Sinaloa
Los maizales lucen de un claro verde botella, en ambos lados del camino. Habrá mucho maíz para esta temporada. Y sorgo también. Mientras tanto, los chanates y demás aves de la región, han comenzado a robarse unos granos por aquí y otros por allá, dejándonos a cambio, sus bailes en el aire, y, sus cantos de alegría. Veo gente debajo de los árboles, al parecer están degustando sus sagrados alimentos, mientras que la maquinaria que les ayuda en las labores propias del cultivo, espera impaciente una nueva jornada de trabajo.
Hay guajes, muchos guajes por todos lados. No te hagas. Tornasoles silvestres crecen por millones en los surcos, peleando por su espacio, contra las plantas que nos dan de comer. Los sistemas de canales de riego van por todos lados, llevando vida hasta las mismas entrañas de la tierra, y quizás, llenando de optimismo a todo mundo.
Hay puentes que cruzan los caminos delimitando la carretera transnacional de los caminos vecinales, dándole a este Estado, un aire de modernidad precoz, bastante curiosa.
Más comida, más pájaros revoloteando. Las higuerillas creciendo con sus enormes hojas de pecho rojo en forma de manos me traen recuerdos de paisajes ancestrales. Tal parece, que en este lugar, se han propuesto a arrancarle cada día más espacios a la aridez para sembrarlos de esperanzas.
Las ideas comienzan a fluir más lentamente. Eso me agrada. En este momento, lo único que me preocupa de vivir sin la menor prisa, sin ajetrearme, es que no logro olvidar del todo, que de cualquier manera, el tiempo no se detiene en el tic tac de mi vida. Estoy más viejo que ayer.
El verde-azul del mar, comienza a hacer su aparición, justo en el momento en que el sol, comienza ha tramar su retirada. El regocijo me invade. Me llega la sublime aroma de la brisa playera a mis ojos. La marea sube, y de regreso, forma pequeños ríos de agua salada, que de pronto se funden en la inmensidad del océano. Es la costa del Mar del Pacífico, muy cerca del Trópico, no recuerdo si el de Cáncer o el de Capricornio.
En otras partes, el agua corre entre las piedras y se pierde, como el agua entre los dedos.
Más adelante, ganado blanco y negro, en su mayoría, pasta tranquilamente como queriéndose comer el mundo de una mordida.
Los techos de lámina de algunos hangares de aviones fumigadores brillan intensamente llamando mi atención. Hatos de chivas, cítricos y halos de moscas complementan el panorama. El Diario del día que compré en la mañana, termina de matamoscas. Son tantas las moscas que se subieron de polizontes, que de pronto hay tres personas, con el Diario en la mano, matando moscas a diestra y siniestra. Me recordaron a los tres mosqueteros.
Y seguía viendo guamuchiles, neems, mangos, cañas de azúcar, manglares, puentes y playas vírgenes, ganado y gente trabajando, lo que me obligó a cerrar los ojos y dar gracias a Dios por tantos regalos.
Pero también, de entre las hierbas secas amarillas resalta lo negro de los montes quemados. Un ciento de letreros de los llamados “espectaculares” comienzan a tapar la visión. Letreros que anuncian hoteles, restaurantes, renta de autos, y mucho más.
Una planta generadora de electricidad, que aparece en el camino, tiene tres chimeneas, que escupen altas columnas de humo. Curiosamente, una columna es blanca, otra gris y la otra, negra.
Entonces, decidí dejar mi mente en silencio. El silencio lo dice todo. Qué afán este de querer decir que estamos vivos.
Ya llegarán, junto con la noche, las tierras del Nayar. Ya habrá más tiempo para todo.
“Es por amor que si caigo me levanto siempre, y por amor, yo sigo y sigo aunque me cueste”
Git
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