Bruno Ríos, en La blanca espera del tren, su más reciente entrega, traza una retrospectiva emocional, como un bosquejo a tinta negra, que nos va revelando a punta de verso -desde el instante mismo de su nacimiento- los momentos más significativos que han ido marcando su existencia.
Su intensa carga emocional va creciendo al calor de esa espera que le parece blanca mientras recorre las vías de su andar cotidiano en sus dos líneas paralelas: la nostalgia de la soledad que lo angustia y lo remuerde, y su poesía irreductible que lo equilibra y salva en el viaje sin retorno que es la propia vida.
Bruno se debate entre el niño que no fue y que sigue siendo a través del hombre que se siente solo frente al abandono que lo cerca, cito:
Este soy yo / Naturaleza / tu más inocente creación / tu más insulsa manía / tu pobre niño / tu casi ángel / casi siempre abandonado... clama, ante su madre, a quien suplica: no me abandones / que creo en ti / antes de creer...
Acaso, aquí, Naturaleza, escrita con mayúscula, signifique para el poeta la idea del creador supremo, es decir Dios y, acaso su correspondiente en esta tierra sea su Madre, cito:
... que también diste luz a los árboles / a las flores / a los ríos / a las cuatro paredes...
La desazón de no tener juguetes que le cuadren; la soledad de jugar con el silencio, con una hoja de papel, cito:
jugué con el agua / con las arrugas de papel… lo hicieron crecer distinto a otros niños: Jugué a destruirme... confiesa, hasta que la edad misma lo echa fuera de la casa a vivir el mundo: Después, en un simple arrebato / con la mirada puesta en el asfalto / salí...
Más tarde descubriría su primer amor bajo las faldas de Estefanía: Ahí vi el tren por vez primera...
El poeta desvela el misterio de la vida, el túnel profundo que se esconde misterioso bajo las faldas de una mujer, en medio del calor de la entrepierna. El amor carnal que se esconde bajo una tela de colores. Pero también descubre, al mismo tiempo, el gusto por la escritura, al ver ese tren lúdico acercándose, desde su lejanía, en el vórtice de las sílabas:
/entre las comas y los puntos... puntualiza, en el intento por tomarlo con las manos / aunque se escurra y escape...
Concluye.
Esta espera del tren, también es para Bruno Ríos, una hoja de papel en blanco, en la esperanza de que sus recuerdos afloren, suban con él el andén y le brinden el valor de escribir de su dolor y sentimientos; el tren es, entonces, la metáfora de la vida que, tarde o temprano, tiene que abordar; pero también representa la poesía, el acto escritural que, a veces, se le escabulle entre dudas y palabras, a quien también tendrá que abordar con toda prontitud, aunque no llegue a estacionarse para el caso, aún en plena marcha.
El poeta duda de pisar; sin embargo, antes dice: he dado los pasos que esperaban que diera... como señalando:
“ya les he dado gusto” para luego afirmar, en una de sus más bellas imágenes: ahora estoy plantado / con los pies / como un vendaval que se detiene...
Él está dispuesto, ahora, a caminar por la existencia con sus pasos propios, pero, aún duda antes de abordar el tren que espera, el mismo tren que lo llevará a conocer el hielo, la mina que dice su padre que era de su abuelo:
¿Cómo sé que ya no tengo que dar pasos sin fijarme / sin pensar? / ¿Cómo existo sin verme / sin que miren...
Al avanzar el poemario, en un hecho significativo, el autor recuerda cuando conoció a Abigael Bohórquez, cito:
…en el olor del alcohol y la menta / viejito y maltrecho… Abigael / dulcísimo y triste / habitaba en Poesida y en la idea sublime / literaria...
Las imágenes del pasado se mezclan con las imágenes poéticas de las lecturas de su autor predilecto. Esto es lo que se dice “montarse en la tradición”; es decir, el poeta acepta que posee una herencia literaria, la respeta, pero al mismo tiempo inventa su lenguaje propio. Recupera el paradigma de Jorge Luis Borges: “detrás de un gran escritor, existe un fantástico lector”.
Por eso la descripción de la muerte de Aramara (poema XIV) es un texto lleno de nostalgia y sufrimiento, junto con la paz, cito, de una luz blanquecina de su andanza... La luz es del tren de la vida que llega y se va con un solo pasajero, que pudiera ser el mismo poeta o cualquiera de nosotros.
¿Acaso este nombre lo llevamos todos: pasajero, el que va de paso, mientras esperamos oír el silbato del tren que se acerca para nuestro último paseo?
Observado a detalle, el poema es autobiográfico, pero más allá de las anécdotas y los nombres, los dientes de leche, el pez azul de la pecera, el poemario es un recorrido por el corazón del poeta, que transforma la realidad con sus palabras; es un listado de sus héroes y demonios; de sus autores favoritos y las obras que lo hacen ser quien es. La vida para él, es el tren que recorre los abismos de la realidad, nos asegura:
Es mi tren / blanco y anodino / moviéndose por las montañas de mi tiempo / pasado / arrebatando el presente…
Caminar por este mundo se convierte en una espera –en este caso blanca- de que llegue el tren para llevarnos a otra parte, incluso a la otra vida (si es que existe). La metáfora perfecta cuando de niños nos decían los mayores: “Ahí viene el tren, cuenten los vagones”. Y entonces descubrimos que son interminables porque cada vagón es una vida pasajera. Y una vez arriba, en el asiento de primera clase o de segunda, vemos, dice el poeta,
todo / las vidas / los recuerdos / el corcho y las mareas / la luna y mis amores...
Y, entonces, quizá la hoja en blanco termine llena de palabras y la espera deje de ser blanca.
* Texto leído por su autor en la presentación del libro La blanca espera del tren, de Bruno Ríos Martínez de Castro, en el callejón Velasco, bajo el marco de las Fiestas del Pitic, 2013.
Hermosillo, Sonora mayo 31 de 2013