El Concepto. Pemex tiene miles de kilómetros de ductos cuya vigilancia metro a metro es imposible. El 5 de julio, en Guanajuato, dos gasoductos fueron dañados por tres explosiones y cinco días más tarde y por el mismo modo, otro más en Querétaro. En esa última fecha, 10 de junio, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) dio a conocer un comunicado atribuyéndose la responsabilidad de esos ataques a los intereses de la oligarquía –la acción perjudicó a 94 grandes industrias, a 590 empresas locales y a 20 mil 700 hogares- y del “Gobierno ilegítimo”. El EPR también anunció nuevas acciones si el Gobierno no presenta vivos a dos de sus miembros, capturados en Oaxaca el 25 de mayo y cuyo paradero se desconoce.
El EPR se dio a conocer en el primer aniversario de la matanza en Aguas Blancas, en 1995, de 17 miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur, por policías de Guerrero. En sus once años de existencia, la organización clandestina se atribuye medio centenar de acciones contra policías, soldados y marinos, bancos y ahora contra Pemex, así como numerosos actos de “propaganda revolucionaria”. El EPR se presenta como una organización revolucionaria resultado de la unión de catorce agrupaciones preexistentes. Esa estructura es, a su vez, heredera directa de aquellas que surgieron en los años sesenta del siglo pasado como resultado del éxito de Fidel Castro y los suyos en 1959. El ejemplo cubano desencadenó en América Latina un esfuerzo de la izquierda radical por llegar al poder mediante una guerra irregular que sirviera como detonador de la movilización social. En el caso de México, la acción guerrillera contemporánea se puede datar a partir del ataque de una docena de jóvenes encabezados por el profesor Arturo Gámiz contra la guarnición de Ciudad Madera, en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965. Inmediatamente después apareció la guerrilla rural de Guerrero, también bajo el liderato de maestros: Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Posteriormente surgieron guerrillas urbanas, justo después de la represión de los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971. En 1994 aparecería de manera espectacular en Chiapas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y poco después el EPR más otras agrupaciones similares con base geográfica en el centro y sur del país.
Las actuales guerrillas mexicanas son parte de una larga cadena histórica que se remonta, por lo menos, a los inicios del siglo XIX. En efecto, a partir del estallido de la rebelión de independencia, nunca ha dejado de haber grupos guerrilleros que, en buen número de ocasiones, se confundieron con gavilleros o al revés. Casi siempre, ese tipo de acciones de resistencia fue precedido por un inútil reclamo social combinado con acciones de las autoridades percibidas como arbitrarias e injustas. Pero ¿qué es una guerrilla? El término lo acuñaron los españoles para aplicarlo a la lucha de los pequeños grupos que entre 1809 y 1813 hostigaron sin tregua a las fuerzas napoleónicas que habían invadido la Península Ibérica. Sin embargo, ese tipo de lucha y la idea que estaba detrás son muy viejos. El general chino Sun-tzu ya registra en el año 350 AC, en su tratado El arte de la guerra, la existencia y las reglas básicas de la acción violenta y sistemática de los pequeños grupos y cuya ventaja residía en la sorpresa y la estratagema.
La definición de guerrilla se refiere a grupos pequeños de combatientes irregulares que se enfrentan a las fuerzas regulares y superiores del gobierno o de un ejército invasor con acciones militares de pequeña escala y corta duración. Estas acciones sólo tienen sentido pleno si son parte de un proyecto de mayor escala, pues la debilidad insurgente en términos de número y recursos debe ser compensada con un proyecto político que implique algún tipo de movilización social. Para operar de manera efectiva toda actividad guerrillera necesita, tal y como Mao Zedong lo enfatizó en sus escritos teóricos, de una base social relativamente amplia en la que los cuadros insurgentes puedan moverse “como el pez en el agua”. La guerrilla puede o no recurrir a acciones terroristas, pero cuando lo hace tiene que pagar un precio que puede ser finalmente muy alto: la pérdida de simpatía y de apoyo entre su medio natural e indispensable: la población civil. Históricamente, las acciones guerrilleras han llevado a tantos o más fracasos que a victorias, pero son estas últimas de las que se nutre la memoria colectiva. Las pequeñas bandas de godos o hunos pudieron poner a la defensiva a los ejércitos romanos y los grupos de escoceses de Robert Bruce hicieron fracasar el proyecto del inglés Eduardo I. Las bandas de campesinos que al lado de los cosacos hostigaron en 1812 al ejército de Napoleón en su retirada de Rusia, causaron miles de bajas a la “Grande Armeé”. Afganistán es hoy el ejemplo más notorio de la guerrilla rural e Irak de la urbana. México suele aparece entre los ejemplos clásicos de la lucha guerrillera del siglo XX con el zapatismo y el villismo en su etapa final. Menos conocido, pero igualmente importante fue el caso de las guerrillas cristeras. Finalmente estos tres ejemplos –uno suriano, otro norteño y el último de El Bajío- fueron derrotados militarmente. Sin embargo, el programa zapatista tuvo que ser incorporado por el nuevo régimen, que luego debió negociar con los remanentes del villismo, mientras que Plutarco Elías Calles tuvo que llegar a un modus vivendi con la Iglesia Católica.
