Usain Bolt es el más grande, Los 19,32 segundos (cuarta mejor marca de la historia, pero a 13 centésimas de su récord del mundo) con que el jamaicano ganó los 200 metros supieron a poco en la feliz noche londinense.
Y sin embargo ese poco fue mucho, fue extraordinario. Por primera vez en la historia olímpica un atleta lograba ganar por segunda vez los 200 metros. Lo que ni Carl Lewis ni ninguno otro consiguieron, lo hizo Usain Bolt.
Es su cuarta medalla de oro individual en pruebas de sprint. Ya supera por una al hijo del viento. Ya puede decir sin empacho, y ante el aplauso general, la admiración, I’m the greatest, soy el más grande.
Y no lo fue más aún en la última carrera, ya negro el cielo de Londres tras una tarde veraniega por fin, porque su compañero, sparring, amigo, acicate, Yohan Blake, no le empujó lo suficiente. Terminó segundo, como en los 100 metros, Blake, en 19,44s; y tercero, cerrando un trío enteramente jamaicano (por primera vez, un país que no es Estados Unidos, barre un podio de 200 metros), el joven Warren Weir (19,84s, una mejora de más de cinco décimas en un año para un atleta de 22 años), que también se entrena a las órdenes de Glen Mills, el entrenador único, por los resultados, y junto a B&B, en Kingston.
Y una vez más, Bolt cambió las leyes, las convirtió en propias, jugó con el tiempo y con el espacio, con todo lo conocido.
Blake, en esfuerzo supremo, logró acortar la distancia que le separaba del hermano mayor, pero justamente, cuando su última aceleración debería haberle permitido ponerse a su altura, intimidarle, fue Bolt, increíble, el que abrió hueco, el que en los últimos 10 metros, lo menos nítido de la noche, miró a su derecha relajando, quizás, su zancada.
Vio la impotencia en la cara de Blake, en su zancada, que ya empezaba a agarrotarse por la subida del ácido láctico brutal, y sonrió.
Se llevó entonces un dedo a los labios, como los futbolistas chulos que después de marcar un gol quieren hacer callar a un estadio hostil, y así, insólitamente, cruzó la meta. Esa fue la foto con la que entrará, definitivamente, en la leyenda que tanto ansiaba.