Se suponía que éramos amigos de Estados Unidos. Al menos así pensaban algunos personajes del círculo gobernante que nos embarcaron en una guerra estúpida que en seis años, según los cálculos más conservadores, mató a más de 60 millones de mexicanos, hizo desaparecer a unos 25 mil y obligó a dejar sus lugares de residencia a un cuarto de millón de personas, todo para cuidar la salud de los vecinos.
En un momento en que proliferan las denuncias sobre el espionaje estadounidense, el diario Excélsior, en una muy buena nota firmada por Paul Lara, nos confirma lo que ya sospechábamos: que Washington no confía en sus aliados y que, valiéndose de gobernantes traidores, se dedica a espiar en su patio trasero, y lo hace con pleno consentimiento de quien estaba más obligado a salvaguardar la soberanía nacional.
En suma, lo que dice la nota de Excélsior (10/VII/2013) es que Felipe Calderón pactó con el gobierno de Estados Unidos la instalación en México de un sistema para interceptar llamadas y mensajes por internet. Por el malhadado sistema de espionaje, Washington erogó una bicoca —apenas tres millones de dólares—, pero para México tuvo el costo impagable del desprestigio y la pérdida de soberanía.
Fue en febrero de 2007 cuando Calderón extendió al Departamento de Estado su plena autorización para que los mexicanos fuéramos espiados dentro del territorio nacional, para que no tuviéramos privacidad en nuestras llamadas telefónicas o en los correos electrónicos, para que un gobierno extranjero pudiera saber qué decimos y hacemos.
Por supuesto, el sistema de intercepción no afecta únicamente al ama de casa que intercambia con sus amigas anécdotas intrascendentes ni al muchacho que se pasa las horas navegando en internet ni al pobre diablo que deja su vida en la chambita malpagada. No. Lo grave es que el gobierno estadounidense espía sobre todo a los mismos gobernantes que tan servilmente aceptaron el espionaje, a los políticos más relevantes, a los grandes empresarios, a los militares de rango más alto, a los mexicanos que tienen algún poder.
Por supuesto, el pretexto fue colaborar en la guerra contra el crimen organizado, lo que quizá sea cierto, pero más cierto es que Washington tomó el control total de nuestras comunicaciones con el consentimiento pleno de Felipe Calderón, el siniestro individuo que sumió a la república en un baño de sangre. Parece que llegó la hora de llamarlo a cuentas y juzgarlo como se debe. Es un traidor a la patria, ni más ni menos.