La ciudad y los indigentes
Sergio Anaya
Sábado 24 de Mayo de 2014

Por Sergio Anaya

Nos acechan al caminar por las calles de esta ciudad, cuando nos detenemos frente a los escaparates de la tiendas comerciales, en la taquería, en un café, al detener el auto en el rojo del semáforo… nos acechan en todas partes con la mano extendida y la mirada implorando ayuda.

La mayoría pide dinero, “lo que sea su voluntad”, pero también hay quienes piden comida. A veces tocan a la puerta de nuestras casas y nos proponen limpiar el frente, lavar el carro, cualquier cosa a cambio de una limosna.

La ciudad se ha llenado de pordioseros, de gente que deambula de aquí hacia allá arrastrando sus enclenques y sucias figuras, perdidos en la desesperación por comer algo, por conseguir el siguiente trago o la dosis que calme la ansiedad. Otros no piden, simplemente esperan el momento oportuno para robar cualquier cosa.

Es cierto que la pobreza y sus extremos no son nuevos entre nosotros. Incluso en los tiempos dorados del crecimiento económico, en la década de los sesenta, la gente pobre ya era la clase social más numerosa. Pero era más dinámica la movilidad social y hasta los pobres esperaban que sus hijos consiguieran un buen empleo y salieran adelante.

Y los indigentes solían ser la excepción, el alcohólico o algún enfermo mental dejado a su suerte. Solíamos incluso identificar a los pordioseros con gente venida del sur del país, las típicas “marías” que sentadas en las banquetas, con un niño en el reboso y otro a un lado, pedían limosna sin necesidad de hablar, atenidas solo a la conmovedora miseria que exhibían. Fuera de esos cuadros excepcionales, era raro mirar indigentes en las calles de nuestras ciudades.

Pero en los años recientes los pordioseros han experimentado algo así como una “explosión demográfica”. Ya no son una figura individual, como en los cuentos y películas; ahora son un estamento o grupo social, aún disperso, sin organización, pero cada vez más numeroso.

Hoy los indigentes no vienen de otras regiones ni son “loquitos”, sino gente de nuestros barrios más marginados y de los empobrecidos poblados rurales, gente apta para desempeñar un trabajo normal si no estuviera como está, débil y desmotivada, aplastada por el entorno social y por su propia biografía. Son cajemenses, sonorenses como usted y yo. Y no podemos llamarles “marginados” porque no están afuera, al margen, sino dentro de esta sociedad donde conviven con otros grupos sociales.

Desempleo, falta de oportunidades, crecimiento geométrico de la drogadicción y el alcoholismo, cultura de la pobreza, rechazo a la explotación intensiva de los empleos mal pagados que se ofrecen a las clases bajas, concentración del ingreso en unos cuantos … Todos las variables que coinciden en esta problemática no son suficientes para abarcar la tragedia humana y social que significa la explosión demográfica de los pordioseros. Y nada podrá frenar su crecimiento si seguimos por la misma ruta neoliberal que se impuso a países como México desde la década de los ochenta.

Hagamos una proyección para los próximos diez años tomando como referencia los diez años recientes en los que se ha multiplicado esta problemática social. Tratemos ahora de imaginar cuánto crecerá el estamento social de los indigentes si se mantiene el modelo neoliberal (y con él la corrupción que destruye al país).

De ser así, es obvio que nuestra ciudad, como las de todo México, se asemejarán más a las urbes de los países más pobres del mundo donde los pordioseros, adictos y toda clase de indigentes son muchedumbres abandonadas por el estado y el resto de la sociedad.

Sólo la clase política y la élite económica que nos gobiernan se atreven a realizar proyecciones más optimistas y nos aseguran que en el 2025 tendremos mejores condiciones sociales. Mientras la realidad día a día nos dice lo contrario. ¿Usted a quién le cree?


Operativos de imagen

Cada vez que crece la ola de asesinatos o ejecuciones en nuestra región, se montan intensos operativos policiacos con la participación federal, estatal, municipal y elementos del Ejército. Se hace ruido, se detiene a unos cuantos, aunque la mayor parte de las molestias son para ciudadanos tranquilos a los que se detiene "por sospechosos".

Son operativos "de imagen", hechos para dar una sensación de seguridad a la población. Los resultados son evidentes: apenas concluyen los intensos operativos, vuelve la ola de ejecuciones, como ha ocurrido este fin de semana.

 
 

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