Los aciertos de Calderón
Jorge Zepeda Paterson
Lunes 03 de Septiembre de 2007
Por Jorge Zepeda Paterson
Nunca creí que llegaría a escribir un artículo para explicar los niveles de aprobación de Felipe Calderón. Dos tercios de la población aprueban la gestión del mandatario, a pesar de que apenas uno de cada cinco electores votó por él (incluyendo el abstencionismo).

Contra todo pronóstico Calderón ha llegado a su primer informe de gobierno sin que el país se le vaya de las manos. México no sólo no se ha incendiado, luego de un proceso electoral tan apasionado como cuestionado, sino que incluso goza de una popularidad que si bien es discreta, resulta envidiable para estándares internacionales. ¿Por qué?

1.— El mito presidencial. Mientras un mandatario no demuestre que ha perdido la razón, la mayoría de los mexicanos instintivamente asume que, con méritos o sin ellos, el país necesita apoyar a su jefe de Estado. Basta ver lo que les hemos tolerado a algunos de ellos (y a sus mujeres) a lo largo de las últimas décadas. Calderón no es la excepción. El México “institucional” ha cerrado filas en torno al mandatario: los medios de comunicación, los grupos de poder e incluso la clase política le han ofrecido mucho más que el simple beneficio de la duda. Esta actitud se ha extendido al grueso de la población, en parte gracias al bombardeo de medios e instituciones, pero también al respeto congénito al Tlatoani que corre en las venas de nuestra raza.

2.— Sobriedad y voluntarismo. El Presidente no es un político que arrastre multitudes o inspire pasiones, pero se le agradece la sobriedad del estilo y el voluntarismo para atacar algunos problemas. Más que por sus aciertos, se le reconoce a Calderón la ausencia de desaciertos, más allá de algunos exabruptos verbales en momentos inoportunos. En general, el Presidente ha contenido la vena autoritaria que lleva dentro (una versión “macho engallado”), y que de vez en vez lo traiciona. Lo que ha mostrado en nueve meses ha enviado señales correctas a los grupos de poder: rápida intervención ante el narcotráfico (más mediático que útil), reforma del ISSSTE, control de daños en el caso de la tortilla, un gabinete disciplinado.

3.— Respeto al status quo. El Presidente se ha mostrado respetuoso de los intereses de los poderes de facto. La evolución de la reforma fiscal deja en claro que Calderón buscará algunos cambios que urgen al país, pero no hará nada que confronte al status quo. La reforma fiscal terminará siendo un maquillaje una vez que los grupos de poder le limen las aristas que afectan a sus intereses.

4.— La radicalidad del PAN. Por paradójico que resulte, Felipe Calderón se ha visto beneficiado del radicalismo y las torpezas de Manuel Espino, presidente nacional del PAN. El radicalismo de derecha de Espino y de algunos gobernadores ultraconservadores que son desafectos a Calderón, le ha permitido a éste recorrer varios grados hacia el centro ideológico. El Presidente es percibido como el ala tolerante del panismo y, hasta cierto punto, como un bastión para contener al radicalismo conservador. Espino ha logrado que muchos mexicanos dejen de ver a Calderón como un conservador peligroso en Los Pinos.

5.— El eclipse de la izquierda. Calderón podrá no ser un líder que conmueva multitudes, pero tampoco hay mucho a donde voltear. Sin duda López Obrador es un político más carismático, aunque hay dos factores que lo marginan de la escena nacional en el corto plazo. Primero, el desafortunado epílogo del proceso postelectoral, con plantones repudiados por la opinión pública y con el nombramiento de un gobierno “legítimo” condenado a la parodia. El intento de AMLO de boicotear a las instituciones canceló la posibilidad de que el grueso de los mexicanos lo siguiera en una cruzada de “todo o nada”. Segundo, la decisión del propio Andrés Manuel de trabajar desde abajo en la formación de una amplia base social, podría proyectarlo al largo plazo, pero en lo inmediato deja la escena nacional a merced de los políticos tradicionales. En otra ocasión habremos de abordar las opciones de AMLO en octubre de 2006. No eran sencillas toda vez que quería escapar de un rol complaciente como el que había desempeñado Cárdenas en 1988, luego del presunto fraude, pero tampoco deseaba entregarse en manos de los radicales que exigían incendiar al país. Al margen de los aciertos o desaciertos de AMLO, lo cierto es que parte del clima de tranquilidad que ha gozado Calderón es explicable por las decisiones tomadas por el propio tabasqueño.

6.— Ausencia de opciones y figuras políticas. El resto de los actores políticos tampoco ofrece contrapuntos a la figura de Calderón. Los caciques del PRI (Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones, Beatriz Paredes) difícilmente pueden inspirar confianza en la opinión pública; menos aún los grises líderes del PAN en el Congreso (Héctor Larios y Santiago Creel). Quizá la única figura emergente capaz de disputar al menos parcialmente un liderazgo frente a los distintos grupos de interés (incluyendo el empresarial) es Marcelo Ebrard. De allí la tendencia de Los Pinos a atacarlo o descalificarlo.

7.— Entorno económico aceptable. Más allá de lo que haga el gobierno, al corto plazo el bienestar de la mayoría de los mexicanos tiene que ver con el ritmo de la economía. México crece en torno a 3 y 3.5 por ciento anual, muy lejos de lo que el país necesita pero suficiente para postergar situaciones críticas.

No hay espacio para abordar lo que Calderón no ha hecho o los errores que ha cometido. Basta decir que aún no han impactado significativamente en el descontento popular. Lo cierto es que hay razones que explican “la popularidad” provisional de Calderón. ¿Durará? No es probable que la ferocidad de los problemas estructurales mantenga una tregua indefinida. Sólo el tiempo dirá si Calderón logra sostener al país y sus enormes abismos, con esta política de no hacer olas ni confrontar los privilegios de los grupos de poder. Hasta ahora ha tenido éxito dando prioridad a la estabilidad de corto plazo. Sus índices de aprobación lo confirman. Justamente eso es lo peligroso porque le podrían disuadir de la necesidad de los cambios fundamentales. Provocar tales cambios implica riesgos de inestabilidad y pérdida de apoyo, pero dejar de hacerlos cuestiona la viabilidad de México como nación. Veremos. www.jorgezepeda.net
 
 

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