De todos los poderes metaconstitucionales el más agresivo tal vez sea el de la televisión, que posee casi las mismas capacidades sobrenaturales que las distintas religiones le atribuyen a sus dioses.
Para los pueblos cristianos, por ejemplo, al igual que el Dios de la Biblia, la televisión está a toda hora en todas partes y todo lo sabe, todo lo ve y todo lo juzga, y lo que no muestra no existe.
Además, con sus teletones y concursos evasores de impuestos viste al desnudo, socorre al enfermo, da bebida al sediento, reúne a las familias separadas y devuelve la fe al incrédulo cuando lo saca de la pobreza mediante el milagro cotidiano de las rifas.
Hoy por hoy, la televisión es una potencia política y económica tan grande como lo fue la Iglesia en tiempos de Benito Juárez.
De ahí que al negarse a renovar la concesión de Radio Caracas Televisión, empresa que en 2001 apoyó el golpe de Estado en su contra, el presidente constitucional de Venezuela ha hecho algo que puede equipararse a las Leyes de Reforma que, siglo y medio atrás, despojaron a la curia de latifundios, palacios, rentas y prebendas.
Claro está que, para nuestros acongojados levantacejas, Hugo Chávez ha cometido un horrendo atentado contra la libertad de expresión que, por cierto, ellos jamás practican.
Sin embargo, mientras los golpistas de aquí se solidarizan con los de allá, la Suprema Corte de Justicia de la Nación está enmendando, por fortuna, los aspectos más negativos de la llamada ley Televisa, entre otros, las cláusulas que otorgaban al duopolio electrónico el derecho de cobrar tributo a las tele y radioemisoras culturales o comunitarias, o los tocantes a la renovación automática (e ilegal) de las concesiones.
Las objeciones de los ministros a lo que la legislatura anterior aprobó alegremente confirman, una vez más, que Vicente Fox estableció un pacto secreto con el duopolio para que, a cambio de esa regulación abusiva y disparatada, las televisoras apoyaran a Felipe Calderón y lo llevaran a toda costa a la Presidencia, antes, durante y después de calumniar durante casi tres años, todos los días y todas las noches, a Andrés Manuel López Obrador, hasta la consumación del fraude electoral de julio-septiembre pasados.
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