José L. Guerra Beltrán
La publicación de la traducción al inglés del libro Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, profesor de Economía Política en la Universidad de París, (originalmente escrito en francés hace poco mas de un año) ha sido un fenómeno en sí.
En los últimos treinta años un libro de economía no había creado tanto interés a los dos lados del Atlántico Norte, llegando incluso a ser un best seller en la lista del New York Times.
Escrito de una manera amena, el libro explica y documenta la enorme concentración de la riqueza, es decir de la propiedad de capital, que ha existido durante estos últimos treinta años, alcanzando niveles prácticamente sin precedentes.
Con narrativa fácilmente accesible, explica de manera detallada las características de esta concentración en los países capitalistas más ricos, dando abundante información sobre la evolución de las distintas formas de propiedad, señalando que el nivel de concentración de esta riqueza, así como el nivel de la misma, han alcanzado dimensiones que garantizan su propia reproducción, pasando de padres a hijos, estableciéndose una nueva oligarquía sostenida por los gobiernos que aseguran su continuidad en el escenario económico, político y social en cada país.
Este éxito literario, de contenido técnico, se debe a varios factores. Uno de ellos es que el nivel de tolerancia popular hacia la existencia de las desigualdades ha alcanzado un nivel de desaprobación elevadísimo. De los países de la Unión Europea, el 78% consideran que las desigualdades son demasiado elevadas, un porcentaje sorprendentemente parecido al de EEUU con el 72%.
La gente está harta de los súper ricos. Y lo que es peor para los súper ricos es que la gente no cree que esa jerarquía social esté basada en un autentico mérito. Es decir, la gente no cree que los súper ricos merezcan ser súper ricos, pues no están donde están debido al mérito (es decir, solo se lo ganaron), sino a toda una serie de circunstancias para nada meritorias, entre ellas el ya haber nacido súper rico.
No es sorprendente, que, junto a la alabanza casi unánime por parte de autores y creadores de corte progresista (entre ellos, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman), haya habido furibundos ataques de los portavoces de los súper ricos, como el Wall Street Journal, que lo han calificado como un “panfleto comunista”.
También algunos gurús neoliberales, han externado críticas reprobatorias con mayor o menor estridencia. Estas críticas son fáciles de emitir por su fragilidad en los argumentos y escasa densidad intelectual.
De hecho lo considero un libro de enorme interés, lo recomiendo, utilizo en mis conferencias y cátedra universitaria.
El crecimiento del capital
Un elemento importante en el crecimiento de la riqueza es en gran parte, el incremento de la actividad especulativa del capital financiero. En esta actividad eminentemente financiera, el dinero genera dinero, sin que haya alguna actividad productiva de por medio. Algo así como ganar la lotería; hacerse millonario sin que se haya producido algo con esa actividad. Es el caso de las finanzas, que han alcanzado niveles muy elevados, sustituyendo cada vez mas al capitalismo productivo.
En este capitalismo especulativo, la relación del capital con el mundo del trabajo no es directa, sino indirecta. Así, el elevado crecimiento del capital especulativo se genera, en parte, como consecuencia de la escasa rentabilidad del capital productivo, resultado de la escasa demanda causada por la disminución de los salarios.
De ahí que el gran crecimiento del capital financiero propicia la necesidad en cada familia de endeudarse, resultado del estancamiento o descenso de los sueldos y salarios. Por otra parte, la baja rentabilidad del capital productivo genera crecimiento de la inversión financiera especulativa.
Cuando la actividad económica esta basada en la producción (no solamente productividad), la relación entre el mundo del capital y el del trabajo es más directa y equilibrada. Los beneficios del capital (sean los otorgados a los accionistas o bien los gerentes y directores) dependen, entre otros factores, de los costos de producción, donde los salarios tienen o deben de tener una incidencia importante.
El elevado crecimiento del capital (vía beneficios corporativos) es inversamente proporcional con el estancamiento y descenso de los salarios. En realidad, en los últimos treinta años, como porcentaje del producto interno nacional, las ganancias del capital han crecido, mientras que los productos del trabajo han ido descendiendo.
Y esto no es mera coincidencia. Las primeras han subido a costa de que los segundas han ido descendiendo. Esto es lo que Marx llamó “explotación de clase”, que existe aunque no divulgada en los medios de información y persuasión. Esta explotación o brecha entre capital y trabajo ha alcanzado niveles récord, acentuados durante la crisis.
