Tres formas de leer Rayuela
Agencias
Sábado 30 de Agosto de 2014

Cuando comienzo a perder la fe en Cortázar siempre llega Rayuela para devolverme al redil de los creyentes. Ahora bien, ¿qué decir a estas alturas que no se haya dicho ya acerca de esta novela para animar a su lectura, sin ser excesivamente prolijo, pero sin dejarse nada?

Cualquier novedad en ese acercamiento procederá únicamente de la experiencia personal más que de un análisis académico de su estructura o del pensamiento y las circunstancias de Julio Cortázar que, además, nos llevarían varios cientos de páginas (que yo, por otro lado, no estoy preparado para escribir).

He leído Rayuela en tres épocas diferentes y, en cada una de ellas, le he añadido un nivel de lectura o, si se prefiere, una nueva forma de acercarme a ella. La primera vez que la leí ―tendría yo unos dieciocho años― apenas sabía nada de experimentación literaria, por lo que la lectura fue ardua.

Había numerosos conceptos que aún no comprendía y me intentaba aferrar como fuese al argumento, un débil argumento que por momentos se tornaba confuso, por lo que, aunque la impresión general de la obra fue buena, sabía que me había perdido algunas de sus claves ocultas.

La segunda vez que me lancé a leerla, unos cinco años después, ya tenía alguna experiencia con textos similares a Rayuela, sobre todo en lo que tenía que ver con el estilo. Aunque en Rayuela se pueden encontrar estilos diferentes de escritura, quizá el más característico es aquel que predomina en la primera parte, que emplea una puntuación heterodoxa y un ritmo que intenta emular el del jazz, con idas y venidas en torno al mismo motivo.

Por otro lado, había una prosa poética (qué poco me gusta emplear esta fórmula con Cortázar), que impregnaba toda la novela y que consiguió crearme una especie de éxtasis durante la lectura que muy pocas veces he conseguido alcanzar después.

Es un libro para leer en voz alta, dejándose llevar por la sonoridad y el ritmo. Y había una intuición de aquello de lo que hablaba la novela que se me presentaba, esta vez sí, en forma de imágenes a lo largo del texto que se iban acumulando hasta conformar un conjunto variado de elementos que, sin embargo, guardaban una cohesión que no sabía muy bien de dónde procedía. Fue una de las mejores experiencias lectoras de mi vida, sin duda.

La tercera vez que la he leído ha sido hace tan solo un mes, en esa nueva edición conmemorativa de Alfaguara por el 50 aniversario de su publicación que viene acompañada de un plano de los lugares de París por los que caminan los protagonistas de la novela, así como de varias cartas escritas por Cortázar en las que explica los avances en la escritura de la novela y de su publicación a algunos amigos.

He de decir que no entiendo por qué, si se trata de una edición conmemorativa, no la han trabajado un poco más, presentándola en tapa dura, lo que hubiese mejorado mucho el aspecto del libro. Pero, a lo que íbamos. En esta última ocasión he completado la lectura más completa de Rayuela hasta el momento, pues ya sabía cuáles eran muchas de las intenciones de Cortázar al escribir la novela.

Ya conocía algunas de ellas antes, pero me faltaba el componente filosófico, esa negación de la capacidad del lenguaje para representar la realidad que se manifiesta en la mayor parte de la novela y que, de hecho, aparece de forma explícita en algunos de los diálogos que mantienen los personajes.

Puede que por ello no haya alcanzado durante esta última lectura el nivel de implicación con que leí la obra por segunda vez, quizá por esa intención de analizar la obra desde un punto de vista más teórico y dejándome llevar menos por el texto en sí.

Y, como todo lo que he contado no son sino abstracciones sobre Rayuela, vayamos con algunas de las cosas que ofrece, sobre todo para aquellos que nunca la han leído. La novela, si es que puede llamársela así, consta de 155 capítulos que se separan en tres secciones. La secuencia de lectura no tiene por qué ser lineal, aunque puede hacerse de ese modo.

Otra posibilidad es un itinerario que propone el autor, y una última posibilidad consiste en una lectura al azar de los capítulos. Los dos personajes principales en la primera parte son Horacio Oliveira (el protagonista de la novela) y la Maga, que se encuentran siempre de forma azarosa por las calles de París dejándose llevar por la intuición.

En la capital francesa, Horacio organiza el club de la Serpiente, un grupo de artistas con los que bebe, escucha jazz y mantiene algunas conversaciones sobre creación artística que constituyen el eje de la novela pues, de algún modo, la explican.

En la segunda parte encontramos a Horacio en Argentina, donde se reúne con su amigo Traveler, al que Horacio se parece de forma asombrosa. Traveler está casado con Talita, y junto a Horacio vivirán algunas historias cómicas, pero también trascendentes. En esta parte predomina al humor, aunque la búsqueda de Horacio de una nueva forma de ver el mundo que inició en París sigue estando ahí de forma permanente.

Por último, hay un conjunto de lo que el autor denomina capítulos prescindibles que, en realidad, no lo son tanto. La mayoría ayudan a explicar o a enmarcar capítulos del texto general y en otras ocasiones constituyen una forma de explicarnos qué es lo que pretendía Cortázar al escribir Rayuela, todo ello a través de la voz de un escritor un tanto huidizo llamado Morelli.

Por último, diré por qué algunas veces pierdo un poco la fe en Cortázar. Es sobre todo porque, cuando ya se han leído bastantes textos de las vanguardias literarias, uno se da cuenta de que las innovaciones que incluyó Cortázar en este libro fueron moderadas.

Si se lee por primera vez, como fue mi caso, sin haber leído casi nada de las vanguardias previas, puede parecer que Rayuela es un invento venido del espacio exterior y que no se ha escrito nunca nada similar. Pero, por el contrario, Rayuela bebe del surrealismo ―sobre todo del surrealismo―, pero también tiene cierta influencia del dadaísmo y de los juegos de OULIPO, así como del estilo de la generación beat.

El acierto de Cortázar estuvo en hacer legible lo que antes era ilegible. A las vanguardias siempre les ha importado un comino que se les entendiese. Ellos iban por otro lado, únicamente buscaban una nueva forma de expresarse, y si el lector no entendía nada ese no era su problema.

En el caso de Cortázar no es así, por eso la actitud experimental queda por momentos a medio camino, aunque creo que logró el equilibrio perfecto entre experimentación y legibilidad de la obra para poder de ese modo llegar a un público más amplio.

Pero este es quizá también su talón de Aquiles, pues a veces la novela se convierte más en un texto explicativo sobre la obra ―casi un manifiesto literario o ensayo―, que en una obra literaria al uso, si bien Cortázar siempre definió Rayuela como una contranovela.

Y a pesar de ello, Rayuela me fascina.

 
 

Copyright © 2006-2024. Todos los Derechos Reservados
InfoCajeme
www.infocajeme.com