Según la Constitución, el ayuntamiento es un órgano colegiado deliberante facultado para gobernar, con un presidente, un síndico y una cantidad de regidores proporcional al número de habitantes.
Algunas entidades federativas tienen una ley electoral con la que se eligen regidores por zonas territoriales y en ellos es más equilibrada la proporción y representación de regidores, pero no es el caso de Sonora.
La ley arcaica para elegir ediles en Sonora solo le da a los partidos perdedores la posibilidad de obtener hasta 5 regidores de minoría, mejor conocidos como regidores de ornato, ya que en ningún supuesto juntando los regidores de oposición obtendrían mayoría en una sesión de cabildo por encima de los integrantes de la planilla del partido político ganador encabezada por el presidente municipal. Los votos de un solo partido en el cabildo de un municipio con más de 120 mil habitantes suman 14 y los de otros partidos suman 9.
La composición de los ayuntamientos sonorenses reproduce el viejo caciquismo priísta que en Cajeme se impone con el grupo político boursista por encima de la participación ciudadana.
Sin embargo, cuando gobierna el PRD o el PAN en los municipios, es evidente que la dinámica viciada de un cabildo no cambia. Por lo que se vuelve necesario llegar a una reforma política municipal en este sentido.
El caso en Cajeme es patético.
Los gobiernos del PRI hasta antes de 1997 nunca realizaron las sesiones de cabildo con el carácter público que marca la ley y por derecho de audiencia ciudadana.
Por ejemplo en el trienio de Faustino Félix (1991 – 1993) se realizaron todas las sesiones de cabildo en un cuarto cerrado de 32 metros cuadrados bloqueado el acceso tanto a medios como a ciudadanos. Ahí se fraguaron acuerdos oscuros y variadas machincuepas todavía desconocidas por la memoria pública.
Hasta que el PRD gobernó en Cajeme todas las sesiones se celebraron hasta dos por mes de manera abierta y pública, a excepción malamente de un par de ellas cuando el alcalde Javier Lamarque hizo cochupo fuera de testigos.
Con el gobierno municipal en Cajeme de Ricardo Bours la costumbre arbitraria y corporativa en cabildo regresó por sus fueros, por encima de cualquier decisión colegiada.
Félix Holguín en su periodo presidencial llegó con acuerdos amarrados, sorteando las discusiones que dos regidores estrellas -Encarnación Bobadilla del PRD y Honorio Valdez del PRI- ponían en aprietos ante la incongruencia de los panistas.
Francisco Villanueva llega a un cabildo libre con la aplanadora, con sesiones públicas sin mayor diatriba a no ser la del expriísta Marcelino Pérez que se hace propaganda y la de los regidores perredistas casi inexistente.
Una frase hueca fue la que dijo el panista Gustavo de Unuane cuando vino a entregar el subsidio para vivienda. “Debemos de tomar las decisiones juntos, Ayuntamiento viene de yuntare de juntar”.
Si, ayuntamiento viene del latín jungere, que quiere decir juntar. Pero lo que hacen los panistas y priístas es separar, dividir y tomar las decisiones en santa comunión a espaldas y en traición a los ciudadanos, en un cochupo fluido, fluido…
|