Vendedores de hotdogs, tacos, aguas frescas, frutas... trabajan todo el día, bajo el sol ardiente de verano y expuestos al viento en los fríos días del invierno. Ganan poco, la mayoría, sin prestaciones ni días de descanso pagados.

Con eufemismo que más bien parece burla, los han llamado "micro empresarios", "emprendedores".

Y son vendedores ambulantes aunque en realidad la mayoría de ellos están fijos en algún lugar.

En la calle o en las banquetas porque no hay trabajo o los que se ofrecen son muy mal pagados, y han acudido a la venta ambulante como último recurso para mantener a sus familias de manera decente.

Hay entre ellos quienes presumen de su actividad y dicen con aplomo "gano más haciendo esto que en la maquiladora o en otras empresas", como afirma un vendedor de chimichangas.

"No diga mi nombre porque me cae el cobrador de impuestos", sonríe.

Salvo raras excepciones, no ganan tanto como algunos presumen. Pero sí ganan más que en la mayoría de los empleos que les ofrece el sector formal de la economía.

Y como él, la gran mayoría no paga impuestos sobre sus ganancias, pero sí pagan los permisos oficiales para dedicarse a su labor.

En Sonora cuando menos hay cinco mil vendedores ambulantes registrados, sin contar los que realizan una actividad tan pequeña que nadie se molesta en registrarlos.

En medio de la crisis, de las condiciones cada vez más desventajosas impuestas por la Reforma Laboral, y ante la poca esperanza de encontrar un trabajo modesto pero estable y con salarios dignos, los vendedores ambulantes se siguen multiplicando, cada vez hay más y cada vez son más perseguidos, menospreciados como "evasores de impuestos", "informales" o "competencia desleal para los empresarios establecidos".

Y allí siguen, en medio de la banqueta, al filo de la calle, en el baldío o en cualquier pequeño espacio donde puedan acomodar su mercancía.