OQUITOA.- La luna llena estaba en todo su esplendor, se podrían ver las cruces y los sepulcros claramente a distancia, el silencio invadía el lugar, por eso cuando los tres ladrones de tumbas vieron aquella mujer levantarse de su ataúd, dando unos quejidos aterradores, los tres oquiteños quedaron paralizados, pensaron en un principio que había sido producto de su imaginación, ó de tanto aguardiente que habían bebido.
Hasta que los dedos huesudos y pálidos de la mujer vestida de blanco y postrada en su sepulcro apretaron la mano a uno; los pelos de los profanadores de tumbas se erizaron, sintieron escalofríos, querían gritar del horror, aullar de espanto, pero tenían engarrotados los nervios en la garganta y sentían que se ahogaban, los ojos llorosos y desorbitados; uno de los ladrones se orinó,no podían correr porque tenían engarrotados los pies.
Con sus manos temblorosas se persignaron y de un salto salieron de la tumba, huyeron en estampida, querían huir lo más lejos posible de aquel espanto blanco que les hablaba por sus nombres. Entraron al pueblo aullando el terror y despertando a todos los habitantes de Oquitoa.
Fue así como nos contaron en Oquitoa la historia de la resucitada tan joven y bella que la propia muerte la había respetado y regresado de nuevo del mundo de los vivos.
Pero no teníamos nombres, datos más precisos sobre aquella leyenda, qué relación tenía la historia con el molino harinero de Oquitoa, por lo que decidimos trasladarnos a este pueblo sonorense para corroborar datos, fechas, investigar y comparar lo que nuestros abuelos nos han contado durante varios años.
El molino harinero "San Antonio" se establece en el siglo XVIII en Oquitoa, una de las misiones fundadas por el Padre Kino y cuyos misioneros invitaron a los ricos españoles a probar fortuna en tierras sonorenses. Don José María Cañedo, uno de los inmigrantes ibéricos, fue propietario de ese molino donde se producía la harina más blanca del país, dicen. Quizás porque las trabajadoras del molino andaban siempre cubiertas de harina o tal vez porque las hijas de Cañedo y tres ríos que pasan cerca de allí se tomó el nombre de Oquitoa (Mujer Blanca, en dialecto pápago).
Cañedo tuvo 7 hijos, de los cuáles dos nacieron en Valencia, pero los restantes cinco nacieron en Oquitoa; en la familia tres mujeres y muy bellas, aseguran los relatos. El padre tenía especial cariño por una de ellas, la mayor, Rosalba Guadalupe Cañedo a cuyo paso se desprendían los suspiros de todos los caballeros del lugar y pueblos de arriba.
Crespones de luto y dolor cubren el Molino harinero
A los 18 años de edad la bella Rosalba cayó en cama víctima de una extraña enfermedad que la hizo adelgazar y palidecer, pero aun así conservaba su admirada belleza. El afligido padre recurrió a médicos, curanderos y brujas, pero ni rezos, oraciones y conjuros pudieron hacer algo por devolverle la salud, que seguía de mal en peor.
Un día ya no despertó, amaneció tiesa, al parecer ya sin vida, y los crespones de luto cubrieron a la familia Cañedo Ríos y a toda la comunidad del molino harinero de Oquitoa.
Para el sepelio Rosalba fue vestida con un hermoso traje de seda y cubierta con collares de oro, pulseras de los más finos metales, perlas y otras piedras preciosas. El afligido padre quería entregar al cielo a su hija vestida como princesa.
Sobre las causas de la muerte nadie sabe, nadie supo, el fallecimiento de la doncella era un misterio y así fue sepultada a un costado de la iglesia fundada por el Padre Kino edificada en una loma a pocos metros donde hoy se encuentra el palacio Municipal.
El duelo
El molino harinero estaba cubierto por el luto y el dolor, pero al tercer día de la tragedia, ocurrió algo increíble.
Tres borrachines aturdidos se enteraron de las joyas que fueron sepultadas con el cuerpo de la doncella y entre plática y plática decidieron planear el robo que los sacaría de pobres, o cuando menos les permitiría comprar más aguardiente de lechuguilla.
Profanar la tumba aún fresca de la bella Rosalba era tan fácil como dar unas cuantas paladas, abrir el ataúd, tomar las joyas, volver a tapar la tumba y vámonos a disfrutar la vida.
Con este plan llegaron a lo alto de la loma donde se encuentra el cementerio de Oquitoa. La mayor parte del pueblo estaba en cama, unos durmiendo y otros reproduciendo a la especie, mientras los profanadores se plantabann frente a la tumba y empezaban a excavar acompañados por la silenciosa claridad de la una.
Al abrir el ataúd los sorpendió la belleza aún intacta de Rosalba, parecía como si solo estuviera dormitando.
Ya repuestos de la primera impresión, empezaron a despojar el cuerpo de todas las joyas. Todo iba bien hasta que intentaron sacar un anillo de la mano izquierda; éste no cedía, estaba adherido al dedo con tanta presión que resultaba casi imposible sacarlo por las buenas, así que optaron por las malas: Cortar el dedo y punto. Sacaron una navaja y cuando apenas intentaron el primer corte, la bella difunta lanzó un fuerte grito de dolor que a los ladonzuelos les pareció aterrador, diabólico.
Saltaron de la tumba y como en película de cámara rápida salieron del panteón para llegar corriendo al pueblo, temerosos de que la difunta les pisara los talones. El escándalo que hicieron despertó a medio pueblo. Cuando narraron lo sucedido no faltó la doñita comunicativa que corrió a decírselo a don Cañedo. Al enterarse de lo ocurrido, el viejo ricachón reunió a varios hombres, incluyendo a los tres ladrones que se negaban a volver al cementerio y hasta donde fueron llevados a la fuerza.
La muerte regresó a la bella doncella
El pueblo entero llegó alumbrándose con cachimbas y antorchas hasta la tumba de Rosalba Guadalupe Cañedo, a la que encontraron sentada, envuelta en llanto y atarantada, sin entender por qué estaba allí. Su padre clamó al cielo en señal de agrdecimiento, abrazó a la hija y ordenó liberar a los tres profanadores. ¿Cómo iba a castigarlos si gracias a ellos había recuperado viva a su hija?
Tiempo después se supo que este tipo de sucesos tenían una sencilla explicación. Hay gente que suele morirse pero no se muere, o sea, sólo están en un trance donde se privan hasta de respirar hasta que poco a poco recuperan el movimiento. Eso fue posiblemente lo que sucedió a Rosalba, ella tuvo la suerte de que los tres borrachos ladronzuelos la despertaran, suerte que otros no han tenido y han debido morirse de manera definitiva.
Una vez recuperada a la hijo, don José Cañedo organizó una fiesta popular y ordenó varias misas para agradecer el milagr. Los profanadores en vez de ser castigados fueron tratados casi como héroes, se les reglaó toda la lechuguilla que quisieran tomarse siempre y cuando no mearan cerca del lugar donde la gente festejaba.
Desde entonces todo mundo en Oquitoa recuerda los nombres de la Muerta Resucitada y de su padre, pero no los de aquellos borrachines para no ofender a sus descendientes.
FOTOS: En portada, el molino harinero.