El Valle del Yaqui, como consecuencia del uso indiscriminado de estos productos, presenta un alto índice de leucemia infantil
Bernardo Elenes Habas
Con la inauguración de la presa Álvaro Obregón en 1952, el Valle del Yaqui inició su consolidación productiva a través de un tecnificado sistema de riego que dio paso, después, a la utilización de elementos químicos descubiertos en laboratorios científicos del extranjero, mismos que vendrían a fortalecer el potencial agrícola.
Nadie esperaba que, aparejado a ese revolucionario sistema que multiplicó los rendimientos de granos por hectárea, eliminando plagas y dando mayor vigor al proceso milagroso de semilla, planta, fruto, se presentarían, también, los problemas contra el medio ambiente, y desde luego, contra el ser humano, traducido en contaminación, daños a la salud, y una serie de casos colaterales cuya gravedad asoma ahora sus consecuencias.
La mayor utilización de productos químicos comenzó a fortalecerse en los últimos 50 años, tales como agua amoniacal, amoniaco anhídrido, fósforo, fertilizantes, herbicidas, plaguicidas, insecticidas, etc., lo que arrojó un proceso, hasta el momento irreversible, de contaminación, según define la opinión de muchos investigadores.
En importante estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Sonora, a partir de 1989, se establece que en relación con la utilización de agroquímicos: "El Valle del Yaqui, considerado como el Granero de México, es una región cuya actividad económica primordial es la agricultura, y el empleo de plaguicidas es una práctica común. En el año de 1989 se aplicaron 20 mil 173 metros cúbicos de plaguicidas (Agenda Estadística Municipal 1989) de los cuales se utilizaron algunos prohibidos en Estados Unidos, entre ellos el endrin, paratión metílico y lindano. A la aplicación poco reglamentada de estos compuestos tal vez se deba, que en el sur de Sonora se haya encontrado el índice más alto de leucemia infantil".
Pero también, comprobó el ITSON en su investigación denominada "Incidencia de Plaguicidas en Madres y sus Lactantes con Residencia en el Valle del Yaqui", realizado en el periodo de marzo de 1989 a marzo de 1990, que la contaminación provocada en el ambiente por el empleo de plaguicidas registró incremento en los últimos años, "por un lado debido a la necesidad de aumentar la producción de alimentos, y por otro, por su aplicación para el control de vectores transmisores de enfermedades endémicas. Es por esto que en la actualidad, es muy común encontrar residuos de plaguicidas en alimentos y muchos otros sustratos biológicos, incluyendo los tejidos y la leche materna".
El trabajo de investigación del ITSON tuvo como centro a cuarenta mujeres embarazadas (entre el séptimo y noveno mes de gestación), todas ellas radicadas en comunidades del Valle del Yaqui.
Los resultados llenaron de azoro a quienes supieron de ellos:
Se encontraron residuos de plaguicidas en la sangre de los neonatos y en la leche materna. Posteriormente, en la sangre de los niños ya nacidos.
Se afirma, en el texto de investigación: "Para probar el transporte de plaguicidas al lactante, provocado por el consumo de la leche materna, dado que algunos de los niños del estudio no la ingirieron, se realizó un análisis con los resultados de los lactantes alimentados con este tipo de leche. En éste se observó que los niños nacieron con una carga inicial de plaguicidas en su sangre. Después de tres meses de ser alimentados con leche materna se registró un mayor número de plaguicidas en los lactantes y se presentaron incrementos en sus concentraciones para la mayoría de los compuestos detectados. Sin embargo, al sexto mes de vida hubo un decremento en el número de estas sustancias, probablemente por la transformación de algunos de estos, en productos de degradación".
Y las conclusiones de la Universidad, en ese profundo trabajo coordinado a través de la Dirección de Investigación y Estudios de Posgrado (DIEP) por María Mercedes Meza Montenegro y Mónica Liliana García Bañuelos, son reveladores: "La exposición de las mujeres embarazadas a los plaguicidas y la consecuente bioacumulación en su organismo provoca el paso de dichas sustancias al producto por vía transplacentaria. Esto fue confirmado por la presencia de altos niveles de plaguicidas en la sangre del cien por ciento de los neonatos".
En el Valle del Yaqui se constituyen las enfermedades cancerígenas en acechanza silenciosa contra la vida humana; sin embargo no es palpable el compromiso de la clase política, la que llega y se va de los cargos públicos y solo defiende a sus grupos y partidos en los parlamentos, para enfrentar de fondo a este fantasma apocalíptico, que aún no ha sido tomado en cuenta en toda su dimensión.
¿Los aspirantes a la gubernatura, alcaldía, diputaciones, se comprometerán con los habitantes de este jirón de tierra, agua y controversias?
Le saludo, lector.