Jorge Zepeda Patterson
El presidente Enrique Peña Nieto anticipaba la oposición a sus reformas por parte de los poderes de facto en México, recelosos de la pérdida de sus privilegios, pero nunca creyó que uno de los más virulentos críticos llegase a ser la cúpula eclesiástica. Y sin embargo los líderes de la Iglesia Católica en México han lanzado repetidos ataques públicos a las políticas del gobernante priista y muy en particular a sus reformas. Lo curioso es que las críticas no se originan por la pérdida de prebendas de los religiosos en México, sino por la defensa de los oprimidos. Y esa sí que es novedad.
“No habrá reforma que nos ayude a superar las intolerables desigualdades e injusticias sociales que nos llevan a estar más atentos a la vida privada de los artistas que al sufrimiento de los migrantes arrojados de un tren por no tener para pagar los extorsionadores”, afirmó un editorial de mediados de junio del semanario oficial de la Arquidiócesis de México, considerado el órgano de expresión de los obispos mexicanos. El texto añadía severas críticas a la partidocracia que gobierna al país, “una clase hambrienta de poder” que ha corrompido la reforma electoral impidiendo la transparencia y la participación ciudadanas.
La confrontación tiene mucho de sorprendente. Durante décadas cardenales y obispos mexicanos han constituido un aliado dócil e incondicional de las políticas emanadas desde el poder. Lejos de cambiar este panorama, la llegada de Enrique Peña Nieto a Los Pinos parecía que habría de acentuarlo. El nuevo presidente mexicano procede de un hogar profundamente católico y fue formado en escuelas y universidades confesionales. Sus giras al Vaticano como gobernador, como candidato presidencial y ahora como mandatario han sido una alta prioridad en su agenda internacional. Y para nadie es desconocido el enorme esfuerzo que significo anular el matrimonio anterior de Angélica Rivera para que el presidente pudiera casarse por vía religiosa en el verano de 2012.
El factor que se ha modificado en esta ecuación de mutua complacencia procede de una variable externa: el arribo al Vaticano de un pontífice impensado. Después de cuarenta años de intervenciones de la Santa Sede sobre la jerarquía eclesiástica latinoamericana para desterrar cualquier vestigio de la llamada “Iglesia de los pobres”, los obispos de la región buscan de manera desesperada adecuarse a una narrativa papal que los ha tomado descolocados.
A lo largo de los meses el Papa Francisco ha generado un cambio drástico en posiciones anquilosadas de la Iglesia, desde el tema de la pobreza hasta asuntos relacionados con la zona de la cintura para abajo, como el mismo ha designado sus referencias a la homosexualidad y a la contracepción. Y una y otra vez en los últimos meses, ha pedido a sus obispos mostrar mayor flexibilidad frente a las nuevas tendencias sociales.
Pero es en el tema de la pobreza y al corrupción, incluyendo la eclesiástica, donde sus posiciones han ido más lejos. “No se puede hablar de pobreza si no se la experimenta con una inserción directa en los lugares en los que se vive”. “No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas”.
El domingo pasado, en la Plaza de San Pedro, el Papa cargó de nuevo en contra de la corrupción de los poderosos, un tema cada vez más recurrente en sus homilías, incluyendo la corrupción eclesiástica. Durante la misa hizo un exhorto explícito a los obispos a “no buscar el apoyo de los que tienen el poder”.
Las críticas de los obispos mexicanos a la reformas de Peña Nieto, me parece, se inscriben en este giro de timón desesperado por parte de las élites católicas para amoldarse a los designios de Roma.
Pero no todos los altos clérigos están de acuerdo. El arzobispo hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, rescatado por el Papa del exilio al que lo condenaban sus ideas “socialistas”, habló de una creciente rebelión contra Francisco entre la jerarquía eclesiástica conservadora. “¿Qué pretende este argentinito?” dijo que dijeron. Y algún cardenal habría sentenciado un “Nos equivocamos.” (citado por Alma Guillermo Prieto en un excelente perfil sobre el papa argentino, en Medium.com).
La batalla entre el Papa y sus obispos apenas comienza y podemos asumir que será soterrada y disfrazada en las misteriosas manera en las que dicen que Dios suele trabajar. Y ya está sucediendo, para sorpresa y confusión del presidente mexicano.
Publicado en El País
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