El mal, o la enfermedad, como guste llamarle, no presentan hematomas, estornudos, dolor de garganta o de cabeza, mareos, traumatismo óseo, arritmia cardiaca, hemorragias, choque anafiláctico, dificultades para sostenerse en pié, pérdida de la visión o del habla, no es detectada como diabetes, glaucoma, cáncer, etc.
Sin embargo, este tipo de Enfermedad, a la que cualquier persona suele minimizar con el desgatado nombre de la depresión, no es el dolor temporal por la muerte de un familiar, tampoco se trata de una tristeza pasajera causada por un problema moral o material, sino que nos encontramos ante una disfuncionalidad cerebral bastante seria, que, aun siendo considerada la gripe de las enfermedades mentales, cobra día a día una elevada cuota (a nivel mundial) en muertes, desintegración familiar y colapso de la vida productiva del enfermo, ya que genera elevados grados de ansiedad sin causa objetiva, una desesperanza extrema, incapacidad para enfrentar el menor de los problemas, dificultad para conciliar el sueño o despertar durante la noche sin que sea posible conciliar lo de nuevo, o bien, dormir un tiempo razonable pero sentirse cansado a la mañana siguiente, problemas para concentrarse hasta en la más mínima tarea como es la lectura de un libro, perder el entusiasmo en cosas que antes se hacían con agrado, pérdida o aumento de apetito, dificultad para tomar decisiones por elementales que sean, y la lista sigue.
Todos estos síntomas aquí mencionados, son el producto de un desequilibrio en las substancias con las cuales se comunican entre si las células de nuestro cerebro, las neuronas. A estas substancias se les conoce como neurotransmisores, su mal funcionamiento es la causa de una serie de enfermedades mentales, entre ellas la mal interpretada Depresión; la cual entre otras cosas, incapacita al enfermo parcial o totalmente en sus relaciones y funciones afectivas, es decir, la persona enferma queda a merced de un atroz caos emocional.
La suma de todos los síntomas antes mencionados puede llevar al enfermo a tal grado de sufrimiento que si no es tratado a tiempo por un profesional especializado (un neurólogo o un psiquiatra) el final es nada menos que el suicidio. Por otra parte, el consumo de alcohol o el uso constante de otros estimulantes sólo agrava el problema.
Aunque los avances de la medicina actual, con el apoyo de otras ramas de la ciencia, ubican un factor genético en los individuos que padecen la enfermedad; no es, sin embargo, este factor hereditario por sí solo el causante de la misma, es decir, no sé está enfermo de Depresión sólo por haber heredado el Gen de nuestros ancestros, sino que deben darse otros factores que obedecen al entorno familiar, socio-económico y de formación que rodean al individuo desde su más temprana infancia, dado que en esa etapa el cerebro es maleable y se encuentra expuesto con mayor facilidad a sufrir alteraciones en sus componentes neuroquímicos, a causa de impactos emocionales externos sostenidos por un período de tiempo suficiente para lograr que el desequilibrio en los neurotransmisores cerebrales se establezca.
Alrededor de este eje primario conformado por el binomio Ansiedad-Depresión, (sobre el cual los más recientes avances de la neurociencia han comprobado plenamente que no existe un síndrome sin el otro), se desarrolla una estructura patológica constituida por una serie de disfunciones mentales de mayor o menor grado, como son: la Depresión Bipolar, o la mal interpretada maniaco-depresión (ciclos formados por sentimientos de un optimismo fantasioso que llevan al enfermo a generar proyectos y acciones futuras tan fantásticas como fuera de la realidad, alternados con estados de depresión profunda).
Otros problemas agregados son el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), la Fobia social y otras enfermedades psicosomáticas derivadas del fenómeno depresivo.
Existe a su vez dentro de la misma patología, el caso especial de la Distimia, o Depresión Menor; ésta se caracteriza por conducir al enfermo por una Depresión de baja intensidad a lo largo de una vida de tropiezos y unos pocos aciertos, debido a que el mismo afectado, en la mayoría de los casos, ignora su padecimiento y por tanto no busca la ayuda adecuada.
El mayor peligro de la Depresión menor estriba precisamente en su característica de baja intensidad con muy breves lapsos de recuperación; esto hace que quien la padece no le de la importancia debida, por lo que no buscará la ayuda y el diagnóstico de un profesional; sino que en la mayoría de los casos acude al uso de estimulantes (alcohol, drogas, etc.) que sólo prolongan e incrementan la enfermedad y la llevan al cabo de los años a un nivel llamado Depresión doble, o Depresión Mayor. En esta fase el enfermo puede llegar al suicidio o al menos requerir hospitalización.
En el caso de la Depresión menor es muy común que el enfermo se sienta bien por breves lapsos de tiempo con el uso de los estimulantes antes mencionados; el caso más común es el del alcohol, el cual produce momentos de alegría para enseguida hundir al enfermo con mayor fuerza en la enfermedad, por lo cual éste busca el alivio volviendo a beber de nuevo. Este ciclo fatal añade con los años la enfermedad del alcoholismo, donde, una vez cautivo, el enfermo se encontrará subyugado por partida doble, y lo más común es que niegue su padecimiento, y no acepte ser diagnosticado por un psiquiatra.
A medida que el tiempo avanza sobrevienen una serie de calamidades muy bien clasificadas en los grupos de Alcohólicos Anónimos: pérdida de la autoestima, la familia, el trabajo, fuga geográfica, pérdida de bienes materiales, colapso económico, conductas violentas, etc.
Si una Depresión menor no es tratada adecuadamente, existen muchas probabilidades de que se transforme en una Depresión mayor, o Depresión doble; si ésta no es correctamente diagnosticada y medicada, es posible que sea necesaria la hospitalización del enfermo antes de que se presente algún intento de suicidio.
Actualmente existen en el arsenal médico más de 60 antidepresivos, sustancias prácticamente inocuas (no son medicamentos controlados, ni es necesaria una receta para su venta) probadas en laboratorios y en el ejercicio de la psiquiatría por tantos años que sus resultados son irrefutables.
Como suele suceder tantas veces en el quehacer científico, las primeras sustancias antidepresivas fueron descubiertas por accidente. Hoy sabemos que no solo controlan la enfermedad, sino que a la luz de avanzadas tecnologías como la Bioresonancia magnética, los científicos han descubierto que los antidepresivos generan a largo plazo nuevas neuronas, cosa que en el pasado se consideraba imposible.
El avance en el tratamiento de la Depresión mediante antidepresivos cada vez más avanzados, con menores efectos secundarios y con una mayor eficiencia, nos permiten mirar la luz al final del túnel en cuanto a esta terrible enfermedad catalogada ya como una pandemia por la Organización Mundial de la Salud, dado su costo en vidas, desintegración familiar, alcoholismo, ausentismo laboral etc.; sin embargo, la ignorancia sigue timando a aquellos que por su bajo nivel de información caen en manos de charlatanes o de promotores de tratamientos herbolarios, que si bien son atenuantes en casos de depresiones leves, la mayor parte de los enfermos sólo pierde su dinero y un tiempo muy valioso durante el cual la enfermedad se incrementa resultando más difícil tratarla con éxito a corto plazo.
Para mayor información, el lector puede consultar la página en Internet: www.familydoctor.org/online/famdoces/home/common/mentalhealth/depression/046.html