Entre plagas y ungüentos
Rogelio Arenas Castro
Domingo 20 de Abril de 2014

En mi colaboración anterior* citaba el caso de Toño “El huevón”, quién según los díceres había muerto por unas fiebres ocasionadas por los piojos blancos, una de las muchas plagas que padecíamos quienes conformábamos el peladaje, como le llaman al pueblo algunos escritores.

Cuántas veces y meses anduvimos con una ruedota arriba de la oreja debido a un emperrado jiote, previamente tratado con tintura de yodo, no muy efectiva, hasta que pusieron a la venta la pomada “González”, ésta si muy efectiva.

A las boquillas y la tiña les hacían la lucha con hojas de hierba del manso toques de violeta de genciana, pero los emperrados piojos negros, las liendres y, claro, los piojos blancos eran otro cantar. Nos bañaban la cabeza con petróleo azul, dizque para matarlos y luego una buena escarmenada con un peine vaquero o “saca piojos” como les decíamos.

A algunos, como el Cuate Ibarra, nieto de la Ma fina de Nacho viejo, hubo que pelarlos al rape o bien güeja porque siempre tenía algo como tamo blanco en la cabeza y que no eran más que liendres y piojos negros, lógico nunca les sirvió el petróleo; fueron él y el Chillón, hijo de Porfirio el barriquero, los primeros “guachos pelones”, así les decíamos para hacerlos enojar en el viejo barrio.

Éste tipo de plagas muy usuales cundían rápidamente en la barriada y cómo no, si con un plebe que se le pegara alguna, prendía a los demás, pues por lo regular dormíamos tres o cuatro y en algunos casos hasta más chamacos en una sola cama de aquellas de corriones que se usaban en nuestras “mansiones” de carrizo y lodo, que eran nuestras moradas y que constaban de dos cuartos más el portal, uno que era cocina y comedor y el otro, recámara, sala y todo lo que se pudiera acomodar en él.

Esas plagas, más la temible tisis (tuberculosis) causaron estragos entre las familias de las barriadas; Es cierto, teníamos servicios médicos: el hospital civil y sanidad; el primero en lo que es hoy la zona norte Plaza de los Pioneros y la segunda en esos ayeres en Nayarit y Zaragoza, en donde hoy se encuentra la oficina de correos y telégrafos.

Posiblemente los recursos gubernamentales no alcanzaban para hacer las campañas que se hacen ahora en los centros de salud o como es común a lo mejor no había porque preocuparse por el populacho tan aguantador y cochino de siempre, como dicen despectivamente, algunos.

Por allá en los lejanos cuarenta vivía en el barrio Panchón, un señor como de cuarenta y pico de años, flaco, alto y serio, siempre serio. Lo veíamos recargado en las paredes de con los Habas, él decía que era pariente de ellos, este señor murió “afectado” igual que don “Rafali”, parece que los llevaron a Guadalajara y por allá quedaron pues aquí, en el Hospital Civil cuando los casos estaban muy avanzados, los mandaban en el mixto, viejo tren que llegaba al dipo en ese tiempo y que llevaba furgones con carga y  uno o dos con pasaje, de ahí su nombre “el mixto”.

Los adultos también tenían sus plaguitas: ladillas principalmente, contraídas en la vieja zona roja de las calles Madero, Obregón y Zaperoa, a quienes don Abundio Mora Rubio, viejo boticario de aquel Cajeme de mis Recuerdos, les vendía “Ungüento del soldado”, muy eficaz para dicha plaga y más adelante, cuando se puso a la venta la penicilina, ya fue fácil curarse de alguna purgación o gonorrea a las cuales no les había hecho mucho efecto el Salvarsán, medicamentos anteriores a la citada penicilina.

Hasta aquí una poquita de historia de aquellas plagas antihigiénicas que “orgullosamente” padeció la mayoría del populacho cajemense antes que llegara a ésta el doctor Del Río y claro, fuimos creciendo entre insalubridades, carencias, etcétera, pero eso sí muy unidos en las buenas y en las malas.

 

*Este texto, tomado del libro Cajeme de mis recuerdos, se hizo con artículos publicados por Rogelio Arenas en el siuplemento Quehacer Cultural del Diario del Yaqui.

 
 

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