La “guerra sucia” que en los setenta el ejército y policías libraron contra los jóvenes guerrilleros urbanos o las acciones militares contra el EZLN, se tuvieron que combinar con reformas políticas y con un nuevo discurso en relación a las comunidades indígenas y sus derechos. Lo brutal e ilegal del trato dado por los gobiernos priistas a los insurgentes de los 1960 y 1970 –eso que se suponía que debía investigar la fiscalía especial sobre crímenes del pasado, pero que realmente no hizo- fue parte del desprestigio que llevó a que el PRI fuera finalmente echado de “Los Pinos” en 2000. Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y muchos otros de sus seguidores perdieron la vida en Guerrero, pero en ese estado el PRI finalmente perdió el poder y sus autoridades saben hoy que el problema social ya no puede ser enfrentado con los viejos métodos represivos y que la herida sigue abierta. El 2006 y la Resistencia Armada. Un aspecto central del proceso político mexicano de 1988 a 2006, fue que abrió la posibilidad de que la izquierda hiciera suyo el proyecto de transformar al país de autoritario a democrático por la vía pacífica y dentro del marco de una economía de mercado. A partir de 1988, el grueso de la energía política de la izquierda se canalizó por la vía nada fácil de “la insurgencia electoral”, encabezada primero por Cuauhtémoc Cárdenas y hoy por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El fin de la Unión Soviética y de la Guerra Fría más el triunfo de la globalización y el neoliberalismo, llevaron al grueso de las izquierdas mexicanas a integrarse a la llamada “la tercera ola democrática”. Sin embargo, una minoría se mantuvo escéptica. El EZLN y el EPR son parte de esos que, como Santo Tomás, decidieron que, hasta no ver, no creer. Y lo que finalmente vieron les llevó a no creer.
Durante la campaña electoral de 2006, el EZLN hizo lo que pudo a nivel de discurso para deslegitimar a AMLO y al PRD, pero el EPR reaccionó de otra manera. Por un lado decidió no sabotear la elección presidencial ni las posteriores acciones de protesta pacífica de AMLO y simplemente se mantuvo a la expectativa. Es de suponerse que la falta de limpieza de la elección y los dados cargados contra la izquierda, más la represión federal y estatal en Atenco y en la ciudad de Oaxaca –que implicó la violación abierta de los derechos humanos y en Oaxaca, la muerte de más de veinte personas-, la permanencia de Ulises Ruiz –quintaesencia del antiguo régimen antidemocrático- al frente del gobierno oaxaqueño, la impunidad de Luis Echeverría o de Mario Marín en Puebla como resultado de un acuerdo entre PRI y PAN y finalmente, el arresto y desaparición de dos supuestos miembros del EPR, parecieran haber llevado a la organización guerrillera a reanudar sus acciones.
La elección de 2006 era la oportunidad casi perfecta para que el supuesto nuevo régimen democrático mostrase y demostrase a todos, los radicales incluidos, que la vía pacífica del cambio político era ya una realidad. Sin embargo, con una ligereza que asombra, el gobierno y sus apoyos decidieron desaprovechar la ocasión. Y uno de los resultados de tal decisión, es justo el retorno de la política de las armas.
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