Un genio en Álamos
Javier Martínez Rosas
Domingo 27 de Enero de 2013

Un impactante recital fue el que ofreció el acordeonista Alexander Sevastian en el segundo día de actividades de la edición 29 del Festival Alfonso Ortiz Tirado en el Templo de la Purísima Concepción.

Quien tuvo la fortuna de asistir seguramente nunca olvidará a este acordeonista, ese resonar su instrumento, esas finísimas interpretaciones y ese soberbio programa.

Sin mayor preámbulo, apenas Alexander tomó asiento y tempestuosamente comenzó a tocar ni más ni menos que la Tocata y Fuga en Re menor para órgano de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Al arribo del primer acorde, fue como la caída de un rayo: aquel portentoso y mágico sonido emitido por el acordeón nos sacudió a todos.

Sobra decir que es una obra majestuosa de Bach, pero cabe añadir que se trata de una de las más libres y atrevidas composiciones del gran maestro. Sus armonías son audaces pero fluyen hiladas por sus plásticas melodías, y la obra, en particular la tocata, sigue siendo tan sorpresiva aún en estos atrevidos, eclécticos y libertinos tiempos en la composición musical.

Desde las primeras notas Alexander nos dejó claro que no era un músico más y en su versión, no extrañamos el órgano. Cuando terminó, apenas comenzábamos a asimilar semejante hazaña cuando de golpe “nos receta” tres bellísimas sonatas de Domenico Scarlatti (1685-1757).

El brillo de las notas que producía con su instrumento era como el de las listas plateadas y doradas que adornan las columnas de la iglesia. Con gran refinamiento y cuidando microscópicamente cada detalle, Alexander tejía las transparentes melodías de las sonatas con tan delicada sutileza que mientras balanceaba su cuerpo, y con la mirada perdida o con los ojos cerrados, parecía que en cualquier momento iba a levitar, y cuando realizaba los trinos nos hacía creer que un pájaro al recinto había entrado.

Después del bloque barroco, interpretó dos obras de música contemporánea escritas específicamente para acordeón. Obras que al ser destinadas al instrumento, explotan cabalmente todas sus posibilidades y fue en estas obras que descubrimos la grandeza y versatilidad de este instrumento.

Interpretó la Chamber Suite del compositor Vladislav Zolotaryov (1942-1975), una suite de seis piezas llena de momentos misteriosos en un lenguaje muy cromático. Por momentos fue todo un reto descubrir cómo podía lograr texturas tan complejas solo con sus manos.

Al terminar la suite, continuó con De Profundis, una obra de Sofia Gubaidúlina (1931) una de las grandes compositoras de nuestra época, Alexander se refirió a ella como la actual Shostakovich y a esta obra como una de sus predilectas, como muy especial. Es honda, misteriosa y compleja; se vale de todo tipo de recursos técnicos hasta provocar sonoridades inauditas para conseguir sus objetivos. Fue la pieza más impactante de la tarde y esto es mucho decir.

El programa cerró con Barcarolle de Sergei Rachmaninov (1873-1943) y Una invitación a la danza de Carl Maria von Weber (1786-1826) una pieza con fantásticos pasajes de escalas que hizo contener el aire a muchos.

Al final, la ovación no se hizo esperar en un templo “a punto reventar” y Alexander regresó al escenario tres veces. A la tercera se decidió por un tango para ya despedirnos a todos, pero nos quedamos en el atrio comentando lo increíble que fue.

Alexander Sevastiannos hizo ver que la música, y el ser músico intérprete, es mucho más de lo que comúnmente se cree. Vino un genio a Álamos.

 
 

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