En 1993-2000 (época Clinton), el 45% de la riqueza creada en EEUU fue a parar al 1% de la población, durante el periodo 2001-2008 (Bush) el subió al 65%, de entonces para acá, alcanza el 95% (Obama).
El conflicto capital-trabajo
Thomas Piketty hace un buen trabajo al documentar a dónde va a parar esta riqueza. Una parte hacia los instrumentos del capital como, por ejemplo, las acciones o hacia instrumentos especulativos como los derivados, y así un largo etcétera.
Piketty señala, que existe claramente un exceso de capital y, para complicarlo más, se encuentra demasiado concentrado. Ahora bien, otra parte de la riqueza que se está creando va a parar a los salarios y compensaciones a los gerentes del capital, salarios y compensaciones con escasa relación con la productividad, pues la mayoría controla solamente los consejos de dirección de las corporaciones a su cargo, asignándose retribuciones elevadísimas, aun cuando las empresas tienen pérdidas.
El caso más claro es el de la banca donde sus dirigentes tienen compensaciones obscenamente altas, aun cuando su banco puede estar en dificultades.
Esto es importante, por varias razones. Una de ellas es que estos salarios y compensaciones elevadísimos desdibujan y hacen confusos los datos sobre la situación de los salarios en general, pues son tan altos que, cuando se suman a todos los salarios, elevan el valor promedio de una manera muy marcada.
La silenciada y ocultada explotación
En resumidas cuentas, los principales beneficios del capital derivan de la actividad financiera de carácter virtual, una actividad que ha ido creciendo espectacularmente, como resultado, en parte, de la baja rentabilidad de la inversión real, la productiva y de la desregulación del capital financiero.
La otra fuente de beneficios empresariales ha sido la actividad productiva, es decir, la producción de bienes y servicios que se consumen en la sociedad.
El auge con crecimiento improductivo desorbitado a sido la mayor causa de la inestabilidad financiera, crecimiento, por cierto, que no tiene ningún objetivo social y que, se mire como se mire, es intrínsecamente negativo.
En cuanto al segundo –el sector de la economía productiva-, el crecimiento de estos beneficios no se ha basado en el crecimiento de las ventas ni en el aumento de los precios, sino en la enorme reducción de los costos de producción, muy en especial del precio del trabajo, es decir, los salarios.
Hay abundante evidencia que apoya esta lectura del crecimiento de la rentabilidad en el sector productivo, situación que ha alcanzado ahora sus mayores niveles. Es ahí donde el término explotación se aplica mejor que cualquier otro para definir lo que está ocurriendo.
La explotación social como principal causa del crecimiento de las desigualdades con el crecimiento de la productividad (no de la producción) ha repercutido en un aumento de los beneficios corporativos castigando los salarios; entre 1973 y 2011 la productividad por trabajador en EEUU creció 80.4%, mientras que el salario promedio solo creció un 4%. Algo parecido ocurrió en la Eurozona.
¿Qué debería hacerse?
Thomas Piketty cree que la mejor solución al enorme crecimiento de las desigualdades de clases es gravar el capital a nivel global, rompiendo la desmesurada concentración de capital.
Esta propuesta de que haya un impuesto mundial sobre el capital ha generado escepticismo. Asi mismo, a nivel regional, es necesario y factible que los rendimientos del capital se graven, por lo menos, al mismo nivel que los productos del trabajo.
Para reducir las desigualdades es menester no solo bajar lo de arriba, sino también subir lo bajo. Es decir, no solo se necesita gravar el capital y de sus excesivas ganancias, incluso el control público de este capital y su regulación; también el incremento a las remuneraciones laborales productivas, procurando disminuir la enorme brecha y conflicto entre capital-trabajo.
En la crisis actual está basada esa brecha y conflicto entre el capital y el trabajo, desafortunadamente el capital ha estado ganando la lucha de clases diariamente, creando la actual crisis financiera, económica y social que se conoce como Gran Recesión. Pues bien, la propuesta de solución para revertir esta lucha es que los que ahora ganan mucho, disminuyan sus utilidades y los que ahora pierden ganen.
En este excelente volumen de materia económica queda claro que ahora mas que nunca esta ominosa desigualdad puede disminuir con una adecuada regulación y control gubernamental, y la conciencia y solidaridad de todos.