candidato. Lo cuestionable es la gigantesca presión sobre los votantes mediante distintos trucos. El descaro de la mayoría de las empresas encuestadoras llegó a la ridiculez y exhibió a estas empresas de cuates o parientes como una corte de los milagros perversa, porque falsifica datos y engaña para torcer la votación. Habría que poner en orden esta infinita caterva de buscones.
Capítulo aparte es el de los opinantes a sueldo, disfrazados tras toda suerte de máscaras, tan solicitados que pronto habrán de tener en el directorio telefónico una sección especial: “Intelectuales. Se venden. Se alquilan”. Sus desfiguros la noche de los comicios fueron de antología. Saben su cuento. De él viven.
En el balance de la semana Andrés Manuel López Obrador merece reconocimiento especial por su conducta política desde el cierre de las casillas.
En primer lugar, su impugnación respetuosa de la ley que condujo al recuento y ratificación del triunfo de Enrique Peña Nieto. Este resultado que disipa dudas hace muy difícil que por otras causas, como la remuneración a los votantes o la falsificación de boletas, se anule la votación, único resultado práctico útil para un aspirante a la presidencia.
En segundo lugar fortalece la figura pública que López Obrador se ha ido forjando como luchador incansable, defensor de sus creencias, guerrero sin tregua frente a todos los obstáculos. Aún quienes no comparten su proyecto de México deben reconocer su tenacidad, el ejemplo de congruencia con sus principios.
En tercer lugar, si otra vez no llega a la presidencia ha perdido otra batalla pero no la guerra. En un medio de políticos convenencieros, lambiscones y acomodaticios es la única personalidad capaz de encabezar una oposición real, de liderar un contrapeso que, ante la pulverización del PAN, equilibre lo que se ve venir si él no persiste: la restauración de un PRI absoluto.
Sería catastrófico.