En un espectacular escenario instalado en la calle Comercio, a un costado del Templo de la Purísima Concepción, se inauguró el 30 Festival Ortiz Tirado.

Por primera vez se realizó en este lugar pues el Palacio resulta insuficiente para tanta gente que quiere asistir al primer concierto del Festival. Además, es una edición especial y nadie puede quedar fuera.

Y efectivamente, varios miles de personas asistieron. Incluso ya iniciado el concierto se tuvo que ampliar considerablemente el espacio de fondo para instalar más sillas. No se había visto tanto público para un concierto del Festival como anoche.

Fernando De la Mora recibió la Medalla Alfonso Ortiz Tirado y fue el principal protagonista del concierto, compartiendo el escenario en varios números con la soprano Olivia Gorra, quienes fueron acompañados por la Orquesta Filarmónica de Sonora que, dirigida por Enrique Patrón De Rueda, abrió con la pieza instrumental “Truenos y relámpagos" de Johann Strauss II.

Strauss II compuso mucha de la mejor música de entretenimiento del siglo XIX. Le gustaba tomar danzas tradicionales para luego darles mayor ligereza rítmica, bordarles ingeniosas melodías e incluir efectos especiales para sorprender, Truenos y relámpagos es un excelente ejemplo de ello, se trata de una polca que con redobles de timbales y choque de platillos por momentos, emula una tormenta eléctrica.

Pero pronto fue evidente la desventaja de tocar en un espacio abierto pues los timbales sonaron débiles y los detalles de color orquestal y matices se perdieron con la amplificación. Interesante selección, pero la pieza no resultó efectiva.

De La Mora inició cantando dos canciones napolitanas de Ernesto de Curtis con aplomo. Luego fue el turno de Olivia Gorra, quien insegura en la primera canción, “Por ti volaré” de Francesco Sartori, parecía estar nerviosa, pero conforme se desarrolló el concierto pudo desenvolverse mucho mejor, siendo para destacar su interpretación de la canción “Contigo en la distancia” de César Portillo de la Luz.

El programa consistió casi en su totalidad en canciones populares bastante bien conocidas por el público que también cantó anoche a petición de los artistas. Lo que resaltó por diferente fue la inclusión de toda una escena en dueto de la ópera Romeo y Julieta de Charles Gounod.

De La Mora fue quien más intervenciones tuvo y realizó muy buenas versiones de las canciones “Vereda tropical” de Gonzalo Curiel y “Granada” de Agustín Lara, particularmente en esta última lució a plenitud sus virtudes vocales.

El gran público disfrutó del concierto, aunque algunos extrañaron la acústica del Palacio y la inclusión de piezas más ricas y refrescantes.


Nunca Jamás inaugura noches de rock

Este año se cambió el escenario de los conciertos de rock, ahora es el estadio de béisbol, algo que a muchos, de entrada, no les gustó porque el tradicional espacio era ni más ni menos que la mítica Casa de las Delicias y además, para llegar al estadio hay que caminar desde el centro un poco más. Pero al final la experiencia fue buena y en ello tuvo mucho que ver la primera banda que tocó: Nunca Jamás. 

Nunca Jamás es un trío de rock de Cd. Obregón integrado por Omar Sainz (composición, voz y guitarra), Pedro Verdez (bajo) y Max Arnold (bateria) que tocan rock pesado desenfadadamente, libres de toda pesadez -valga la aparente contradicción-, quiero decir, libres de toda gravedad.

Para ser un grupo de tres instrumentistas, por cierto con estupendos dotes ejecutantes, lograron una sonoridad potente, rica y compacta que sorprendió a quienes desde lejos, sentados en las gradas, creían que se trataba de una banda telonera amateur como tantas otras y esperaban a la estelar mientras seguían el desarrollo del partido entre los Mayos y los Naranjeros en sus dispositivos móviles.

Pronto la música del Nunca Jamás los convenció y se acercaron al escenario a rockear. Al final pidieron más pero ya tocaba cambio de turno.